Mar 13.04.2010

ECONOMíA  › OPINIóN

Grupos concentrados fogonean aumentos de precios

› Por Francisco Dos Reis *

Los consumidores se acercan a las góndolas y ven que cada vez necesitan más dinero para comprar lo mismo. Los productos que más aumentan son los que componen la canasta básica de alimentos, fabricados por multinacionales y corporaciones económicas locales. Cuando llegan a sus casas, escuchan a los medios alertando que los precios parecen no tener freno. Placas rojas dicen que la vida es cada vez más cara y potencian las expectativas inflacionarias, mientras algunos economistas –protagonistas del neoliberalismo de los ’90– realizan advertencias tan irrepetibles como irresponsables sobre lo que pasará en los próximos meses.

El país cuenta con grandes ventajas que no ponen presión sobre los precios. Gracias a un modelo desarrollista y heterodoxo, la Argentina tiene superávit primario. Además posee reservas internacionales que le permiten mantener el tipo de cambio y estabilidad en todo el sistema financiero local. Y en los últimos años se registraron elevados niveles de inversión genuina.

Tampoco se presentan problemas en variables tradicionalmente tenidas en cuenta para determinar si hay inflación o no en un país, como el déficit fiscal, la emisión espuria de dinero (necesaria para cubrir el déficit), los agregados monetarios en relación con el PBI, la huida del peso y su consecuente miedo a ahorrar en moneda local, entre otras, tal como lo señala el adherente a Carta Abierta Jacob Goransky.

Entonces, ¿por qué dice Goransky que en la Argentina no hay inflación, sino alzas puntuales de precios? Porque desde 2003 el país tiene superávit fiscal; no hay emisión espuria de dinero (las compras de dólares del Banco Central se incorporaron a las reservas legítimas generadas por el superávit fiscal y se aplicó una política de permanente desendeudamiento); los agregados monetarios no dejaron de subir alcanzando cifras inéditas, y no se registraron corridas del peso, sino que, por el contrario, crecieron el ahorro y la inversión, y los comerciantes incentivan la venta en cuotas fijas y en pesos, en un plazo de hasta 52 meses.

Coincidiendo con esta línea de análisis, doy fe de que cientos de miles de pequeños y medianos empresarios argentinos apostaron al país e invirtieron en capital de trabajo o en la toma de mano de obra. Soportaron las desventajas en el financiamiento respecto de las grandes empresas. Pero dejaron su dinero en el sistema productivo.

Un empresario pyme que aumenta los salarios en un 20 por ciento sólo puede trasladarlo a sus productos en un 8 por ciento. Cuanto mucho, un 10 por ciento. De hacerlo en un porcentaje mayor, esa pyme perderá cuotas de mercado, caerá la demanda de sus productos, producirá menos y pondrá en riesgo los empleos que genera.

Las pymes representamos más del 70 por ciento de la demanda de mano de obra en la Argentina y el 40 por ciento del Producto Bruto Interno. Pero nuestro protagonismo no pesa cuando de formar precios se trata. Las pymes no podemos competir contra la capacidad de lobby concentrada que posee una multinacional.

Entonces, ¿por qué subas del 20 por ciento o más en determinados productos en el país? ¿Es casualidad que el impacto más alto se dé en la canasta básica de alimentos? ¿Quiénes producen esos alimentos? ¿Se trata de inflación real, generalizada, o de expropiación de la renta social por parte de determinadas grandes compañías?

Habría que analizar adónde van a parar los 10 mil millones de pesos que inyecta la Asignación Universal por Hijo. Y los fondos generados por las mejoras en los haberes de los jubilados y los aumentos de los salarios. ¿En manos de quién termina ese dinero al final de todo?

¿Es el mercado interno en su conjunto el que se beneficia con las fuertes inyecciones de fondos a la economía o sólo los grupos concentrados? ¿Motivará la intención concentradora de las multinacionales y corporaciones industriales los aumentos de precios en sus productos?

Cuando un sector tan importante de la cadena productiva como el agroalimentario aumenta fuertemente sus productos, por encima de la inflación normal que genera el crecimiento económico, es porque detrás se esconde una intención puntual: aumentar sus ganancias a costa de las necesidades del pueblo.

Por ello, las pymes insistimos en que no hay inflación, sino aumentos de precios fogoneados y concretados por esos grupos económicos concentrados. Son las corporaciones las que ajustan y hacen que todo suba. Finalmente, los buitres no son nada más aquellos que poseen títulos de la deuda pública argentina en el exterior. Hay otros buitres que están mucho más cerca y hasta nos afectan con mayor intensidad a los argentinos. Antes de hablar de inflación estructural habría que analizar la cadena de valor de cada rubro.

Y cuando volvemos a las miles de pymes que hay en el cordón industrial bonaerense, nos damos cuenta de que en este sector no tenemos la capacidad de lobby suficiente como para impulsar una campaña inflacionaria. Las pymes nos empobrecemos cuando se empobrece la sociedad.

Presidente de la Asamblea de Pequeños y Medianos Empresarios (Apyme).

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