ECONOMíA › OPINIóN
› Por Artemio López *
“Ojo que el salario mínimo está adelantado y no atrasado. Tenemos el salario mínimo más alto de América latina”, sentenció el vicepresidente de la UIA y titular de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios, Daniel Funes de Rioja. “Desde 2002, cuando era de 200 pesos, hasta ahora, que es de 1500 pesos, subió un 650 por ciento. Creció más que todos los (salarios) de convenio de la industria y los servicios, las asignaciones familiares y las jubilaciones”, argumentó.
La comparación de Funes de Rioja arranca en el año 2002 cuando el 54 por ciento de la población era pobre, el 27 indigente y el 50 por ciento de los trabajadores informales, mientras el 30 por ciento de los asalariados que permanecían formales no superaban con su salario la línea de pobreza. Entonces la institución Salario Mínimo había sido congelada y finalmente demolida por el neoliberalismo como mecanismo histórico de protección para los asalariados de menores remuneraciones.
Al respecto, reforzando lo dicho, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) señala: Durante los años noventa, en un escenario en que muchos países aplicaron políticas de liberalización y apertura de los mercados de bienes y servicios y financieros, hubo voces que también propusieron eliminar el salario mínimo como una forma de dar mayor libertad a las fuerzas del mercado. Si bien muy pocos países en el mundo se han aventurado por el camino de la eliminación del SM, no han sido pocos los que deliberadamente han optado por debilitarlo como piso relevante de la escala salarial.
En su historia reciente, los países del Cono Sur practicaron algunos de estos enfoques, y en su aplicación debilitaron el instrumento al punto de que en muchos casos pasó a tratarse de una política desprestigiada. En los últimos años, sin embargo, en su mayoría han dado pasos concretos con miras a recuperar el SM como una política efectiva para proteger a los trabajadores de más bajos ingresos.
Las comparaciones de Funes de Rioja, con intencionalidad corporativa manifiesta, no tienen entonces fundamento real alguno. Cualquier aumento que parta desde la nada parecerá “colosal”, estimado Doctor. En efecto, luego de una década de congelamiento y finalmente estrepitosa caída entre 2001 y 2002 (el punto de base que sirve de referencia en la comparación de Funes de Rioja y su “650 por ciento de aumento”), el Salario Mínimo en Argentina se recompone recién a partir del año 2003 de manera sostenida, y se alinea con el de Chile y Brasil recién en el año 2004.
Dada la fijación de 1500 pesos como Salario Mínimo en enero de 2010, hoy en línea con la valorización de la línea de pobreza para un hogar tipo metropolitano y con una perspectiva inflacionaria en torno del 20 por ciento anual promedio y 30 por ciento en alimentos y bebidas, no cabe duda de que el nuevo Salario Mínimo a fijar no puede ser menor a 1800 pesos, o sea un 20 por ciento por sobre los niveles anteriores.
Se intentará con este aumento ya que no recomponer, al menos preservar el poder adquisitivo de la institución Salario Mínimo, respecto del valor de la línea de pobreza para cuatro miembros, y evitar que también en el ámbito formal se consolide y expanda el fenómeno del trabajador pobre, tan frecuente en el mercado de trabajo diseñado durante los años noventa y cuyos efectos, aunque atenuados, aún perduran: trabajadores ocupados plenos con remuneraciones menores al umbral de la pobreza de su hogar de residencia.
* Director de la consultora Equis.
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