Dom 12.01.2003

ECONOMíA

Vísperas de un acuerdo que dejó de obsesionar a los argentinos

El superávit externo restó dramatismo a la negociación con el FMI, cuya actual misión culmina mañana las últimas discusiones previas a la probable firma de un arreglo que refinanciará los vencimientos de medio año. Duhalde reafirmó que no habrá pagos.

Una puja por las apariencias y otra por la estrictez del ajuste están agitando las negociaciones finales entre la Argentina y la misión del Fondo Monetario, que permanecerá en Buenos Aires hasta mañana, cuando cerrará su estancia tras reunirse con el ministro de Economía, Roberto Lavagna, llevándose de aquí la que debería ser la redacción final del memorándum de entendimiento. Lo de las apariencias se refiere a la discusión sobre quién deberá mover primero: si el FMI, anunciando la luz verde para el acuerdo, o la Argentina, girando antes, como definitiva prueba de sometimiento a las normas, los 1065 millones de dólares que le vencen con el organismo este próximo viernes. Como dos días antes vencen 800 millones con el BID, y además quedó impaga desde noviembre la famosa deuda con el Banco Mundial por 726 millones, además de otras facturas menores, el Fondo pretendería incluso que todo quedase saldado antes de firmar. Esto implicaría para el país gastarse casi el 30 por ciento de las reservas del Banco Central, confiando en recuperarlas en pocos días, tras la consumación del acuerdo, asumiendo el riesgo de algún cortocircuito. Pero ayer el presidente Duhalde volvió a descartar toda posibilidad de seguir pagando antes de tener en la mano el nuevo entendimiento con el Fondo. De todas formas, y según filtraciones de Economía, no estaría del todo excluido poner a disposición del organismo internacional los mencionados 1065 millones para salvar las formas, siempre que ya no quepan dudas sobre la exitosa coronación de la extensa tratativa.
Mientras tanto, la actual comitiva del FMI, encabezada por John Dodsworth (segundo de Anoop Singh) y John Thornton (encargado específicamente del caso argentino), ha seguido mirando con lupa las proyecciones fiscales que les muestra el secretario de Hacienda, Jorge Sarghini. La preocupación está centrada en el déficit presupuestario del primer trimestre, ya que la única manera de financiarlo es con emisión del BCRA. Si las necesidades de financiamiento del Tesoro resultasen superiores a las previstas, el programa monetario del Central quedaría desbordado, y éste debería reabsorber pesos. Para ello cuenta con sólo dos instrumentos: la colocación de letras (lebac) y la venta de reservas, recursos ambos muy costosos. “Nos van a dejar un camino muy finito”, dijo a Página/12 uno de los interlocutores argentinos refiriéndose a la severidad de los cálculos.
Todas estas discusiones apuntan a la refinanciación por tres años de vencimientos por 7300 millones de dólares, que se operan durante este primer semestre. Con ello, Eduardo Duhalde podría concluir su gestión con relativa calma, sin la mácula de haber generalizado el default que declaró su antecesor, Adolfo Rodríguez Saá. Pero el próximo gobierno se encontrará con un acuerdo a punto de expirar y la imperiosa necesidad de iniciar otra negociación con el FMI para labrar un esquema de más largo alcance, además de sentarse a discutir en paralelo con los acreedores privados del exterior. “El Fondo cree que deben hacerse reformas más profundas en algunos aspectos de la política económica, pero esa será tarea del próximo gobierno”, dijo ayer el Presidente. En su peculiar interpretación, esto implica “dejarle las manos libres” a su sucesor. Lo cierto es que también le lega serios problemas estructurales cuya resolución no ha sido ni siquiera iniciada por el actual gobierno provisional.
Internamente, así como la tensión extrema a la que se llegó con los organismos multilaterales al caerse en default con el Banco Mundial no generó inestabilidad, no impidiendo siquiera que el peso recuperase algún terreno frente al dólar, tampoco se aguarda un impacto espectacular por la firma del acuerdo. De hecho, después de la desproporcionada devaluación del peso, precipitada por una gigantesca fuga de capitales, el drástico ajuste de la economía generó un superávit externo tan amplio como para que se perdiera de vista la necesidad de mantenerse en regla con las agencias multilaterales de crédito.
Curiosamente, en el momento en que la Argentina tiene absolutamente cerrado el acceso a los mercados financieros, a los que no les paga lo queles debe, la relación con los organismos públicos internacionales no obsesiona a los operadores locales. Una vez que se adoptó el remedio de no pagarle tampoco al Fondo, ni al Banco Mundial ni al BID, quedó despejada la mayor fuente de preocupación: el drenaje de las reservas, que al momento de ese “no va más” argentino había consumido 4300 millones de dólares. La táctica de cesar en los pagos mientras el FMI mantuviese su hostilidad hacia el país, notoria en las actitudes de su pareja conductora, Horst Köhler y Anne Krueger, parece próxima a dar sus frutos.

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