Dom 10.01.2010

ECONOMíA  › OPINIóN

Las reservas

› Por Alfredo Zaiat

La acumulación de reservas internacionales ha sido una estrategia defensiva que implementaron varios países que padecieron crisis financieras desde fines de la década del noventa. Desde entonces, en el proceso de superación de la debacle, economías latinoamericanas y asiáticas sumaron dólares en cantidad a las arcas de sus respectivas bancas centrales. Esa decisión fue la exteriorización más contundente del fracaso del FMI como prestamista de última instancia y como instructor de políticas económicas del ajuste. También fue la conclusión sensata de esos gobiernos de que sus economías no podían seguir a merced del flujo de capitales especulativos, y que las reservas brindan margen de autonomía y defensas ante shocks externos. La posibilidad de amortiguar con éxito los costos del derrumbe de Wall Street, que sumergió en recesión al 80 por ciento de la economía mundial, reveló que el camino transitado por esas naciones fue el adecuado. Esa estrategia se mantiene constante desde hace bastante tiempo, en el caso de Argentina desde 2003. Los líderes políticos de esas regiones aseguran que no la abandonarán porque mostró resultados positivos pese a la presión en contra del lobby financiero liderado por el FMI. Como ya se contabilizan varios años de juntar reservas, en un contexto de debilidad del dólar y de cambios en el orden financiero internacional, empezó a surgir el debate sobre cuál es el monto óptimo y qué hacer con esos crecientes recursos.

Existen varios criterios en estudios técnicos para definir la cantidad suficiente de reservas en el Banco Central, cuyo último registro es de casi 48.100 millones de dólares. Uno de los criterios más difundidos indica que las reservas deberían ser al menos iguales a la base monetaria (dinero en poder del público y en entidades financieras más los fondos en cuenta corriente de los bancos en el BCRA). A noviembre de 2009, la base monetaria alcanzaba los 109.548 millones de pesos, equivalente a 28.677 millones de dólares (a una paridad de 3,82 pesos por unidad). Una visión un poco más restringida la amplía hasta la cobertura del denominado M1 en lenguaje de economistas, que incluye el circulante en manos del público más el dinero en cuenta corriente en pesos. En noviembre pasado, el M1 total contabilizó 140.984 millones de pesos (36.906 millones de dólares), que se reduce en el M1 privado a 116.763 millones de pesos (30.566 millones de dólares). La opción aún más conservadora extiende la cobertura óptima a los medios de pagos, denominado M2, que incluye el M1 más el dinero en caja de ahorro en pesos. El M2 total sumó 180.930 millones de pesos (47.363 millones de dólares), que disminuye en el M2 privado a 153.718 millones de pesos (40.240 millones de dólares).

En todos los casos, desde el criterio más habitual y aceptado por los analistas (el de la base monetaria) hasta el más amplio (M2 privado), el actual monto de reservas lo satisfacen, más aún teniendo en cuenta que el Banco Central continuará la política de compra de dólares (se estima unos 7000 millones en este año). Otros criterios de cobertura que se consideran son sobre la deuda externa de corto plazo (11.526 millones de dólares, al tercer trimestre de 2009, según la secretaría de Finanzas), o sobre el monto de importaciones de seis o doce meses (17.586 o 35.172 millones de dólares, según el Indec, a noviembre pasado) o el 10 por ciento del Producto Interno Bruto (unos 30.000 millones de dólares).

Todas estas cifras revelan que existe un nivel óptimo de reservas, según diversas pautas seleccionadas. Son indicadores que orientan acerca de cuál es el monto considerado suficiente para satisfacer la eventual demanda privada de dólares a un tipo de cambio determinado. Muestran si el Central tiene reservas suficientes para disuadir una corrida o hacer perder dinero a quienes apuestan a una devaluación. En más de una oportunidad, en los últimos dos años, se comprobó que existen bastantes divisas para desalentar especuladores y defender la política de administración del tipo de cambio ante las presiones ejercidas por el establishment por una fuerte devaluación.

La acumulación de reservas tiene entonces un objetivo principal preventivo, que brinda además autonomía para apropiarse de una importante herramienta de política económica, como el manejo del tipo de cambio para ubicarlo en el nivel considerado adecuado para estimular la actividad económica. Como la responsabilidad de enfrentar corridas es de la banca central, ésta tiene una tendencia a sumar reservas por encima de los indicadores mencionados para moverse con más holgura. Sin embargo, ese exceso ha adquirido dimensiones considerables que plantean el debate sobre qué hacer con una fracción de esos recursos, cuestión que no es exclusiva de la turbulenta realidad política local.

Los países asiáticos, que particularmente han superado por mucho esos niveles óptimos de cobertura con reservas, han contribuido a fortalecer financieramente sus “fondos soberanos” con una porción de esos recursos acumulados en la banca central. Esos fondos son vehículos de inversión del Estado con el objetivo de mejorar el rendimiento de las reservas, además de ampliar los espacios de influencia e intervención de esas naciones en la economía global. Singapur, China, Emiratos Arabes, Kuwait, Qatar, Arabia Saudita, Brunei y Corea del Sur, entre otros, tienen un fondo soberano. Antes utilizaban las reservas para comprar bonos del Tesoro estadounidense, pero la baja rentabilidad de esa inversión, combinada con la devaluación del dólar, los llevó a asumir mayores riesgos para aumentar el rendimiento de ese activo público. Ahora, con una parte de esas reservas apuestan por una cartera diversificada, que incluye acciones en compañías de sectores estratégicos como siderurgia, energía, comunicaciones, aviación y finanzas.

En América latina, Brasil optó por otro camino para la utilización de reservas excedentes. A mediados del año pasado anunció que destinará 10.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional. El desembolso se concretó a través de la compra de los nuevos bonos que emitió ese organismo para aumentar su capital prestable. Brasil siguió así los pasos de China y Rusia, dos países que también poseen abundantes reservas, que orientaron 50.000 millones y 10.000 millones de dólares, respectivamente, para la compra de esos títulos del FMI. El ministro de Hacienda de Lula, Guido Mantega, explicó que se trata de “un aporte que Brasil hace con parte de sus reservas para que el FMI tenga disponibilidad financiera para ayudar a países emergentes que enfrentan escasez de capital a causa de la crisis internacional”. Con el antecedente histórico de las políticas recesivas que vienen acompañadas del auxilio del FMI y las notables carencias sociales de un sector amplio de la población brasileña, esa decisión del elogiado gobierno de Lula merece una observación más sensible que excede la referida a razones geopolíticas de la potencia regional.

Con niveles óptimos de reservas y la decisión política de utilizar una ración pequeña de sus excedentes por los mismos países (asiáticos y latinoamericanos) que empezaron a fines de los noventa a acumularlas, aquí resulta sorprendente el show político montado por la oposición y el ex presidente del Banco Central Martín Redrado por la constitución del Fondo del Bicentenario. Argentina, antes y ahora, se ha sumado a la tendencia dominante de países emergentes o de nuevas potencias para ganar márgenes de autonomía. La crítica proveniente de sectores conservadores tiene su origen en que considera que las reservas no deben tocarse puesto que sólo sirven para financiar la fuga de capitales, o sea un seguro de divisas para los especuladores. Las que nacen de sectores considerados de izquierda o progresistas son peculiares porque siempre sostuvieron que había que aplicar reservas para políticas sociales o de inversión pública. Y como hasta ahora nadie demostró que el dinero no es fungible, los presupuestados fondos fiscales que no se aplicarán al pago de deuda, compromisos que se pretenden cancelar con reservas, se podrán orientar a ésos u otros destinos. El debate se presenta oportuno acerca de la forma y también sobre la reasignación de recursos presupuestados, pero el cuestionamiento al uso de las reservas con la misma lógica conceptual que el esgrimido por las corrientes ortodoxas, que en estos días se desplegaron con intensidad, desconoce el proceso histórico reciente y su actual adaptación en relación con las reservas internacionales en las bancas centrales. A veces, legítimas aspiraciones en la arena política para convocar adhesiones derivan en discursos, como el desplegado con las reservas y la deuda, que acentúan el retroceso en la batalla cultural en el espacio económico, que la restauración conservadora sabe bien cómo consolidar.

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