ECONOMíA › OPINIóN
› Por Alfredo Zaiat
El miércoles y jueves de esta semana se reunirán en Buenos Aires los ministros de Agricultura de los países que integran el G-20. Los ministros de Economía, Amado Boudou, y de Agricultura, Julián Domínguez, en conjunto con el titular de la cartera de Agricultura de Francia, Bruno Le Maire, país que ostenta la presidencia del G-20, son los anfitriones de este evento. Con la participación de organismos internacionales (FMI, Banco Mundial, Cepal, FAO, entre otros) tratarán los desequilibrios que provoca el alza de los precios de las materias primas, en especial el de los alimentos. El G-20 está integrado por la Unión Europea, los países del Grupo de los Ocho (Estados Unidos, Alemania, Canadá, Japón, Italia, Reino Unido, Francia y Rusia), Corea del Sur, Argentina, Australia, Brasil, China, India, Indonesia, México, Arabia Saudita, Turquía y Sudáfrica. El alza de los alimentos está generando presiones inflacionarias y tensiones sociales por la caída del poder adquisitivo de la población, que fue uno de los disparadores de las revueltas populares en naciones árabes. Países centrales liderados por Francia e instituciones multilaterales orientan la responsabilidad de la suba de los alimentos hacia los países productores, planteando la necesidad de regular los precios y de eliminar restricciones (cupos de exportaciones, retenciones) al comercio internacional. Esa posición, como gran parte de las iniciativas que impulsan las potencias del G-20, apunta a proteger a los máximos exponentes del sistema financiero global. Más allá de líneas discursivas y maquillaje en normas regulatorias impulsadas por el G-20 y el FMI, el funcionamiento de las finanzas no se ha alterado y continúa siendo el principal perturbador de la estabilidad de las economías en el mundo. También en el mercado de alimentos.
Si bien existe una mayor demanda de commodities agropecuarios por la irrupción de China e India y la producción de biocombustibles, el fuerte incremento de los precios no tiene su origen solamente en deficiencias en la oferta, que a la vez ha registrado un sendero ascendente. La oferta y demanda en términos reales se desarrollan en tensión por esos cambios estructurales que explican el ciclo alcista de los granos. Pero la sobrerreación de la suba, que está generando una situación de inestabilidad social y pone en riesgo la soberanía alimentaria de muchos países, está motivada por un frenesí especulativo que los países dominantes del G-20 no tienen la intención de afectar. Lo que está pasando hoy con las materias primas de alimentos es una cuestión que viene determinada principalmente por los derivados financieros, y no por un tema de oferta y demanda de los bienes.
La intervención de bancos de inversión de Wall Street en el mercado de las materias primas es la causante de la agudización de desequilibrios globales, que en el tema de los alimentos se traduce en un mayor porcentaje de población que padece hambre en el mundo. En 1991, la banca Goldman Sachs diseñó un nuevo producto de inversión denominado derivado financiero, que consistía en un índice que reunía a 24 productos básicos, desde metales preciosos y energía hasta café, cacao, carne, maíz, soja y trigo. Ese fue el puntapié inicial. Durante una década ese índice no fue un vehículo de especulación desenfrenada porque los financistas estaban de fiesta con acciones de las puntocom, con deuda de los países periféricos, con créditos hipotecarios (subprime). En 1999 la Commodities Futures Trading Commission abrió esa puerta al desregular los mercados de futuros. Desde es momento las bancas pudieron jugar en toda dimensión en los mercados de granos, plaza que era un reducto accesible para operadores vinculados con la producción y comercialización de granos.
El mercado de futuros de granos se instaló después de la Guerra Civil en Estados Unidos con el objetivo de proteger a los agricultores de los riesgos inherentes a esa actividad, además de buscar estabilidad en los precios de los alimentos. A lo largo de su historia, en ese mercado intervinieron los productores y el resto de los protagonistas de la cadena hasta el vendedor final de alimentos. Operadores que se dedican a comprar y vender granos. También participan los especuladores, que no producen ni consumen, ni le interesa comprar y vender el producto físico. Su meta es comprar barato y vender a un precio más alto. La intervención de ese especulador tradicional es el que genera un movimiento más intenso de ese mercado.
La irrupción de la banca de inversión de Wall Street en esa plaza incorporó un integrante de peso que alteró ese funcionamiento. Los índices que diseñaron con materias primas como activos subyacentes son indiferentes a la operatoria de compraventa de granos. Transformaron una inversión en productos básicos, que antes era competencia de especialistas del sector, en una opción financiera altamente especulativa. Ya no importaba la magnitud de la cosecha, los stocks de intervención, las existencias o los requerimientos de la demanda. Los financistas, para defender sus propias posiciones apostadas en esos índices, van realimentando con más fondos el ciclo alcista. A diferencia de los activos bursátiles, esas subas generan inflación por el incremento de los precios de los alimentos. La evolución del giro de ese negocio refleja esa intensidad: desde el 2000 ha aumentado en 50 veces la inversión en fondos de índices de productos básicos. Por caso, en 2003, el mercado de futuros contabilizaba un volumen de 13 mil millones de dólares, y en un solo mes (julio) de 2008 alcanzó los 318 mil millones de dólares. Este impresionante salto estuvo motorizado por la crisis financiera global, puesto que las bancas sobrevivientes gracias al salvataje dispuesto por los Estados volcaron sus excedentes al negocio de los commodities luego de provocar un desquicio con otros activos, como con las subprime. Desde entonces la inflación de los alimentos es una de las características de la economía mundial.
El casino global transfirió sus fichas a la mesa de juego de las materias primas agropecuarias. Entre 2005 y 2008 el precio mundial de los alimentos aumentó un 80 por ciento, y luego del shock por la caída de Lehman Brothers siguió subiendo hasta alcanzar máximos históricos en el primer trimestre de este año, según el relevamiento realizado por la FAO. El índice de Goldman Sachs ya no cotiza solo, sino que ese menú diseñado por bancas de inversión está integrado por otros 220 índices de todo tipo de materias primas. Esta configuración del mercado ha generado que “la oferta de alimentos del mundo no sólo tiene que enfrentarse a las limitaciones de la oferta y a los aumentos de la demanda de grano, sino también a este espurio mecanismo de alza artificial de los precios de los granos creado por la banca de inversión”, explica el especialista estadounidense Frederick Kaufman en el artículo “Cómo Goldman Sachs causó la presente crisis alimentaria”. De esa forma se ha consolidado un círculo perverso: cuanto más aumenta el precio de los alimentos, más dinero ganan los banqueros y más inflación se genera. En esa dinámica el poder se encuentra en el sistema financiero global y sólo la decisión coordinada de los países del G-20 puede empezar a ordenar ese desastre provocado por los banqueros. Habrá que detectar si los líderes de las potencias deciden enfrentar esa situación con una mayor regulación y firmeza para exigir transparencia en los mercados o continúan subordinados a una alianza con la banca que mantiene en zozobra sus economías.
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