Sáb 12.12.2009

ECONOMíA  › PANORAMA ECONóMICO

Estadísticas y bienestar

› Por Alfredo Zaiat

Los galardonados por el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz y Amartya Sen, coordinados por el destacado economista Jean-Paul Fitoussi, trabajaron en una comisión con otros 21 expertos de reconocimiento internacional para elaborar una serie de recomendaciones para mejorar las estadísticas públicas. En febrero de 2008, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, los convocó para dar respuesta a la insatisfacción con el estado de la información estadística sobre economía y sociedad. El 14 de septiembre pasado se presentó en la Universidad de la Sorbona el Informe de la Comisión sobre la medición del desarrollo económico y del progreso social. La relevancia de este trabajo reside en que expone en forma contundente que la pérdida de confianza en las estadísticas oficiales es un fenómeno que atraviesa a muchos países. Se destacan especialmente los casos de Francia y Gran Bretaña, precisando que apenas un tercio de los ciudadanos de esos países confían en las cifras oficiales. Existe una diferencia pronunciada entre las mediciones habituales de las grandes variables socioeconómicas, como el crecimiento, la inflación y el desempleo, entre otras, y las percepciones ampliamente generalizadas de dichas realidades. En ese informe se sostiene que “esta diferencia es tan importante y está tan generalizada que no sólo puede explicarse refiriéndose a la ilusión monetaria o la psicología humana”. Este fenómeno influye en las modalidades del debate público sobre la situación de la economía y las políticas que se instrumentan.

Dado el alcance político-académico del debate y conflicto que existe alrededor de la forma y el contenido de las estadísticas elaboradas por el Indec, conocer los principales contenidos de ese informe permite transitar un camino superador a la posición indignada sobre la calidad del sistema nacional de estadísticas públicas. Stiglitz, Sen y Fitoussi detallan en la introducción las razones que explican la necesidad de elaborar ese trabajo, lo que constituye un marco de referencia indispensable para entender qué está pasando con las estadísticas a nivel global. Una definición fundamental es que la información es un bien público, y cuanto más informada se encuentre la población, mejor podrá funcionar la sociedad,

El objetivo de esa misión fue el de determinar los límites del Producto Interno Bruto como indicador de los resultados económicos del progreso social. Fue explicitado con un concepto básico: si las mediciones son defectuosas, las decisiones pueden ser incorrectas. “Si las mediciones del desarrollo están falseadas, puede ocurrir lo mismo con las conclusiones que extraemos en materia de política económica”, se afirma en el documento. A la vez, se indica que el modo en que las estadísticas se publican o se utilizan puede dar una visión distorsionada de las tendencias económicas. Este punto remite en forma directa a la labor del Indec, pero en el actual proceso político local tiene aún más relevancia en relación con la responsabilidad del sector privado, con consultoras que realizan mediciones según la orientación del viento y obtienen legitimidad fruto de la torpeza del kirchnerismo en el Instituto.

El indicador estadístico PIB no es erróneo en sí, sino que se emplea en forma errónea, explican, y por lo tanto sugieren la necesidad de comprender mejor el uso adecuado de cada instrumento de medición. La utilización equivocada se refiere a considerar dicho dato como un índice del bienestar social. Por esa razón, el informe considera que se debe desplazar el centro de gravedad del aparato estadístico de un sistema de medición centrado en la producción a uno orientado hacia la medición del bienestar para obtener un indicador más pertinente del progreso social. Para ello se deben invertir importantes recursos para poder relevar información cuantitativa fiable para elaborar estadísticas en ese sentido. Los especialistas en esa materia y los economistas saben que el PIB mide esencialmente la producción mercantil (expresada en unidades monetarias) y es como tal en donde radica su utilidad. Sin embargo, se lo ha usado con frecuencia como si se tratara de una medida del bienestar económico. “La confusión entre estas dos nociones corre el riesgo de dar como resultado indicaciones engañosas en cuanto al nivel de satisfacción de la población y provocar decisiones políticas incorrectas”, se destaca en el informe. Esta sugerencia resulta pertinente a nivel local dada la insistencia en el discurso oficial acerca del indudable éxito por el extenso período de alza sostenida a tasas chinas del PIB, pero que expone su evidente limitación en la percepción social como un activo político positivo precisamente porque se ha tropezado con la confusión señalada en el Informe Stiglitz.

La necesidad de realizar cambios en la forma de abordar esa cuestión nace de las transformaciones estructurales de la economía moderna. Por caso, el aumento de los servicios y la producción de bienes cada vez más complejos dificultan más la medición de los volúmenes producidos y los resultados económicos. “Hoy existen numerosos productos con una calidad compleja y pluridimensional sometidos a rápidos cambios”, explican Stiglitz-Sen-Fitoussi. Esto es evidente en bienes como vehículos, heladeras u ordenadores de computadoras, pero no lo es tanto en servicios como el de salud, educación, las tecnologías de la información y de la comunicación. “En algunos países, el crecimiento de la ‘producción’ se debe más a la mejora cualitativa de los bienes producidos y consumidos que a su cantidad”, aseguran en una evidente provocación a la concepción tradicional y dominante en el pensamiento económico. Para agregar que “rendir cuenta del cambio cualitativo supone un inmenso desafío, pero es esencial para medir los ingresos y el consumo reales, factores determinantes del bienestar material de las personas”. En un ejercicio didáctico con el objetivo de resaltar la importancia de ese enfoque, se precisa que subestimar las mejoras cualitativas equivale a sobrevalorar la tasa de inflación y, por lo tanto, a subestimar los ingresos reales. Entre otras varias consideraciones para ampliar ese concepto, el informe señala que para ser exhaustivos, los ingresos y el consumo de los hogares deben incluir también los servicios proporcionados por el Estado, como los subvencionados (transporte, educación y salud).

La noción de bienestar requiere de un abordaje pluridimensional, que incluye las condiciones de vida materiales (ingreso, consumo y riqueza), salud, educación, actividades personales (entre ellas, el trabajo), participación en la vida política y social, el medio ambiente y la inseguridad (económica y física). “Todas estas dimensiones modelan el bienestar de cada uno, sin embargo, muchas de ellas no son consideradas en las herramientas tradicionales de medida de los ingresos”, cuestiona el documento Stiglitz-Sen-Fitoussi. En ese informe se amplía el universo de captación de información a relevamientos subjetivos del bienestar, al impacto del calentamiento global como costo monetario que disminuye la calidad de vida de la población y a indicadores que evalúen la desigualdad. Todo este nuevo sistema de medición debería estar bajo el rigor de la sustentabilidad del bienestar social, o sea de su capacidad de mantenerse a lo largo del tiempo. Esta característica se reflejaría en la evolución de las cantidades y cualidades de los bienes materiales, y también del capital humano, social y físico de un país.

El debate sobre las estadísticas en relación con sus conceptos, características y calidad se presenta como un ejercicio muy interesante, debido a que discutir el cuerpo tradicional de la elaboración de cifras económicas pone en cuestión ciertas ideas naturalizadas –y defectuosas– en el análisis convencional. Además colabora para ampliar un espacio de reflexión que sobrepase las miserias políticas y la soberbia de ciertos círculos académicos cuando hablan sobre el imprescindible proceso de reconstrucción del sistema nacional de estadísticas públicas.

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