Lun 13.12.2010

ECONOMíA  › TEMAS DE DEBATE: LA CRISIS EN GRECIA, IRLANDA, PORTUGAL Y ESPAñA

Europa en su laberinto

Las razones que llevaron a economías que hasta hace poco eran puestas como ejemplo para el mundo y hoy se estremecen. Las consecuencias de la aplicación de las recetas de ajuste y los riesgos de una mayor propagación de los problemas.

Chaleco de fuerza

Por Mario E. Burkún *

La especulación con dinero caliente en los países europeos comenzó en los años ’90. Tuvo distintos altibajos hasta que la Unión Europea dio un salto cualitativo de integración continental en política económica con la firma de los acuerdos de Maastricht. Se unificó la mayoría de las monedas de los integrantes de la UE a través de la creación del euro y se fijaron límites para las posibilidades de déficit presupuestario. Estas normativas constituyen un “chaleco de fuerza” para los países miembros en caso de que su realidad nacional se complique y llegue a transgredir la rigidez que se instala en la política monetaria.

Mientras se crecía en producción y en consumo todo iba bien: años de bonanza y de acompañamiento de la expansión del gigante alemán como motor de la Unión en su expansión hacia los países del Este europeo y de competencia por los recursos naturales en Africa y en América latina. A partir de la eclosión de los préstamos bancarios y de las inversiones en valores de alto riesgo en el mercado financiero internacional, comenzaron a manifestarse las inadecuaciones entre lo real y lo imaginario en el sistema europeo.

El auge de los préstamos del sistema bancario alemán y el franco-belga–luxemburgués facilitó el endeudamiento en Grecia y España, y se trasladó a especulaciones de corto plazo, turismo y servicios. Algunas de las manifestaciones de la crisis que todavía continúan en España y Grecia son los altísimos niveles de desocupación, la imposibilidad de pago, la fragilidad de la banca regional, la debilidad del sistema de seguridad social y los planes de ajuste forzado.

En el caso de Irlanda y Portugal, los efectos son similares, pero tienen algunas particularidades interesantes de analizar. Ambos países son ejemplos de flexibilidad del mercado laboral, de altas tasas de crecimiento en la inversión en servicios de punta, tecnológicos y de generación de oportunidades de negocios internacionales, junto con las formas tradicionales de especulación inmobiliaria, en operaciones financieras de alto riesgo y en lavado de dinero. En el caso de Irlanda (junto con Islandia), sirvió como una gran plataforma offshore tanto tributaria como financiera, con respecto a las pautas de la Europa continental y sobre todo de la banca operativa en el Reino Unido. De allí que, en el primer momento de expansión de la crisis internacional, las primeras intervenciones de rescate masivo del sistema bancario fueron en estos dos países de forma de garantizar a los depositantes sus ganancias especulativas.

El monto de estos rescates no alcanzó para calmar el “mercado” y las propuestas de solución fueron cambiando desde una intervención directa de rescate de las operaciones “tóxicas” con la creación de una banca específica con ese fin, acompañada de préstamos a los deudores hipotecarios y al consumo de masas, hasta un ajuste tradicional con intervención estatal e implementado por el Fondo Monetario Internacional. Mientras que la reunión del G-20 en Londres presentaba algunas propuestas de corte keynesiano –apoyo al consumo, defensa del empleo y un rescate masivo de los bancos–, la última reunión del G-20 en Corea del Sur le dio nuevamente poder al FMI para ejecutar los ajustes tradicionales. Los países de Europa se encuentran en una situación de debilidad estructural, no sólo financiera sino que también experimentan la destrucción de sus redes de contención social.

El período que se avecina en Europa no es de calma social. Las dificultades de países como Irlanda, España, Portugal e Italia son mayores a medida que el resto de Europa parece mejorar lentamente su situación.

Pensar en dos sistemas bancarios –uno más regulado y con previsiones frente al riesgo, y otro más flexible pero pasible de especulaciones tóxicas– es un debate que hoy surge en el seno de las autoridades económicas europeas.

El otro intríngulis es la permanencia del chaleco de fuerza del cumplimiento de las pautas de Maastricht y la existencia de la moneda común. Es probable que la definición del poder real sea continuar a toda costa con el rescate bancario, inyectando las cantidades de liquidez que sean necesarias. Al mismo tiempo se ponen en práctica medidas de ajuste laboral, en la previsión social y en el sistema de salud. Esto lleva a sistemas de representatividad poco democráticos en lo que respecta a los derechos humanos y sociales para el próximo decenio en la Europa integrada. Esto no significa que cambie el rumbo de la UE con respecto a la defensa de su sistema monetario y político, pero sí puede llegar a cuestionar a mediano y largo plazo las formas de alianzas en el llamado mundo occidental: entre Europa y Estados Unidos, y entre Alemania y Rusia.

Lo interesante de esta debacle financiera es que su transmisión puede no tener límites geopolíticos definidos. De allí la importancia de tener buenas definiciones políticas de alta velocidad de respuesta proteccionista si así lo requieren las circunstancias en América del Sur, por el momento una región privilegiada frente a la crisis internacional.

* Doctor en Economía. Director de Escuela de Posgrado Universidad Nacional de La Matanza.


¿No hay alternativa?

Por Enrique Aschieri y Demián Dalle *

Dentro de la crisis, las crisis vienen sucediendo. Mientras se aguarda que Portugal y la mucho más significativa España entren a escena, ahora es el turno de la afamada pero mínima Irlanda. Todo para abajo, a excepción del ajuste, que va para arriba. ¿Por qué cada economía que cae se resigna a la inevitable brutalidad del mercado y hace honor al slogan que enunciara Lady Margaret Thatcher para justificarla: “There Is No Alternative” (“No hay alternativa”, TINA)? Lo único que hacen es zambullirse en las aguas congeladas de la TINA de la deflación y el desempleo subsiguiente, cuando ciencia y experiencia indican, por el contrario, que en caso de crisis lo apropiado es más gasto e impulso a la inflación. La respuesta inmediata es que la estampida de capitales que se alentaría si los acontecimientos toman tal curso vuelve peor el remedio que la enfermedad. Algunos, incluso, acusan al euro por imposibilitar la devaluación que tal sendero supone. En tal caso, el busilis comprende a toda la UE. Pero Inglaterra, que no está dentro del euro, también se tiró de cabeza a la TINA y Japón hace como dos décadas que sigue enjabonándose.

En este estado de cosas, la coordinación internacional volvería posible lo que ahora no es. Vale recordar que antes que Bretton Woods colapsara, en los diferentes planes para tornar más adecuado el sistema monetario internacional, tipo Triffin, Keynes, Giscard d’Estaing, etc., lo que se buscaba –en última instancia–, de una manera o de otra, era la internacionalización de las ventajas del sistema, lo que implicaba e implica la internacionalización del crédito, porque esas ventajas no pueden ser alcanzadas más que por una moneda fiduciaria internacional que reemplace al connubio dólar-oro de entonces y al dólar soltero de ahora. No obstante, la internacionalización del crédito sólo puede ser instituida por un organismo regulador supranacional difícilmente digerible por las grandes potencias; antes y ahora. Ahí se encontraba y encuentra el límite de todos estos planes.

Aquí y ahora, entonces, deflación y lágrimas, pues de momento que los dólares son automáticamente convertibles en la moneda nacional de un país ante su instituto de emisión, permite a los tenedores de dólares abstenerse de convertirlos durante un tiempo más o menos prolongado e invertirlos. Esos créditos en dólares pertenecientes a no residentes norteamericanos se colocan en cuentas de los bancos del país que se trate. Por su movilidad y por la masa involucrada, constituyen una amenaza permanente de graves perturbaciones para todo país, pues pueden afluir en cualquier momento y reclamar en moneda nacional. Es a eso que se le antepone el escudo salvador de la deflación, si por salvación se entiende la silenciosa masacre del ajuste.

Con todo, sin embargo, el asunto clave es que las reservas y el financiamiento internacional devienen una función del déficit de Estados Unidos. Entonces, o bien EE.UU. deja correr su déficit y sobre el sistema se yergue el peligro de la pérdida de confianza en esa moneda –como ocurre en la actualidad–, o arregla sus finanzas y reabsorbe el déficit y de un solo golpe seca la fuente que alimenta y hace funcionar el sistema. Esto no es una contradicción cualquiera, es la contradicción más seria que está en el fondo del escenario de crisis actual. Es este desangelado segundo escenario el que parecen tener en mente los dirigentes europeos y del resto de los países para actuar en consecuencia a gran costo político. Si los valientes quieren dar una “guerra de monedas”, deberían estar avisados de que el fabricante de balas estaría pensando en bajar acentuadamente su producción. La inadvertida, larguísima y terrible sombra de la disputa seminal entre Woodrow Wilson y Henry Cabot Lodge presiona como nunca las cabezas de hoy. Habría una salida no maltusiana, pero la eterna disputa por la manija mundial impediría su puesta en marcha.

Si por esos azares de la historia se alcanzara un acuerdo, aun así se está tentado a sospechar que se trataría de una condición necesaria, pero no suficiente, toda vez que, como atinadamente estableciera Immanuel Wallerstein, las crisis no son otra cosa que “una falla del sistema a causa del modo en que opera el sistema mismo”. Y el sistema operó aumentando el gasto público en los países centrales hasta la mitad del PIB. Desde la inconvertibilidad del dólar –acaecida en 1971–, las disputas por la distribución del ingreso se resolvieron aumentando el tamaño del Estado. Mientras el aumento del gasto público amortiguaba, los países desarrollados podían negociar una solución de compromiso entre desempleo, crecimiento e inflación, y ésta se expresaba en la errática marcha del tipo de cambio. ¿Cuál es el tope al tamaño del Estado? Esa es la cuestión.

* Economistas y coordinadores del Departamento de Economía Internacional de la Sociedad Internacional para el Desarrollo (www.sidbaires.org.ar).

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