ECONOMíA › OPINIóN
› Por Mark Weisbrot *
“El viejo sistema de cooperación económica internacional se ha acabado y el nuevo sistema acaba de comenzar”, anunció el primer ministro inglés, Gordon Brown, en la cumbre del G-20. La primera parte de esa declaración es parcialmente verdadera. La segunda es fantasía. El G-20 no es un sistema de cooperación económica, un consejo de directores, ni un consejo que gobierna para la economía mundial, para elegir algunos de los términos aparecidos en los medios. Es un foro en el que los presidentes de veinte economías discuten algunos de los temas económicos importantes. Tiene muy poca capacidad de implementar decisiones directamente.
Las instituciones que sí tienen la capacidad de imponer y hacer cumplir políticas económicas son el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio (OMC). Los dos primeros son controlados directamente por los países ricos, mayoritariamente por el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos. La OMC, en cambio, no es controlada tan completamente por los Estados Unidos y algunos otros países ricos, ya que fue formada cincuenta años después. Los países en desarrollo tienen un poder formal que es el derecho de veto en la toma de decisiones. A pesar de esto todavía sigue siendo dominada por los países ricos y sus reglas favorecen a sus empresas. Por ejemplo, el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (Adpic, conocido en inglés como el TRIPs) está inequívocamente diseñado para extraer dinero a través del mundo para los dueños de patentes, como las grandes empresas farmacéuticas.
Los hechos ayudan a poner al G-20 en contexto. Primero, la expansión del G-8 al G-20 es más que nada un cambio simbólico. Como los países ricos controlan las instituciones con poder verdadero, el G-20 sigue siendo más que nada el G-7 con otros 13 países escuchando (estoy contando al miembro del G-8, Rusia, con los otros países de mediano ingreso. Los países ricos todavía ni han permitido que Rusia se incorpore a la OMC). Adicionalmente, el nuevo y aumentado G-20 no es ni tanto lo que era hace 25 años, en cuanto a su poder de decisión. Por ejemplo, en 1985, cinco de los países del G-7 (Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania y Japón) acordaron en el Acuerdo Plaza bajar el valor del dólar. Esto fue llevado a cabo a través de intervenciones coordinadas con los bancos centrales. El dólar perdió más de un tercio de su valor durante los próximos dos años. Hoy, el dólar es todavía más sobrevaluado, y como resultado de eso tenemos un desequilibrio mundial muy grande, que el G-20, en su declaración final, prometió rectificar. Sin embargo, usted no debe esperar que hagan algo.
Por ahora, el gobierno de los Estados Unidos no tiene una posición coherente sobre este tema. El secretario del Tesoro, Tim Geithner, dice que quiere un “dólar fuerte”. Al mismo tiempo, Estados Unidos se queja de que China está manteniendo devaluada su moneda. Estas dos declaraciones son contradictorias, ya que una moneda china despreciada es igual a un “dólar fuerte”. Y sin una caída en el valor del dólar no se puede esperar que los desequilibrios en el comercio mundial se corrijan (el déficit de comercio de los Estados Unidos cayó más de la mitad desde que la recesión comenzó, pero esto será revertido cuando la economía se recupere). Una solución a este problema también necesitaría que el G-7 acepte a China como un socio, con igualdad, algo que no parecen tener la voluntad de hacer.
El FMI es la institución más poderosa de las controladas por los Estados Unidos y sus aliados ricos, y actualmente tiene más o menos 50 acuerdos con países de ingreso bajo y mediano. En la mayoría de estos acuerdos se han recetado políticas económicas “pro-cíclicas” como cortes en los presupuestos y atiesamiento monetario que empeora el impacto de la recesión mundial. Por muchos años, los países en desarrollo han exigido más acciones con derecho a voto, pero la pequeña redistribución en 2006 fue insignificante. En la cumbre, los líderes prometieron redistribuir un 5 por ciento de las acciones con derecho a voto de países sobrerrepresentados a los que están menos representados. No está claro si esto va a pasar. Fue reportado que los gobiernos europeos estaban molestos con la idea de renunciar a un poco de su influencia, a pesar de que ellos casi nunca han votado en contra de los Estados Unidos en el FMI. Pero, aunque se corra 5 por ciento, esto no cambiará el desequilibro de poder. Los Estados Unidos podrán vetar cualquier decisión importante y, junto con sus aliados, tendrá una mayoría para casi todo lo que quieran. La mayoría de los otros temas que el G-20 incluyó en el último comunicado son inadecuados o tendrían que ser implementados a nivel de países. Esto incluye las muy necesitadas reformas financieras y estímulos económicos. Por lo tanto, es importante advertir que los cambios en la parte de arriba del sistema económico internacional aún están muy lejos.
* Economista CEPR.
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