ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por Alfredo Zaiat
En recuerdo de Daniel Azpiazu
En un estimulante espacio de debate y cuestionamientos, minimizado deliberadamente por aquellos que se quejan por la ausencia de debates y cuestionamientos en el universo cercano a la política oficial, se realizó el III Congreso de la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina (AEDA). No es usual en tradicionales eventos de divulgación que agrupan profesionales vinculados al establishment escuchar observaciones autocríticas o señalar sus propias debilidades. Hasta ahora no se conoce una convocatoria de esos exponentes del saber convencional para revisar los resultados de las políticas de los noventa o para pensar por qué el paradigma del pensamiento neoliberal está en crisis en el mundo. En cambio, en las tres jornadas de AEDA que reunieron a decenas de economistas, 130 ponencias con sus respectivos documentos en un valioso CD y destacados académicos extranjeros, hubo varios señalamientos hacia la estrategia económica kirchnerista, que motivó inmediatas reacciones para rebatirlos de sus organizadores. En ese inmenso ámbito de debate, uno de los temas controvertidos fue el referido al actual proceso industrial. Se puso en duda la reindustrialización, desde la negación de ese ciclo, pasando por su agotamiento hasta la afirmación de que en estos años hubo desindustrialización, y el extremo de ignorar la existencia de una base industrial y considerar que dentro del grupo de las potencias emergentes Argentina es una economía híbrida con recursos naturales y sólo con un sector agropecuario. Un rasgo distintivo del actual momento político es que los propios protagonistas, mientras enfrentan los postulados de la ortodoxia, discuten abiertamente sus fortalezas y falencias. En ese lugar de cruces de ideas, la política industrial es uno de los temas que genera más pasiones.
La etapa que se abrió en el sector industrial con la megadevaluación es compleja y contradictoria, de rupturas y continuidades, y por eso provoca visiones contrapuestas. Si no se incluyen esas mixturas, la evaluación de estos años pierde calidad interpretativa. Resulta fundamental en esa tarea tener como referencia el período de industrialización previo a la dictadura y el posterior de desindustrialización que se extiende hasta el estallido de 2001. Así se puede rescatar las virtudes del modelo de sustitución de importaciones para impulsar el desarrollo de la manufactura nacional y la generación de empleo, las limitaciones de una experiencia truncada por el golpe militar y las carencias actuales de un sendero que aspira a recuperar esos años dorados de la industria.
Uno de los componentes frágiles de la mirada crítica hacia el presente ciclo de recuperación industrial es que realizan un análisis estático sin incorporar la cuestión dinámica en ese proceso. Para ello es fundamental detallar las condiciones estructurales de la industria luego de su larga noche 1976-2001:
- Desarticulación del tejido industrial.
- Creciente dependencia externa.
- Inequidades distributivas.
- Desindustrialización.
- Aguda crisis del mercado laboral con pérdida de cualidades de la mano de obra.
- Fenomenal extranjerización de la economía.
- Escasa complejidad de la industria existente.
Estas características y un contexto internacional que sumergió a la región en el fenómeno conocido como “enfermedad holandesa”, que impulsa la apreciación de la moneda doméstica y la consiguiente reprimarización de las exportaciones, plantea un escenario difícil para una vigorosa reindustrialización. Si se ha recuperado una base material importante, que provoca un debate sobre el recorrido industrial, implica que algo ha cambiado en estos años, lo que no significa la ausencia de carencias y desafíos futuros de la política industrial.
Uno de ellos es el elevado nivel de concentración. En su libro póstumo, el economista Daniel Azpiazu precisa ese rasgo estructural que caracteriza al sector “en los inicios de la importante revitalización industrial durante la posconvertibilidad”. En La concentración en la industria argentina a principios del siglo XXI, Azpiazu precisa que, según el último Censo Nacional Económico, en el indicador referido al personal que ocupan se observa que el 32 por ciento de la producción manufacturera es generada en ramas altamente concentradas que representan 56 actividades industriales y donde operan apenas el 5,4 por ciento del total de las plantas industriales. Un dato interesante para definir políticas públicas con el objetivo de crear empleo es, según esa investigación, que los sectores más concentrados dan cuenta de apenas poco más de 15 por ciento de la fuerza de trabajo industrial. En cambio, “las ramas competitivas tienen una mayor capacidad de absorción de mano de obra, a punto tal de explicar el 56,3 por ciento de la ocupación total de la industria y el 53,4 por ciento del personal asalariado”. En este último grupo, donde la presencia de pequeñas unidades productivas resulta decisiva, existe “una mayor recurrencia relativa al factor trabajo y una menor productividad que las correspondientes a las industrias oligopólicas”.
Azpiazu explica que las distintas capacidades de fijación de precios a favor de las plantas líderes que actúan en mercados oligopólicos tienden, naturalmente, a posibilitar el acceso a niveles superiores de productividad y, por consiguiente, de rentabilidad. En esas industrias se genera la paradoja de que sus trabajadores son los que reciben los salarios más elevados, en una relación que es un 85 por ciento superior en promedio a los que reciben los empleados en empresas “competitivas”, pero son los más explotados respecto de su aporte en cuanto a productividad. En cuanto al valor de producción, en comparación al indicador de personal ocupado, el grado de concentración registra un notable aumento. Azpiazu calculó que “casi el 85 por ciento de la producción industrial proviene de mercados ‘no competitivos’, al tiempo que apenas 18 ramas quedarían encuadradas en la caracterización de escasamente concentradas”. Para enfatizar que “casi el 60 por ciento es aportado por las ramas altamente concentradas, que en términos del personal que ocupan explicaban menos de la tercera parte del total”.
Uno de los principales legados de Azpiazu, en su aguda observación del actual ciclo económico, es la necesidad de profundizar el debate, como escribió en otro de sus últimos libros (Hecho en Argentina. Industria y Economía), “para trabajar en la definición estratégica e instrumentación de políticas públicas para sustentar una reindustrialización con cambios en el perfil de especialización productiva, una diferente inserción en la división internacional del trabajo y crecientes grados de autonomía nacional, con mayor integración local, mejor distribución del ingreso y desarrollo del mercado interno”.
Gracias, Daniel, por ayudarme a pensar la economía como un espacio de disputa de intereses del poder económico, a comprender en toda su dimensión las consecuencias devastadoras de las privatizaciones, a estudiar la complejidad de la política industrial y a interpelar un momento político económico excepcional. Se te va a extrañar. A. Z.
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