ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: EL IMPACTO DE LA SUBA DE PRECIOS
¿Es bueno que la inflación sea baja o nula? ¿Por qué se aceleró el ajuste de precios en los últimos años? ¿Cómo incidió en esa suba el rechazo a las retenciones móviles contempladas en la Resolución 125? Los analistas ensayan una respuesta a los interrogantes.
Producción: Tomás Lukin
Por Alan Cibils *
El problema de la inflación es complejo y multicausal, y genera debates acalorados entre economistas. Estos debates se basan en distintos supuestos sobre el funcionamiento de la economía capitalista. El tema va más allá de lo meramente teórico o académico, ya que los supuestos determinan, en gran medida, las recomendaciones de política económica y sus consecuencias. Resulta de interés, entonces, exponer los supuestos de las distintas teorías para poder evaluar con mayor facilidad la relevancia de las propuestas de política económica que se derivan de estas teorías.
Los economistas ortodoxos suponen que los mercados de bienes y servicios son competitivos (o sea, no monopólicos ni oligopólicos). Adicionalmente, suponen que la economía tiende naturalmente a un “equilibrio” en el que hay pleno empleo de la fuerza de trabajo y de los medios de producción. En una economía con estas características, si hubiese inflación sería debido a un exceso de demanda. O sea, una economía que funciona con pleno uso de la capacidad instalada, responde a un incremento en la demanda aumentando los precios. Ante esta situación, la solución ortodoxa de corto plazo es inducir una recesión para enfriar la demanda y, consecuentemente, la inflación.
Sin embargo, la inflación tiene otro aspecto que preocupa a la ortodoxia y al establishment financiero: la inflación redistribuye ingresos de prestamistas a prestatarios y distorsiona los valores de activos financieros. Por lo tanto, el objetivo excluyente de la política macroeconómica ortodoxa es el mantenimiento de la inflación en los niveles más bajos posibles, aun si fuese necesario inducir una recesión y elevar el desempleo. Las políticas preferidas de los ortodoxos son las que el FMI promueve desde hace décadas: reducción del gasto público, flotación libre para el tipo de cambio y una política monetaria de metas de inflación.
Los economistas heterodoxos basan su análisis en la realidad y no en lo que piensan que la realidad debería ser. De este modo, los mercados no son perfectamente competitivos sino que hay sectores oligopólicos y/o monopólicos. Adicionalmente, y especialmente en países periféricos como la Argentina, las economías generalmente no funcionan con plena utilización de la capacidad instalada ni de la fuerza de trabajo. En este contexto, la inflación puede tener múltiples causas: puja distributiva, movimientos del tipo de cambio, cambios en la estructura de demanda, sectores concentrados con capacidad de fijar precios y tasa de ganancia, etc. Las recomendaciones de política varían, necesariamente, según sea la causa.
Los estudios empíricos tampoco convalidan la hipótesis ortodoxa de que la inflación, cuanto más baja, mejor. En general, estos estudios encuentran que tasas de inflación moderadas (hasta el 20 por ciento), no tienen un impacto negativo sobre la actividad económica. Adicionalmente, el costo de bajar la inflación de un nivel moderado a un nivel bajo es considerablemente más alto que el costo de la inflación moderada. Es más, según George Akerlof, Premio Nobel de Economía, existe una tasa óptima de inflación y ésta es mayor a cero. El economista Palley, panelista en las últimas Jornadas Monetarias del Banco Central, postula que hay una tasa de inflación mayor a cero para la cual el desempleo es mínimo. En resumen, la evidencia empírica y teórica en contra del postulado ortodoxo de baja o nula inflación es abrumadora.
A pesar de esto, cuando en 2007 la tasa de inflación en Argentina comenzó a subir, el Gobierno no utilizó la oportunidad para enterrar al discurso ortodoxo, desaprovechando una oportunidad única de cambiar los términos del debate público sobre la inflación. En vez, optó por la peor de las alternativas: mantener el discurso ortodoxo (“no hay inflación, sólo hay reacomodamiento de precios”) y falsear las estadísticas sobre la inflación y otras vinculadas para que éstas reflejasen esa realidad (documentado en el “Informe técnico de la Universidad de Buenos Aires sobre el Indec”, publicado en el 2010, y por el mismo Fondo Monetario Internacional en 2011), dejándonos sin herramientas oficiales de diagnóstico.
No es tarde para admitir el error y cambiar el curso. El discurso en torno de la inflación debe reflejar lo que la realidad indica: la inflación en niveles moderados no es el fin del mundo. Y, para su correcto diagnóstico, hacen falta estadísticas confiables y certeras. Con herramientas de diagnóstico verosímiles y un discurso realista podremos discernir las causas de la inflación y qué hacer al respecto.
* Economista de la UNGS.
Por Andrés Asiain *
El buen desempeño de la economía argentina en los últimos años constituye un importante capital político del oficialismo. Frente a ese panorama, los principales candidatos de la oposición aseguran que mantendrán lo central del modelo vigente, pero solucionando algunos problemas económicos que la presente administración no ha logrado resolver. El más mencionado, sin lugar a dudas, es la inflación.
Distintas recetas se plantean para ello, pero todas ellas confluyen en moderar el crecimiento de la demanda como elemento central. Desde su perspectiva, los aumentos de precios que se registran en la economía argentina se deben a que la demanda está siendo sobreestimulada por la combinación de un fuerte incremento de la demanda externa, del consumo privado y del gasto público. De los tres elementos mencionados, por razones políticas más que técnicas, concentran su preocupación en el gasto público. Es que de esa manera, es el Gobierno con su política de gasto el responsable de sobre expandir la demanda y, de esa manera, es también el responsable de la inflación.
Sin embargo, el responsable de los aumentos de precios no es el oficialismo. Recientemente, publique los resultados de una extensa investigación sobre las causas de la inflación argentina en el Observatorio de la Economía Latinoamericana, dependiente de la Universidad de Málaga, España. La publicación se titula: “La Responsabilidad de la Inflación en Argentina es de Julio Cobos”, y paso a explicar por qué ello es así. Si se observa la evolución de los precios de los diferentes bienes y servicios es fácil notar que, a lo largo del período en que se acelera la inflación, los items que más aumentan son los alimentos. Y no hay que indagar demasiado para hallar las causas del encarecimiento de la comida. Desde mediados del 2006, el precio internacional de las materias primas y, por su intermedio, el de los alimentos, se ha incrementado violentamente. Y sus repercusiones han sido, también, violentas. En México se desató una revuelta popular que se conoció como la “rebelión de la tortilla”, por haberse desatado al aumentar de precio la tortilla cuya base es el maíz que importaban de Estados Unidos a precios internacionales.
Si bien nuestro país produce alimentos para cerca de 400 millones de personas y los exporta a un gran número de países, el impacto local del alza del precio de las materias primas es similar al que se produce en los países importadores de alimentos. La mayor cotización internacional de la soja, el maíz y el trigo, genera mayores ganancias por su exportación de manera que también incrementa el precio que debe pagar el comprador local que compite con el consumidor extranjero. Además, la mayor rentabilidad de la producción de soja se traslada al valor de la tierra y el coste de arrendarla. El valor de la hectárea pasó de 6000 a 15.000 dólares en la zona núcleo en los últimos cinco años. Y así se reduce o se desplaza a tierras marginales la ganadería y otras producciones menos rentables que la soja, con el consiguiente incremento en el precio de la carne, las frutas o las verduras.
La actual administración intentó contener este proceso mediante la aplicación de las retenciones móviles, que ajustaban el nivel de las retenciones a la exportación absorbiendo el aumento del precio internacional de las materias primas. De esta manera se moderaba el incremento de la rentabilidad de la exportación de granos y el consiguiente incremento en el precio interno de los alimentos. Pero esta medida generó la protesta de empresarios agropecuarios fuertemente publicitada por los medios de comunicación enfrentados al Gobierno. Fue ese escenario mediático el que utilizó el vicepresidente Julio Cobos para promocionarse como político opositor al pronunciar su voto “no positivo”. Las consecuencias de aquella conducta oportunista fue el incremento del precio interno de los alimentos, que exacerbó las pujas sectoriales por la distribución del ingreso e hizo ingresar a la economía argentina en una etapa de inflación de dos dígitos que perdura hasta el presente.
Frente a este panorama, varios candidatos de la oposición proponen reducir las retenciones y devaluar el peso. ¿Qué puede esperarse si se aplica dicho plan? En la mencionada investigación he simulado cuál sería el impacto de la aplicación de tales medidas, y el resultado previsible es: un fuerte salto inflacionario de dramáticas consecuencias económicas y sociales.
* Profesor de la FCE-UBA.
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