Dom 24.11.2002

ECONOMíA  › ELIMINACION DEL CORRALITO

¿Victoria o derrota?

Roberto Lavagna desmantela el corralito, convencido de que la gente dejará la plata en los bancos. Tras meses de furia, un resignado pragmatismo se apodera de la clase media.

› Por Julio Nudler

Los políticos y los bancos quedaron marcados, desde diciembre de 2001, como los dos grandes enemigos públicos. Aquéllos tenían que irse todos, y en estos bancos nadie volvería a poner un peso, y mucho menos un dólar, y eso después de que devolvieran, en la moneda de origen, el dinero confiscado. Fueron las dos grandes consignas de la clase media, que las sostuvo con estruendo y hasta violencia en la calle. Un año después, los políticos no se fueron, y algunos de los peores entre ellos aspiran a ganar las próximas elecciones. En relación a los bancos, Roberto Lavagna se da el lujo de levantar el corralito pensando que la gente, en lugar de llevarse la plata, preguntará qué tasa le pagan por un plazo fijo. La remoción del corralito no es en síntesis una victoria sino una derrota. A la postre, políticos y banqueros –incluyendo los internacionales– se salieron con la suya.
La reforma política no se hizo, la bancaria tampoco, y los argentinos, sin haber construido alternativas plausibles, parecen resignados a admitir que todo continúe más o menos igual, o mejor dicho peor. Un año atrás, con el corralito se bloqueó una masiva corrida contra los depósitos, precipitada por temores mezclados: la incautación, el default, la devaluación tras una previa desdolarización. ¿La diferencia con el presente? Que todo eso ya ocurrió, y, por ende, perdieron sentido aquellos pánicos. Quienes no escaparon a tiempo es irrazonable que fuguen ahora, cuando les remueven las barreras. ¿Qué se llevarían? Pesos licuados. ¿Adónde? ¿A casa, para que se los roben de otra manera, personas con menos modales aún que los financistas?
Los dólares ya no intervienen en este juego. No hay dólares en el corralito ni promesa alguna de restituirlos alguna vez. Ya no puede temerse la pesificación compulsiva. Sí acaso que tal o cual banco tenga problemas, pero, para esos avatares, el Banco Central recuperó su papel de prestamista de última instancia porque la convertibilidad se acabó. Por lo demás, lo real es que ningún individuo de clase media puede prescindir de operar por lo menos con un banco, de manejarse con una tarjeta, del débito automático y otros encantos. Lo contrario sería complicarse aún más la vida en un país donde sobran las dificultades.
Seis meses de estabilidad en el tipo de cambio, de veloz retroceso en el ritmo de la inflación y reducción en las tasas de interés fueron bajando los grados de ansiedad de la parte de la población que todavía cuenta con medios de vida. Cada vez que se le dio alguna oportunidad, como con la desprogramación de una franja de los plazos fijos, mostró que ya no estaba para estampidas. Quizá forme parte de la misma resignación con que ante un encuestador señala cuál es el precandidato de su preferencia. De modo parecido fue contribuyendo en los últimos meses a que repuntase el monto de los depósitos bancarios.
Pero lo que ocurre de este lado, el del pasivo de los bancos, no sucede del otro, el costado del crédito, que por ahora apenas amaga con reaparecer. La disputa en torno de la ejecución de las hipotecas marca lo lejos que se está aún de una normalización. La insolvencia se extendió como el derrame del “Prestige” entre los deudores, y no se puede despojar a miles de ellos de sus bienes mediante despiadadas subastas públicas, pero tampoco restablecer mecanismos de financiación mientras las garantías no sean ejecutables. Hasta ahora el problema no obtuvo otra respuesta que la postergación.
Obviamente, no es muy coherente esperar que el público continúe aumentando su demanda monetaria y consiguientemente sus saldos en cuenta si el sistema bancario no recicla esos fondos en préstamos al sector privado. Se supone que, fuera de las Letras del Banco Central (Lebac), los bancos no van a prestarle al Estado. Tampoco podría aguardarse un efecto reactivante sin el estímulo del crédito sobre la demanda de durables yviviendas, a tasas y plazos adecuados. No parece razonable creer que la desaparición del corralito tendrá de por sí un impacto estimulante porque ese dinero estuvo siempre disponible para ser gastado vía plástico si se lo deseaba.
Economía se resistió durante meses a liberar el corralito, a pesar de las presiones provenientes del FMI, del Banco Central y de algunos economistas locales. La razón era el dólar. ¿Por qué ayer no y hoy sí? En esa pulseada había una confrontación ideológica entre los partidarios liberales del “sinceramiento” de las variables (típicamente abroquelados en el BCRA) y el núcleo del ministerio, proclive a marcarle el curso a la economía mediante controles. Finalmente se llega a la eliminación del corralito –aunque manteniendo el reaseguro de un régimen cambiario que restringe la compra y remesa de dólares– con un doble significado.
Por un lado, la jactancia de un ministro que se arriesga a la apuesta después de haber conseguido domar los picos del dólar y la inflación. Por el otro, la ofrenda de ese mismo ministro al Fondo Monetario, cediendo a uno de sus reclamos en una instancia crucial, cuando se juega el default argentino con los organismos. Lavagna da el paso después de haberse cerciorado de que el impago al Banco Mundial del jueves 14 no enloqueció a nadie en el mercado. Las expectativas no sufrieron un vuelco.
¿Tendría que haber pasado otra cosa? Parece que por no pagar nadie se funde, y menos si cuenta con un superávit en cuenta corriente sin precedentes. De todas formas, lo que no se paga hoy se tendrá que pagar mañana, por lo que toda calma es entre aparente y provisoria. Si de pronto todo se deteriorase de nuevo y la gente, con el recuerdo demasiado fresco, corriese a retirar su plata de los bancos, ¿podría reimplantarse el corralito? Hay que suponer que no, porque el Gobierno y el Banco Central preferirían emitir todos los pesos que hiciesen falta para responder ante los depositantes, antes que ser linchados por éstos.
Claro que víctimas no faltarían. Si la nueva corrida se diera en el contexto de una estampida del dólar y de los precios internos, los inmovilizados en plazos fijos sólo recuperarían plata licuada, una vez más. ¿Pero hay acaso razones válidas para trazar presagios catastrofistas en la Argentina?

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