ECONOMíA › EL ORIGEN DEL CONFLICTO COMERCIAL CON BRASIL. ASIMETRIAS JAMAS RESUELTAS Y MECANISMOS DE COMPENSACION INELUDIBLES
El choque de intereses comerciales entre ambos países y su historia. Las ventajas brasileñas y los compromisos no cumplidos. Las necesidades de compensación de Argentina. Qué cambió a partir de 2003. Qué diferencia a Dilma de Lula. Cómo sigue el conflicto.
› Por Raúl Dellatorre
Las autoridades argentinas se preparan para una semana movida en las negociaciones con sus pares brasileños. Mañana y pasado, los secretarios de Industria de cada país mantendrán encuentros en Buenos Aires con premisas distintas. Alessandro Teixeira, de Brasil, deberá responder a las expectativas del poderoso lobby industrial paulista, representante de un bloque económico que no pasa por su mejor momento. Eduardo Bianchi deberá recordar y hacer valer en la mesa de negociación, en tanto, que la aplicación de licencias no automáticas a las importaciones no es un capricho ni una medida unilateral de Argentina, sino las compensaciones a favor de la industria nacional frente a las asimetrías respecto de su par brasileña y el incumplimiento de Brasil en el compromiso de atenuar los subsidios y prebendas nacionales y estaduales vigentes, que perjudican a sus socios. En la forma en que se exponga el conflicto en estos días y la comprensión que pueda tener Brasil del planteo argentino, también quedará en evidencia si algo cambió, y en qué medida, entre la postura de Lula frente a la relación comercial con Argentina y la que sostiene el gobierno de Dilma Roussef respecto del tema.
Los conflictos comerciales entre Argentina y Brasil no son un tema nuevo. La asociación en un bloque regional, el Mercosur, no resolvió todos. Incluso las normas incluidas en ese acuerdo comercial son eludidas frecuentemente mediante interpretaciones antojadizas o, simplemente, ignoradas. Mercosur tampoco ha tenido una experiencia de construcción muy loable en lo que a solidaridad se refiere. Los socios grandes (Brasil y Argentina), en vez de ayudar a los chicos (Uruguay y Paraguay), las más de las veces han impuesto sus propias políticas comerciales sin contemplar si con ello perjudicaban a sus socios menores. Con demoras, escuchan los reclamos de los últimos y contemplan algún tipo de compensación, siempre insuficiente para equilibrar el perjuicio. En la relación particular entre Argentina y Brasil, al primero le toca jugar el papel de “socio menor”. Las condiciones no son diferentes de lo que ha sido la regla práctica del bloque en materia de imposición de políticas comerciales.
El Mercosur nació a mediados de los ’80. Durante toda la década del ’90 fue evidente que las políticas de subsidios a la industria brasileña tanto a nivel nacional como estadual, en materia de desgravaciones y facilidades crediticias sobre todo, significaban un fuerte desequilibrio a favor de ese país respecto del resto. Como las ventajas comparativas de la industria brasileña respecto del resto eran una realidad asumida por el conjunto, en particular en el caso argentino en el que la política oficial parecía hacer todo lo posible para seguir desmantelando su propia industria, las quejas por los desequilibrios se convertían en reclamos de rutina, sin más efecto práctico que eso. Pero algo cambió a partir de 2003.
Con sentido práctico, el gobierno de Néstor Kirchner empezó a advertir a sus pares de Brasil que si ese país no corregía los de- sequilibrios, incumpliendo normas del Mercosur, Argentina aplicaría compensaciones a favor de su propia industria. A medida que se recuperaba la economía y el consumo doméstico, este tipo de medidas fue una de las herramientas con las que se logró ir moviendo una parte de la mayor demanda a favor de los sectores manufactureros que se recuperaban. Aun a costa de quitarle cuota a la oferta de productos brasileños importados. Era una necesidad del proceso de recuperación, pero también una política de compensaciones contemplada en el equilibrio postulado por el Mercosur.
En más de una oportunidad, Kirchner le explicó a su par brasileño, Lula da Silva, que no se trataba de medidas arbitrarias, sino de equilibrar asimetrías existentes. Lula le debe haber explicado también y a su modo a su amigo santacruceño, que desmontar todo el esquema de subsidios a la inversión, la producción regional, el empleo, el crédito y demás que existe en Brasil era una meta inalcanzable.
Los brasileños sienten que funcionan bien así. Argumentos no les faltan. Además, pretender que discriminen entre subsidios en general a la industria de aquellos que puedan impactar en detrimento de sus socios del Mercosur, para eliminar “sólo” estos últimos, es materialmente impracticable. De modo que ese esquema de subsidios jamás se eliminará. Del mismo modo, desde Argentina se asumió ya desde ese momento que la aplicación de medidas compensatorias a favor de la industria local sería una herramienta de uso permanente. Lula y Kirchner lo entendían así. Lula debería ocuparse de hacérselo entender a los empresarios paulistas o contener sus críticas. Eso se llama, simplemente, política. Nada nuevo para un presidente nacido en el Nordeste brasileño, pero criado y formado políticamente en las luchas sindicales de las fábricas metalúrgicas de San Pablo.
En los últimos tres años, Argentina “perfeccionó” las herramientas de compensación. Para un especialista en la materia (no sólo en comercio exterior, sino fundamentalmente en políticas de intervención pública) consultado por este diario, “la ventaja de las licencias no automáticas por sobre las medidas paraarancelarias, es que no encarece los productos sino que administra volúmenes, manejando los tiempos y direccionando quién importa y quién no”. Por ejemplo, favorece la importación para quienes además producen en el país, respecto de otros que son importadores puros. O favorece la entrada de un producto de un país socio del Mercosur, de la oferta del mismo producto de un origen extrazona. Con este último criterio, Brasil se ha visto beneficiado frente a competidores asiáticos, por ejemplo, aunque en la mesa de negociación no lo reconozca.
Las licencias no automáticas son permisos de importación que se aplican sobre una importante nómina de rubros industriales. El importador debe presentar el pedido de ingreso al país del volumen a importar y esperar que el Ministerio de Industria lo autorice. Este, en consulta con la Secretaría de Comercio, decidirá en qué momento se permite el ingreso. La herramienta, hoy aplicada para compensar los desequilibrios con Brasil, no fue utilizada fundamentalmente “en contra” de los productos de ese origen, sino que cumplió un papel más trascendente frente a la crisis mundial. El incremento de la oferta mundial, por retracción de compras en los países centrales, y a la vez las necesidades de divisas de una buena porción de naciones alcanzadas por la crisis, hizo que los países emergentes con altos niveles de consumo interno, fueran los más buscados para colocar mercaderías excedentes. Argentina fue uno de los primeros destinos elegidos, y de no haber sido por esas barreras de política comercial, una importante lista de fabricantes locales hubiera sido desplazada por la competencia importada y hoy el país estaría contando los desocupados que le habría dejado la crisis mundial.
Los industriales brasileños, con una mirada extremadamente parcial, se consideran las víctimas de esta “política arbitraria” del gobierno argentino. Siempre lo han hecho, el problema sería que ahora Dilma (como algunos creen) les esté dando un crédito a estos argumentos que su antecesor no les daba o tamizaba. “Lula tenía muy en claro que al potenciar un conflicto con Argentina corría un muy alto riesgo, porque sabía que imponer las condiciones reclamadas por los empresarios paulistas arrinconaba al gobierno de Kirchner, o de Cristina después, e iba a provocar de éstos una reacción imprevisible. Más inteligente era manejarse con los sectores empresarios de San Pablo para contenerlos”, comentó un ex negociador de primera línea con Brasil a este diario en los últimos días. No pocos dudan de que Dilma tenga la misma capacidad de comprensión.
Por otra parte, hay que apuntar que la industria brasileña no está en un momento de auge y crecimiento como ocurría hasta antes de la crisis mundial de 2008. Dilma Rousseff se hizo cargo del gobierno en enero de este año, cargando con el reclamo industrial de la pérdida de competencia internacional por la fuerte valorización del real frente al dólar. Desde ese momento hasta ahora la situación dista de haber mejorado: sigue el ingreso en oleadas de fondos especulativos a Brasil (aumentando la oferta de dólares, lo que tiende a hacer caer su valor frente al real) y el complejo industrial paulista ve agudizarse el proceso de desintegración principalmente en los rubros de mayor valor agregado. La consecuencia: los lobbies empresarios están menos dispuestos a razonar a favor de países vecinos y en contra de sus intereses.
El pronóstico, con todo, no es tan desalentador. Argentina y Brasil buscarán en estos días seguir bajándole la tensión al conflicto y buscando medidas salomónicas que permitan darlo, aunque más no sea circunstancialmente, por superado. Pero los desequilibrios de fondo seguirán sin resolverse.
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