Sáb 11.06.2011

ECONOMíA  › PANORAMA ECONóMICO

Piel sensible

› Por Alfredo Zaiat

La cotización del dólar es una variable relevante de competitividad y de expectativas sociales en la economía argentina, que en períodos preelectorales adquiere mayor sensibilidad. La referencia obsesiva al verde significa un condicionamiento importante para el despliegue de cualquier política económica. En términos comparativos con otros países, el panorama local es bastante favorable en cuanto a una serie de indicadores que influirían en la paridad cambiaria, como el stock de reservas en relación con el circulante en moneda nacional, el ratio deuda/PBI, el horizonte de vencimientos de capital e intereses de la deuda, el superávit comercial y de cuenta corriente, los términos de intercambio, la situación fiscal, apreciación de la moneda. Esta enumeración debería presentar un cuadro financiero de cierta holgura, con desafíos previsibles por la propia dinámica de la economía local en el frente fiscal y del sector externo, y por los riesgos que acechan por la crisis en Estados Unidos y en Europa. Esos indicadores argentinos en cualquier otra economía de desarrollo intermedio generarían un estado de tranquilidad en los agentes privados con un acotado margen de incertidumbres. El factor que aquí pone en tensión ese escenario económico-financiero sorprendente en relación con los existentes en el pasado se encuentra en la persistencia de la fuga de capitales, que ya es una característica constante de la economía argentina desde hace décadas. Raíces históricas de la cultura rentística de las burguesías, años de inestabilidad, varias crisis del régimen financiero, violentas devaluaciones, un sistema bimonetario consolidado por la convertibilidad son explicaciones de ese comportamiento de grupos sociales de piel sensible. Esta estructura socio-económica sobrerreacciona en un año de elecciones presidenciales, que en esta oportunidad reúne un ingrediente adicional de disputa político-mediática que exacerba miedos, con el infaltable aporte de economistas del establishment.

La fuga de capitales se ha acelerado en el segundo trimestre del año luego de un primero con saldo de 3676 millones de dólares, según cifras del Banco Central. En abril, el monto se ubicó entre 1300 a 1700 millones de dólares, con una suma similar en el mes siguiente, recorrido que ha superado en el doble al estimado a nivel oficial para meses de fuerte ingreso de dólares por la liquidación de exportaciones del sector agropecuario. Esta mayor dolarización era previsible más cerca de las elecciones, pero se anticipó, definiendo una proyección de 16 mil millones de dólares de fuga en el año, cuando en el anterior totalizó 12 mil millones. Parte de esos fondos se giran al exterior, otra obedece a decisiones de cambios preventivos de portafolio de inversiones y otra a compras de lo que se denomina chiquitaje, pequeños ahorristas que abultan su colchón o prefieren transcurrir estos meses en depósitos en dólares. Esta última conducta tiene un fuerte componente defensivo ante la construcción de expectativas negativas por la exageración en la discusión sobre la competitividad del tipo de cambio. Este tema es una cuestión significativa de cierta complejidad que debe ser abordado para alejar el fantasma de un fuerte ajuste de la paridad luego de las elecciones de octubre, idea con la que decidieron embestir economistas de la city. Por antecedentes de ocho años de kirchnerismo, pero fundamentalmente por la experiencia local y de países vecinos (por caso, el segundo mandato de Fernando Henrique Cardoso, en Brasil, en 1999, se inauguró con un ajuste), una fuerte devaluación provoca un deterioro político y económico que condiciona el resto de la gestión. En caso de continuar el actual gobierno luego de las próximas elecciones, resulta entonces poco probable una alteración abrupta de la paridad como sugieren esos profesionales especializados en pronósticos errados, y más bien se puede esperar una intensificación de los ajustes suaves dentro de la actual política de tipo de cambio administrado.

Esos temores alimentados sobre la evolución del dólar, que se acrecentaron por la suba de la cotización en el mercado informal debido a mayores controles en la compraventa de divisas, aceleraron la fuga de capitales que derivó en menores compras de reservas por parte del Banco Central. El stock se ubica en unos 52 mil millones de dólares, y en estos meses la entidad monetaria esperaba comprar el doble, objetivo que no pudo cumplir. En lo que va del año, se aplicaron unos 3350 millones de dólares para el pago de deuda, quedando un saldo de 6000 millones hasta fin de año. En el mejor escenario, que significaría un descenso de la fuga, un reingreso de dólares que se refugiaron en el colchón o en depósitos bancarios, el Banco Central terminaría el año con la misma suma que hoy atesora.

En esta instancia es donde impacta la fuga de capitales como condicionante de la política económica pese a indicadores económico-financieros relativamente favorables. Sin acumulación de reservas se plantea una fuerte restricción para la constitución de un nuevo fondo de desendeudamiento para el 2012. El actual ritmo de fuga hacia el dólar con una reducción del saldo positivo de la balanza comercial de 12 mil a 8 mil millones de dólares deriva en una perspectiva de equilibrio de la cuenta corriente para el año próximo. La dinámica de la cuenta capital del balance de pago está determinada por la salida de dólares del sector privado. También ha empezado a influir en ese resultado el aumento del giro de utilidades de bancos extranjeros y multinacionales hacia sus casas matrices.

Mantener la política de desendeudamiento y acumulación de reservas en 2012 depende de la evolución de la cuenta corriente. Aquí aparece la disputa sobre qué trayecto transitar para enfrentar una situación que no es inquietante como en experiencias pasadas. El elenco estable de economistas de la city asusta para ofrecer la receta tradicional: salir a colocar deuda en el mercado internacional por 7000 millones de dólares, monto que equivale a la brecha de financiamiento por vencimiento de capital e intereses de deuda con el sector privado. Esa opción ortodoxa implicaría retroceder en lo que fue un arduo camino de desconectarse de las finanzas globales, que es un potente desestabilizador de la economía. La convergencia hacia la sustentabilidad de las cuentas externas no requiere necesariamente volver al vínculo perverso con el mercado de deuda internacional. Existen otras opciones para eludir esa trampa que están mostrando con entusiasmo banqueros a través de economistas del establishment.

Como la economía no es estática pueden presentarse cambios en tendencias hoy instaladas, por caso la desaceleración de la fuga y el reingreso de dólares del colchón al reducirse los temores electorales. Existen además una serie de medidas alternativas a la tentadora de la colocación de nueva deuda. La aplicación de sintonía fina en forma integrada de política de ingresos, de continuación del monitoreo de las importaciones, de administración de subsidios y del tipo de cambio, con controles más aceitados en el mercado de divisas y en la cuenta capital, sumando un mayor flujo de inversión extranjera directa luego del cierre de la negociación con el Club de París, se presenta como un camino más complejo pero más consistente hacia la convergencia del sector externo.

Presiones sectoriales y de las corrientes conservadoras adictas al endeudamiento apuntan a otro camino. El desafío que se plantea es el de mantener el necesario margen de autonomía de la política económica que brinda los superávit fiscal y de cuenta corriente para no quedar subordinado a la destructiva lógica de las finanzas globales.

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