ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por Raúl Dellatorre
La compleja situación generada en los últimos días tanto con respecto de las facultades de la autoridad monetaria como respecto del pago de la deuda hubiera suscitado, en otras circunstancias, un profundo debate en torno de cuestiones de fondo largamente postergadas en nuestro país. La autonomía del Banco Central, el uso de las reservas internacionales, el depósito de esas reservas internacionales en cuentas radicadas en Estados Unidos y la falta de entusiasmo, por el contrario, para promover la creación del Banco del Sur como alternativa de entidad supranacional, pero genuina, son algunas de estas cuestiones. Se habría esperado que los sectores de izquierda, algunos con significativa representación parlamentaria y participación en los medios, podrían haber intentado instalar estos debates. Pero no: la derecha (política, económica y mediática) sigue imponiendo los temas centrales de la agenda. Los cuestionamientos de la izquierda, centrados en la consigna del “no pago de la deuda ilegítima” y el planteo de usar los fondos públicos para un programa de políticas sociales, quedaron desdibujados detrás de los ejes que impuso la postura conservadora tradicional o neoliberal. Por falta de audacia en exponer las cuestiones de fondo, los sectores más progresistas quedaron al margen de la pulseada principal y privaron a la sociedad de un debate seguramente más enriquecedor. En definitiva, como si fuera una condena histórica, el Gobierno quedó otra vez “corrido por derecha”.
El Gobierno logró sortear la carga de la crisis financiera internacional de los años 2008/2009 sin sobresaltos en materia de tipos de cambio ni daños mayores a la estructura bancaria, dos problemas que caracterizaron la secuela del conflicto tal como lo sufrió buena parte del resto del mundo. Durante ese período, Argentina logró acumular reservas internacionales y, si sufrió un desajuste en las cuentas fiscales, no fue por tener que recurrir a monumentales subsidios a bancos y conglomerados empresarios en riesgo de muerte, como ocurrió en Estados Unidos. Sin embargo, la prudencia demostrada en el manejo de la crisis, aun en medio de un proceso electoral que le fue adverso, no le significó al Gobierno respiro suficiente. Al menos, desde el punto de vista político y en base a las relaciones de poder vigente, el Ejecutivo no parece tener el margen de acción exhibido en otros momentos no tan lejanos, como cuando recuperó el sistema previsional o cuando decidió desplazar a las autoridades privadas de la conducción de Aerolíneas, superando en ambos casos los obstáculos que intentó imponer la oposición.
Lo curioso es que en un asunto que resultaba, en los papeles, más del agrado de la oposición tradicional de derecha que del Gobierno, como es dar satisfacción a la demanda de pago de los acreedores que quedaron afuera del canje de 2005 (los “holdouts”), terminó en una madeja de complicaciones planteadas por esa misma oposición como si tratara de bloquear esa salida. Más preocupante es que la oposición de centroizquierda, que en las últimas elecciones legislativas había recuperado un espacio de representatividad propia, no fuera capaz de cambiar el eje de la disputa planteada por la derecha y terminara entrampada en una discusión en la que, más que forzar una salida “progresista” antes que retrógrada, podría hasta resultar funcional a esta última por acorralamiento del Gobierno.
Cuando la discusión pasó de la creación del Fondo del Bicentenario a la continuidad o no de Martín Redrado al frente del Banco Central, y de allí a la autonomía o no de esta última institución respecto de las políticas económicas decididas desde el Poder Ejecutivo, se verificó un profundo vacío en el debate. ¿Por qué, desde ningún sector de la oposición, se planteó con firmeza la necesidad de un pronunciamiento que cuestionara ese viejo dogma conservador, recogido por la Ley de Entidades Financieras de la dictadura en 1977, de que el Banco Central es una entidad autónoma del poder elegido por el pueblo para gobernar? Hubo, sí, algunas tímidas expresiones en ese sentido, pero sin llegar a tomarse como un eje central de la postura. Tal vez, por la especulación de no acompañar ni fortalecer la posición de Carlos Heller, autor del proyecto de reforma a la Ley de Entidades Financieras que aún el Gobierno no hizo suyo, que quedó peleando contra las facultades otorgadas al Banco Central por la dictadura casi en soledad.
Mientras, la derecha alzaba la figura de Redrado casi como una bandera del republicanismo y hacía del Banco Central un ente intocable como una vaca sagrada en la India. El debate sobre la legitimidad de la autonomía del Banco Central quedó desechado.
Otro tanto pasó cuando el asunto a tratar fue el uso de las reservas. En este caso existió una postura desde el centroizquierda proponiendo un destino distinto para el fondo a constituir con reservas, pero no un debate estratégico sobre qué papel juegan las mismas en un país necesitado de una política de desarrollo y redistribución social ni sobre las atribuciones de un gobierno elegido por la voluntad popular para hacer uso de ellas. El centroizquierda, al conformarse con cuestionar la propuesta coyuntural presentada por el Gobierno para conformar el Fondo de Garantía a favor de los acreedores, se quedó otra vez a mitad de camino.
Dicho de otro modo, distinto hubiera sido el debate si en vez de limitarse a cuestionar al Gobierno, un sector de la oposición se hubiera encargado de debatir con la derecha sobre cuestiones de fondo que tienen que ver con el modelo impuesto entre los ’80 y los ’90, y en muchos aspectos económicos aún vigente.
Cuando el tema fue el embargo del juez de Nueva York Thomas Griesa contra las cuentas del Banco Central en aquella plaza financiera, volvió a quedar picando otra cuestión de fondo que el centroizquierda dejó pasar de lado. Si bien en este caso se trata de una cuenta operativa y no de depósito de las reservas, no es menos cierto que la plaza neoyorquina es, normalmente, la “elegida” por las distintas autoridades del Banco Central para colocar sus activos de cualquier especie. ¿Nadie tiene nada que decir para cuestionarlo? La derecha lo tiene claro: respaldó al juez Griesa, quien tendría mejor criterio que el gobierno argentino para disponer de los fondos soberanos, a su entender. ¿Y el centroizquierda? No abrió un debate sobre dónde se colocan las reservas internacionales y los fondos para el pago de cuentas externas. Nadie reflotó la idea del Banco del Sur como herramienta autónoma de la región, para habilitarlo como depositario de parte de las reservas y agente de pagos de deudas financieras, y a su vez para el uso de los fondos que le queden disponibles para proyectos de desarrollo e integración regional. ¿No era el mejor momento para tocar el tema?
No se trata de sostener que el Gobierno “hace todo bien” y que todos los que lo critican “están en contra de los intereses nacionales”. Eso es parte del debate político Gobierno-oposición que puede tener la validez, o no, de acuerdo con la oportunidad en que se plantea. Acá se intenta abordar otra cuestión: el debate de propuestas transformadoras, los cambios estructurales que hacen falta para poner al sector financiero al servicio de un proyecto de inclusión social por redistribución de riqueza y poder, la eliminación de trabas históricas impuestas por una dependencia económica y financiera que van más allá de las condiciones en que fue planteada esta deuda externa (que, dicho sea de paso, ya casi no tiene puntos de contacto con la pactada durante la dictadura). Nadie espera que estos temas sean puestos en agenda por la derecha. Que estos debates no los plantee el Gobierno, es parte de sus falencias. Que no los plantee una oposición de izquierda o centroizquierda, en cambio, es directamente cuestionador de su propia vigencia como tal, porque desequilibra peligrosamente el panorama de la discusión.
Así plasmadas las cosas, no es de extrañar que todo el debate económico esté corrido tan a la derecha. Y hacia allí quedará recostado, de aquí a las elecciones de 2011, si quienes tienen la responsabilidad de plantear algo distinto –desde el Gobierno o una oposición de centroizquierda– no reaccionan a tiempo.
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