ECONOMíA › OPINION
› Por Raúl Dellatorre
A medida que se suceden los acontecimientos en torno de la crisis de Grecia, crece la sensación de que los países líderes de Occidente carecen de respuesta para resolver el fenomenal desorden financiero mundial al que llevó el neoliberalismo. El último ensayo de los máximos referentes europeos, la canciller alemana Angela Merkel y el presidente de Francia Nicolas Sarkozy, es casi un juego de simulación pretendiendo decir que nada pasa cuando todo estalla. Ante el inevitable default al que fue llevada Grecia tras un año de políticas de ajuste que la han debilitado todavía más de lo que estaba en cuanto a su capacidad de pago, ahora la solución imaginada es que los acreedores se presenten “voluntariamente” a cambiar sus bonos próximos a vencer por otros de más largo plazo. Como si les tentara el negocio de represtarle al deudor insolvente. Pero para Merkel y Sarkozy, esto es mejor (y distinto) que decir públicamente que el deudor está en incapacidad de pago y no hay otra salida que un canje de deuda, fórmula con excesivas connotaciones latinoamericanas.
Desde este lado del mundo, lo peor que podría pasar es quedarse en ver con satisfacción cómo se cae Europa por insistir en las políticas que antes hundieron a América latina. Y a las cuales la región sobrevivió cuando abandonó los paradigmas que imponían el FMI y el Consenso de Washington. Con ese grado de autosatisfacción, se estaría ignorando o dejando de ver que, lo que sucede hoy en Europa, está incubando una nueva vuelta de la crisis internacional. Y que haberla sobrellevado relativamente liviana en la primera (2008/2009) no implica necesariamente la garantía de que ahora será igual. Ni Argentina ni el resto de Latinoamérica tienen hoy un grado de independencia, de desvinculación (de “desconexión”, diría el economista egipcio Samir Amin), que le aseguren no verse afectados por una crisis que hoy abarca a los países que ostentan el 70 por ciento del PBI mundial (Unión Europea más Estados Unidos más Japón).
Mientras Merkel insiste en la fórmula de que Grecia cargue con todos los costos de la crisis, pagando con ajuste interno las consecuencias, sólo logra postergar el desenlace de que también los acreedores, en este caso fundamentalmente bancos e inversores franceses y alemanes, reciban el coletazo. El sistema del euro camina hacia esa crisis. Del lado de Estados Unidos, en tanto, cada vez tiene mayor consenso el diagnóstico de que la principal economía del mundo no sólo no da muestras de haber dejado atrás la crisis, sino que se desacelera rápidamente, con pronóstico de ir hacia una nueva fase de recesión. Adicionalmente, al jefe de la Reserva Federal se le está haciendo más cuesta arriba conseguir la autorización del Congreso para ampliar el límite de endeudamiento. El dólar, como moneda mundial, y los bonos del Tesoro estadounidense, como activo de reserva mundial, transitan hacia un inédito desprestigio.
Si las dos principales monedas mundiales están en franco proceso de deterioro, ¿cómo hacen los países en desarrollo para no quedar vinculados a eventuales catástrofes? Para los países de Sudamérica, en particular para los 12 miembros de la Unasur, hubo un buen ensayo de respuesta diez días atrás, cuando en Buenos Aires se discutió acerca de la necesidad de articular políticas monetarias entre los socios de la región y avanzar en la construcción del Banco del Sur como instrumento de financiación autónomo, en la coordinación en el uso de las reservas internacionales y en promover el comercio en monedas locales en lugar del dólar. Pero a estas interesantes propuestas todavía les falta un condimento fundamental: la decisión política de llevarlas a la práctica.
Argentina, junto a Brasil principalmente, ha llevado a foros internacionales la discusión sobre la ilegitimidad de las políticas de ajuste (que, sin embargo, sigue aplicando la Unión Europea) y el cuestionamiento a los fondos especulativos (protegidos, en muchos casos, por Estados Unidos) que han impreso una dañina volatilidad a los precios de las materias primas. No es casualidad que las principales potencias occidentales estén comprometidas en esos instrumentos espurios de la economía, porque siguen siendo las armas que tienen a mano para hacerle pagar a otros el costo de los platos rotos. La denuncia de estas prácticas en cada reunión del Grupo de los 20 o en otros foros internacionales no está de más, lo malo sería abrir demasiadas expectativas de que allí aparezca alguna respuesta positiva.
En un reciente artículo, Julio Gambina (economista, presidente de FISyP, también citado en la nota principal de esta página) señalaba que la crisis, como la economía, tiene carácter mundial, abarca al conjunto del sistema. Pero las políticas económicas que le dan respuesta son nacionales, tienen alcance local. Esta “contradicción” es uno de los aspectos a considerar para analizar las respuestas más adecuadas, pero pensadas y aplicadas en conjunto por países con intereses comunes en una región.
Grecia está siendo empujada para caerse muy pronto de la mesa. Pero está agarrada del mantel, que se llevará consigo. Sobre ese mantel, que es la economía mundial, estamos todos.
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