ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: QUé SE ENSEñA EN LAS CARRERAS DE ECONOMíA
En el escenario nacional, resulta difícil encontrar un cuerpo consistente de programas de estudios que se caractericen por su amplitud y pluralidad. Por lo general, predomina una lógica de abordaje de “sentido común” vinculada con la escuela ortodoxa.
Producción: Tomás Lukin
Por Leandro Marcelo Bona *
El advenimiento de la crisis que atraviesa el mundo desde hace más de dos años ha ratificado las dificultades que enfrentan las teorías económicas más difundidas para abordar este concepto. Exponentes del neoliberalismo y el neokeynesianismo identificaron el problema en el sector financiero, hecho que se puso en discusión en la reciente cumbre del G-20.
La noción de crisis asume un carácter exógeno o de “desvío del equilibrio” para la ortodoxia. Esto se sintetiza en la llamada teoría del Ciclo Real de Negocios, que entiende que las crisis surgen por efecto de shocks (siendo incapaces de describir la dinámica de los mismos) o bien en las denominadas Crisis de Primera, Segunda y Tercera generación, que hacen hincapié en ciertos condicionantes del sendero de crecimiento de una economía, y donde buena parte del cuerpo de sus argumentos está previamente esquematizado en heroicos supuestos de carácter irreal. La crisis, entonces, se define implícitamente como un “fenómeno” coyuntural posiblemente desconectado de las formas que encuentra el capital para recrearse y desarrollarse. De ahí que las posibles soluciones a las mismas se resuman, por ejemplo, en una nueva regulación de los mercados financieros para la crisis vigente.
A pesar de la sistematicidad de las crisis a lo largo y a lo ancho del mundo, y hacia delante y atrás en la historia de los últimos dos siglos, los exponentes de las líneas argumentales dominantes no ponen el acento en el posible carácter estructural o inherente a la lógica del capitalismo del surgimiento de las crisis. Para escuelas como la marxista, la estructuralista, la regulacionista y para algunos enfoques poskeynesianos, el concepto de crisis surge más bien como un modus operandi del capitalismo en su fase de reacomodamiento de ganancias y eliminación de competidores, en un proceso de concentración que no tarda en evidenciarse en la distribución del ingreso a escala planetaria.
Nuestro país ha sido un inmenso laboratorio de diversas y múltiples crisis durante toda su historia. Sin embargo, a pesar de estas innumerables experiencias, la formación en nuestros centros de estudios y fundamentalmente universidades, continúa divorciada de las visiones heterodoxas previamente mencionadas. Se trata de una paradoja de mayúscula envergadura: en uno de los países de mayor volatilidad y crisis recurrentes, la formación de economistas está desvinculada de su historia y sustentada en una única e importada cosmovisión de la ciencia económica. Esta realidad debe entenderse no sólo como un fenómeno limitado al campo del análisis de las crisis, sino como una problemática universal del conjunto de fundamentos estudiados en las carreras de Economía en las distintas facultades del país.
En el escenario nacional, resulta difícil encontrar un cuerpo consistente de programas de estudios que se caractericen por su amplitud y pluralidad. ¿Cuáles son las razones? En el comunicado elaborado por el Encuentro Nacional de discusión sobre Planes de Estudios de las Carreras de Economía (formado por estudiantes, docentes y graduados que organizan las Jornadas de Economía Crítica) se destacaba, entre otras cosas:
- La prácticamente nula cantidad de docentes con formación plural.
- La suscripción a una lógica de abordaje de la ciencia económica de “sentido común” vinculada con la escuela neoclásica u ortodoxa.
- La formación está apoyada (casi) únicamente en manuales que “edulcoran” y tamizan discusiones visiblemente más ricas en las obras originales.
- El escaso vínculo con otras ciencias, especialmente de índole social. En este sentido, se asocia a la ciencia económica con el campo de las ciencias duras.
A estas problemáticas, que reflejan las falencias propias del conjunto de nuestras universidades, se le debe incorporar una premisa fundamental que les da un sustento coherente: el rol político que tiene la formación de un profesional y, en este caso, el de un economista. La voluntad que han encontrado los exponentes de la heterodoxia para dotar de pluralidad a nuestras carreras más de una vez ha tropezado con los condicionantes políticos que promueven un modelo de formación sujeto a los intereses de ciertos sectores. Ejemplos de esto son el cierre de carreras de formación amplia, la expulsión y discriminación de profesores heterodoxos y la avanzada por reducir contenidos en el grado para llevarlos a los posgrados, a lo largo de los últimos cuarenta años.
Una vez más, una crisis pone de relieve la discusión sobre la formación de nuestras carreras. Mientras no se prospere en este debate, en las facultades se seguirá aprendiendo que con una tenue regulación financiera blindaremos a la economía de las futuras crisis. Hasta que surja una nueva.
* Estudiante de la Lic. en Economía (UNLP). Miembro del Centro de Estudios para el Cambio Social (Cecso).
Por Mercedes D’Alessandro *
Los planes de estudios de las carreras de economía vigentes en la mayoría de las universidades (con honrosas excepciones) responden a un esquema de pensamiento neoclásico, neoliberal, que considera que el objetivo del economista es “administrar recursos escasos para satisfacer fines múltiples”. Esa es la definición de economía que se estudia en los libros de texto. Este fin se logra maximizando el placer de los individuos a través del consumo de bienes y maximizando la ganancia de la empresa a través de la mejor combinación de factores productivos. Se utilizan modelos en donde se supone que toda la sociedad es equivalente a analizar a un solo individuo en una isla, un Robinson Crusoe, y que la producción social entera es asimilable a su producción: los cocos que obtiene de la palmera que crece en su islita. Esto que parece un cuento de niños, complejizado en fórmulas matemáticas, estadísticas y econométricas, es lo que se estudia en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.
Cuando se lo comento a amigos fuera del ámbito de la academia se sorprenden, les suena a una caricaturización de la cosa, hasta una exageración. Sin embargo, es lo que estudiamos y enseñamos en las carreras de economía. Esta caricatura sirve para discutir si el mercado es el mejor asignador de los recursos sociales, o lo es el Estado, si éste debe intervenir o no en los movimientos de las variables económicas, de qué manera. Esta visión de la economía tiene un sesgo ideológico muy pronunciado. Por una parte nos muestra un esquema de pensamiento en donde no hay conflicto de intereses. Este Robinson Crusoe es el trabajador, el capitalista, el dueño de la isla, ¡todo junto! ¿Cómo podría esta concepción explicarnos un piquete, un cacerolazo, cómo daría cuenta de los conflictos de distribución de ingreso que observamos en nuestro país a diario? No obstante, es la visión predominante y todo el fixture de materias se organiza en esta línea. Apenas se le dedican un par de asignaturas a analizar la estructura económica y social de nuestro país, o bien, la historia de sus políticas o procesos económicos. Ni hablar de Latinoamérica o sus autores, o teorías alternativas que explican los fenómenos económicos en vinculación con la política. Existen profesores desde luego que incorporan otras lecturas, sin embargo al no reflejarse en el plan de estudios oficial, hace que ellos mismos queden en offside constantemente desarrollando temas que no están en los programas, y que terminan superponiéndose y dándose de manera superficial.
Por otra parte, el enfoque tradicional entiende a la economía como una ciencia neutral, ajena a las cuestiones políticas, que plantea leyes económicas que parecieran imponerse al mundo como la ley de gravedad a los cuerpos, sin que medie ningún tipo de voluntad. Esta visión es un poco naïf si pensamos en la economía real: ¿el economista está fuera del mundo, desligado de intereses económicos, políticos y sociales? ¿Nosotros mismos lo estamos?
Pero entonces la cuestión es ¿qué es lo que esperamos de la universidad, qué espera la sociedad de ella? ¿Esperamos que forme científicos, políticos que busquen soluciones a los problemas que enfrentamos diariamente? O simplemente esperamos que forme trabajadores que atiendan las demandas de empresas privadas que buscan sostener sus niveles de ganancia a costa de salarios bajos, y sin ningún tipo de relación con ese ideal de una sociedad mejor para todos, inclusiva, etc.
Más allá de esta demanda, lo cierto es que docentes y estudiantes son los que llevan adelante el proceso de producción de conocimiento (científico) económico, y esto no es independiente de las decisiones que se toman por fuera del ámbito universitario. Si el ministro de Economía de turno o el gobierno, no aumentan el presupuesto de la universidad, la estructura ad honorem con la que funciona la mayor parte de la UBA tampoco permite desarrollar una carrera con carácter científico, crítico, generar investigación independiente. Si no hay salarios para todos, los que hay son bajos y las becas escasean, no hay incentivos para que el estudiante pueda proyectar una actividad académica.
Gran parte de los estudiantes está pidiéndole a la universidad lo que ella le está dando: una formación profesional para salir a trabajar (aunque con un título devaluado y con maestrías pagas). Otros (y los mismos) le piden algo que no les está dando: herramientas para solucionar el mundo, para solucionar los problemas de la pobreza, desocupación, etc. Lo que produce la universidad es conocimiento, el problema es al servicio de quién está puesto este conocimiento y cómo podemos hacer para apropiarnos realmente de él. No quisiera pintar al economista como el héroe que podrá salvarnos de las miserias que nos generamos, simplemente plantear que si esperamos colaboración en esta área de la ciencia, tenemos que replantearnos ¿qué se estudia en economía, y cómo se adapta la carrera a las necesidades sociales?
* Economista Facultad de Ciencias Económicas-UBA.
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