ECONOMíA › DE COMO IÑAKI QUEBRO AL PAIS
› Por Rodrigo López *
En la página web del BCRA acaban de inaugurar un nuevo portal, “Banco Central Educa”, donde se presenta el Programa de Alfabetización Económica y Financiera (PAEF). El programa, de alcance federal, contiene actividades y materiales educativos para niños, jóvenes y adultos. En la sección Cuentos se destaca uno llamado “Iñaki Ventura y el misterio de las reservas”, donde con sorprendente actualidad se puede leer la ideología de Redrado y su equipo sobre el tema. El cuento arroja una moraleja sobre la utilización de reservas para pagar deuda, donde los intrépidos protagonistas desatan una hecatombe en el país llevando el dólar a 1500 pesos.
En 1972 Dorfman y Mattelart publicaron Para leer el Pato Donald, donde analizaban la conexión entre la cultura de masas y la ideología dominante. Denunciaban allí el rol que cumplía Disney haciendo apología del capitalismo. El cuento “Iñaki Ventura” de nuestro BCRA puede ser abordado con similares interrogantes.
La acción comienza en diciembre de 2011, en un pueblo de Argentina llamado “Barbas”, un “paraíso campestre”, que en 1935 había sido “una ciudad floreciente” o sea, “un frigorífico”, “una estancia”, descripción melancólica de la clase dominante de la Argentina agroexportadora. El papel de Tío Rico lo desempeña Don Edmundo Barbas, “un banquero y político que pocas veces visitó sus campos”, o sea un rentista. Ante el inminente remate del pueblo, interviene el protagonista Iñaki Ventura, “uno de los niños más populares del pueblo”, quien decide tomar las reservas del BCRA para salvar a su pueblo y pagar la deuda externa.
La elección del nombre Iñaki es difícil de asociar a un personaje argentino. Una explicación semiótica lo muestra como la conjunción entre las últimas y primeras letras del nombre y apellido de la Presidenta. Lo acompañam Jeremías, “que es su sombra”, y Paloma. Estos tres personajes recuerdan a los tres sobrinos de Donald, y están dispuestos a mandarse macanas. Lideran una “agrupación rebelde de magos de Barbas” (en la contratapa definida como “sofistas de Barbas”), y más adelante serán una “patota de jóvenes”, más cercanos a los drugos salteadores nocturnos de Kubrick, o el ERP en el Banade, que a los traviesos patitos.
Se enteran por el noticioso que las reservas superaron los 43.000 millones de dólares y se les ocurre ir por ellas. Van a ver al profesor Ranello “conocido en Barbas por ser el único experto en economía”, lo cual nos remite a la mítica figura de Cavallo, con su terminación “llo”. Este les pasa el dato de dónde queda el Central... Allí los domina la obsesión, “no sabían por dónde ir. Lo único que tenían claro era que querían llegar a las reservas”.
El cuento incurre en un llamativo error histórico cuando le hace decir a Paloma, “la más estudiosa y responsable”, que “su abuelo siempre contaba que un presidente llamado Juan Domingo Perón en 1944 dijo que no se podía caminar por el Banco Central por la cantidad de oro que había en sus pasillos”. En realidad, es una frase de los antiperonistas la zoncera de los lingotes de oro que impedían la circulación de los transeúntes por el pasillo. Además, Perón asume en 1946.
Como en las películas de ciencia ficción futurista, para 2031 describen un porvenir donde el agrobusiness se impone redondamente: “Ven campo y más campo”, “modernas máquinas, que parecían naves espaciales pero debían ser tractores, trabajaban la tierra. Y hombres voladores fumigaban y controlaban desde pequeñas alturas el clima que recibía la cosecha”. Finalmente, se hacen de las reservas: “Iñaki no lo dudó, mira obsesivo sobre las reservas” y las usa “para pagar esa deuda externa molesta por la que siempre protestaban todos”.
“–¡¿Por qué no usar las Reservas para pagar la deuda?!
–gritó furioso Iñaki.–¡No, no! –gritó Paloma, antes de que Iñaki diera la orden de envío–. ¡Eso está mal! Pero Iñaki no la escuchó y con rabia dio la orden igual.” La bóveda la abren “con un alambre”, a pesar de que Vélez Sarsfield ya había advertido que los bancos no se roban con ganzúas sino con firmas.
La hecatombe por desobedecer al “Guardián de las reservas” incluye una paranoia alentada por los medios: “Los diarios, radios y canales de televisión anunciaban que no había más Reservas en el Banco Central, y que el dólar subiría hasta valores impredecibles. La gente comenzó a correr a los bancos y a las casas de cambio a comprar dólares. ¡Pero no encontraban! Y cuando había, se vendían a precios exorbitantes, y crecientes. En un momento, el programa marcaba que un dólar valía 1500 pesos”.
El PAEF no sólo presenta recursos virtuales, sino que visitan cerca de 300 escuelas por año realizando políticas de “alfabetización económica”. Es loable que instituciones públicas se acerquen a la población, sobre todo las económicas (en España hay experiencia, y acá mismo en la AFIP). Pero este caso adolece de mensajes solidarios y es más bien una apología del liberalismo individualista. En el spot publicitario, Redrado mismo confiesa entusiasmado que el juego que más le gusta a él es “Bancándonos”: desafía “A ver cómo se bancan solos”, fiel reflejo de su Banco Central.
* Cátedra nacional de Economía Arturo Jauretche (UBA).
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