ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: EL CRECIMIENTO PRODUCTIVO DE ROSARIO
La ciudad santafesina se adaptó rápidamente al nuevo modelo agroexportador y hoy es uno de sus principales exponentes. Allí se encuentran las plantas con mayor capacidad de procesamiento de aceite del mundo. También se destaca por el auge de la industria de la construcción y el turismo.
Producción: Tomás Lukin
Por Virginia Fernández *
Rosario ha cambiado, pero la región aún mantiene algunas de las características que marcaron su identidad productiva. La mayoría de las actividades llamadas “sucias”, industriales y portuarias, han migrado para el área metropolitana. Y la actividad primaria, esencial de la pampa húmeda, sigue envolviendo la metrópoli, y hoy produce principalmente soja. En la dinámica económica regional hay una estrecha relación entre los ámbitos rural y urbano, como siempre existió. Eso se refleja, por ejemplo, en el hecho de que más del 62 por ciento del valor bruto de la producción (VBP) industrial del Aglomerado Gran Rosario (AGR) se origine del complejo agroalimentario. El eje de dicha economía es la soja, con la cual se producen aceites y derivados.
Argentina no es la mayor productora mundial, pero sí es la más grande exportadora de aceite y harina de soja (productos con algún nivel de valor agregado). De hecho, ésta es una de las características que diferencian a la Argentina de sus competidores: produce más, mucho más, de lo que consume internamente. Y también posee una capacidad de procesamiento (industrialización) y un tamaño de sus plantas relativamente mayor que la de los países mencionados.
Las principales provincias productoras de oleaginosa son Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, produciendo cada una aproximadamente el 26 por ciento del total. Sin embargo, en Santa Fe, y en especial en la Región Rosario, se concentra cerca del 80 por ciento de la capacidad instalada para procesar dicha semilla –el 60 por ciento en manos de empresas multinacionales globales–. Allí se encuentran las plantas con mayor capacidad de procesamiento del mundo. Es decir, toda la pampa produce soja, pero es Rosario la que industrializa y despacha los granos, aceites y derivados al exterior.
Son varios factores territorializados en Rosario los que hicieron que se adaptara rápidamente al nuevo modelo agroexportador argentino. Se pueden resaltar la fertilidad de sus tierras y la tradición de la industria aceitera; la existencia de un sistema científico tecnológico; servicios calificados ofrecidos por la metrópoli; y la presencia de la tradicional Bolsa de Comercio de Rosario. Pero fundamentalmente, es la infraestructura asentada en la costa del río Paraná para las actividades portuarias la que le otorga a la región la ventaja competitiva mundial: la cercanía del campo a las plantas y puertos –los que fueron privatizados en los ’90– sumada a su privilegiada posición geográfica en el Mercosur.
El dato fundamental es que el valor agregado del “encadenamiento agroalimentario” industrial –la industria del aceite– es bajo. Dicho encadenamiento genera el 62,4 por ciento del VBP del Aglomerado, aunque agrega valor por sólo el 21,7 por ciento y genera apenas el 35,1 por ciento de los puestos de trabajo. Sin embargo, existe otro encadenamiento en la región, el de “construcción y metales”, que aporta sólo el 26,6 por ciento del VBP industrial, pero ocupa cerca del 60 por ciento de los puestos de trabajo y agrega casi el 48 por ciento del valor del territorio.
Entonces, los excedentes producidos por el sector agroexportador, aunque agreguen relativamente poco valor y generen trabajo, tienen un impacto indirecto a través de inversiones en la construcción y en la producción de la maquinaria agrícola. Es decir, la riqueza del campo actúa también de forma indirecta sobre el territorio, y eso es un dato positivo. Sin embargo, hay una potencialidad poco explorada, la cual dice respecto del tipo de industria y a la tecnología aplicada al procesamiento de la soja. El modelo agroexportador, fundador de la Región Rosario, puede generar más riqueza que la actual, y distribuirla de forma más equitativa.
Las ventajas del complejo oleaginoso están dadas casi en forma exclusiva por factores naturales y por inversiones colectivas o públicas acumuladas desde fines del siglo XIX. En contrapartida, las legislaciones en temas portuarios y de granos otorgan un amplio margen de maniobra a las empresas privadas para apropiarse de estas ventajas.
El desafío, nos parece, es definir la estrategia de desarrollo de nuestro país en la nueva economía global, sin dar la espalda a los principales excedentes que se están generando a través de la soja. Es necesario establecer un pacto político entre los principales actores socioeconómicos, por medio del cual se regule el uso de las ventajas del complejo y se garantice que los derechos a la exportación tiendan a la justicia social del país. Mas es urgente indagar las potencialidades de industrialización de todo el complejo en base a la soja, invirtiendo en proyectos de biotecnología, biocombustibles y de la industria química y de alimentos, por nombrar algunos, a fin de que el nuevo modelo agroexportador genere más trabajo y agregue más valor a la producción y exportación de nuestro país.
* Economista de la Universidad Nacional de Rosario, miembro de AEDA.
Por Oscar Sgrazzutti *
Rosario se constituyó como el centro de un área metropolitana económicamente orientada por las necesidades de un hinterland rural rico en recursos. Con el tiempo incorporó actividades industriales acordes con su contexto geográfico. Por tanto, la ciudad y su entorno pasaron exitosamente por dos etapas del proceso nacional de acumulación, durante las cuales se desarrollaron, inevitablemente, las actividades de servicio necesarias para los procesos productivos dominantes.
Los cambios de patrón de acumulación implementados desde mediados de los años setenta originaron un grave perjuicio económico en el área, que condujo a dos décadas de comportamiento errático, en las que se originó un perfil productivo más variado aunque, también, más orientado por las estrategias de supervivencia que por las dinámicas de un modelo de metrópoli que se desvalorizaba.
En la década de los noventa, en una Argentina que perdía parte de su industria, ya Rosario era una ciudad de servicios, rodeada de un conjunto de actividades agroindustriales deprimidas. Paradójicamente, se volvía más “hermosa”, descubría su río, se pensaba turística. Durante el cambio de década, en el marco de una nueva crisis “terminal”, revivieron un conjunto de actividades de refugio, se recuperaron “saberes” latentes y, en el desconcierto de la época, la ciudad y su entorno comenzaron a crecer de manera imprevisible.
Más allá de la capacidad de resistencia de lo que había sido un área pujante, se dieron dos fenómenos articulados que influyeron sobre las actividades de construcción, desatando un efecto multiplicador que, por ondas, fue incluyendo a nuevos sectores productivos. El primer fenómeno fue el vuelco hacia la demanda por viviendas de parte de los excedentes derivados de la agricultura, motorizados por los altos precios relativos y las apropiadas condiciones de la tierra de la región. El segundo, mucho menos mencionado, fue la aparición súbita de capital monetario retirado de los circuitos productivos en razón de la desconfianza respecto de la senda que seguía la economía y que, apenas se advirtió una señal consistente del cambio de tendencia, se incorporaron y enriquecieron la corriente de la “inversión” inmobiliaria. La renta agraria por sí sola no explica la rapidez del cambio de tendencia. Así, Rosario pasó de ciudad devoradora de mascotas hogareñas a urbe fabricante de edificios, preparada para convenciones y para el relax matrimonial de personas de buena posición. Es notorio que el nuevo siglo ha beneficiado a una ciudad sufriente. Pero, además, dicha expansión resultó mucho más incluyente y democrática que las dos décadas anteriores. La Encuesta Permanente de Hogares (EPH) ofrece algunos indicios al respecto.
Conviene indicar que la EPH provee información sobre los ingresos laborales de las personas del área, pero no permite valorar el aporte productivo de esos individuos. Sin embargo, puede inferirse su magnitud en función de la cantidad de horas totales trabajadas en el período de referencia. Salvo situaciones catastróficas, la producción total depende de la cantidad de horas trabajadas y ambas variables se mueven en la misma dirección.
Entonces, veamos un interesante juego de cifras. Entre principios de 1996 y de 2003 el ingreso total de los asalariados de todos los centros urbanos disminuyó un 18 por ciento. En el Gran Rosario la caída superó el 30 por ciento. Dado que el total de horas trabajadas no sufrió cambios significativos, cabe inferir que, salvo que se haya producido una muy fuerte caída en la productividad, los asalariados rosarinos soportaron el mayor peso de la crisis y se vieron más afectados que sus similares de otros aglomerados.
Entre mediados de los años 2003 y 2009 la situación se alteró radicalmente. La cantidad de horas trabajadas en el Gran Rosario creció más del 50 por ciento, superando en más de dos veces la variación registrada en los restantes aglomerados del país. Por su parte, el ingreso total de los asalariados se incrementó, en el mismo período, en casi un 150 por ciento (a precios constantes). Esta variación equivale a más del 16 por ciento anual acumulativo (11 por ciento para el total de asalariados urbanos). En la región no se advierte una caída apreciable de la productividad y el esfuerzo laboral (las horas totales trabajadas) se incrementó a razón de 7,1 por ciento anual. Por tanto, puesto que el ingreso laboral creció al doble del ritmo que la medida de producción que estamos utilizando, cabe inferir que entre 2003 y 2009 hubo una importante mejora en la situación de los salariados del área. Tal mejora se dio en dos sentidos: los trabajadores en relación de dependencia del Gran Rosario mejoraron su nivel de ingresos dentro de la propia comunidad y frente al conjunto de asalariados urbanos del país.
* Docente investigador de la UNR.
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