ECONOMíA
› OPINION
Vuelta a la normalidad
› Por Claudio Scaletta
La agenda económica de 2003 se acelera. En vísperas de la llegada de una nueva misión del Fondo Monetario Internacional, el Gobierno dio una clara señal de que ya no le interesa seguir transformando el superávit comercial en reservas internacionales. A tono con las demandas de los organismos financieros y de los poderes locales, desarmó el grueso de los controles cambiarios. Podría decirse que era sabido que un país en el que el 70 por ciento de sus principales empresas son de capital extranjero no podía mantener indefinidamente restringido el giro de utilidades al exterior. Además, dado el nuevo peso de las exportaciones en la demanda global, la capacidad del lobby sectorial terminaría derrumbando las limitaciones a la libre disponibilidad de divisas. Finalmente, las cosas volvieron a la normalidad.
El control de cambios con fuerte superávit comercial significaba aumento de la oferta de dólares. En su momento, las restricciones le sirvieron a Roberto Lavagna para estabilizar el valor de la divisa, pero el remedio resultó excesivo y el precio comenzó a disminuir. Así, tras la disparada del 240 por ciento desde el fin de la convertibilidad, y contra lo que indicaría el sentido común, la baja del dólar comenzó a amenazar al “nuevo modelo”, tanto desde el punto de vista fiscal como de la mejora competitiva de las exportaciones.
Desde la perspectiva fiscal, porque los principales ingresos tributarios provienen de las retenciones a las exportaciones y están por ellos dolarizados. Si baja el dólar, entonces, el Estado obtiene menos pesos para hacer frente a sus obligaciones.
Por el lado de las ventas al exterior, debido a que la única mejora competitiva real de la economía argentina se basa en el desplome de los salarios en dólares, esto es, en la sobreexplotación de los asalariados mantenidos a raya con el 20 por ciento de desempleo.
En pocas palabras, salvo a quienes carecen de poder de decisión, la baja del dólar no le convenía a nadie.
Pero lo sorprendente del nuevo modelo sostenido por la dupla Duhalde-Lavagna es que va en sentido contrario a las tendencias mundiales. Mientras en Argentina la caída libre de los salarios llevó el consumo interno a sus mínimos históricos, en los países centrales —el plan anunciado esta semana en los Estados Unidos es el mejor ejemplo— se desviven por reactivar invirtiendo esta secuencia, esto es, que el aumento del consumo traccione a la producción. Una vez más la Argentina marcha a contrapelo.
Con el progresivo desarme de los controles cambiarios, se disipa también la posibilidad de que el dólar continúe bajando y restituya poder de compra a la mayoría de la población. A pocos días que Lavagna amenazara con aplicar retenciones para bajar los precios de la canasta alimentaria, los ímpetus quedaron archivados y sólo quedó el posible maquillaje de los acuerdos sectoriales. La lucha contra la indigencia seguirá la vía del selectivo reparto duhaldista de 150 lecops, cifra que, vale recordar, se encuentra cada vez más lejos de los 326 pesos en que se valuó en diciembre la canasta básica de alimentos.