Dom 04.09.2011

ECONOMíA  › OPINION

Amores al 50

› Por Alfredo Zaiat

El comportamiento del mundo empresario en las dos últimas semanas pasará a estudiarse en las aulas del management moderno como “amores al 50”. Los resultados de las elecciones del 14 de agosto provocaron un repentino reconocimiento a la Presidenta, al Gobierno y a su política económica. Los principales protagonistas del supermercadismo se reúnen y adelantan un consumo creciente motivado por el mayor poder adquisitivo de la población, afirmando además, desafiando el índice garabateado de las consultoras de la city, que la inflación está bajo control. El titular de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi, archivó la carpeta de agravios e ironías para mostrarse sonriente junto a los ministros Amado Boudou y Julián Domínguez, contento porque se erigirá un monumento por el Grito de Alcorta. El grupo de las seis cámaras patronales más relevantes emite un comunicado conciliador. Por haberse ausentado de la primera clase de la materia sobre el 50 el tambero Hugo Biolcati, titular de la Sociedad Rural, desentonó con la frase patrón de estancia del plasma y el voto. Sus pares rápidamente le enseñaron la lección y lo acomodaron en la nueva platea. Quien más rápido aprendió la asignatura fue el presidente de la Unión Industrial, José Ignacio de Mendiguren, quien en la cena de festejo del Día de la Industria, realizada en un inmenso salón de Tecnópolis, fue tan enfático que no dejó espacio para alguna réplica en el discurso posterior de Cristina Fernández de Kirchner.

Si este espacio razonable de convivencia de hombres de negocios con la administración kirchnerista, período donde han contabilizado una expansión de la actividad y tasas de ganancias extraordinarias, implica un cambio cultural del empresariado, se verá en los hechos más que en las palabras. A nivel discursivo la apropiación del concepto “densidad nacional” de Aldo Ferrer por parte de De Mendiguren, destacado en más de una oportunidad en su discurso, constituye un avance sustancial sobre las ideas liberales autodestructivas predominantes entre los empresarios. Si ese reacomodamiento conceptual sólo es especulativo-electoral confirmará uno de los rasgos distintivos de un sector de los empresarios, precisado con conocimiento en los noventa por el petrolero Carlos Bulgheroni: ser cortesanos del poder.

Existe un indicador contundente sobre el grado de transformación cultural en el comportamiento del empresariado, que de ahora en más confirmará o descartará las intenciones expresadas en palabras: el aumento de la inversión reproductiva, la reinversión de abultadas utilidades y la disminución de la fuga de capitales. Signos positivos en esas variables revelarán ese cambio de actitud y el alejamiento de las restricciones del presente ciclo económico. Sobre esa conducta de los dueños del capital ilustra el investigador Pablo Manzanelli en el documento “Evolución y destino del excedente de la cúpula empresaria en la posconvertibilidad. La formación de capital”, presentado en el III Congreso Anual de Aeda. La conclusión de ese trabajo es contundente: “En los últimos años queda de manifiesto una marcada reticencia inversora en las grandes empresas en la Argentina, muy particularmente si se atiende a su inserción en contextos de reordenamiento macroeconómico y de franca recuperación de la economía”. Manzanelli describe ese contexto sumamente favorable para las decisiones de inversión: expansión y ampliación de los mercados, demanda interna y externa en crecimiento, elevados precios internacionales de los principales productos de exportación, bajos costos laborales en términos históricos y aun internacionales, escasa ociosidad de la capacidad instalada, crecientes compras en el exterior de productos fabricados localmente, bajas tasas de interés reales y, fundamentalmente, robustos márgenes de ganancia.

Manzanelli señala que en ese período se desa-rrolló sin embargo un fenómeno peculiar. Si se compara el comportamiento de la tasa de inversión bruta entre la década de los años noventa y la posconvertibilidad se advierte un incremento en el conjunto de la economía y, llamativamente, un descenso en la de la cúpula empresaria integrada por las 500 de mayor tamaño, según la Encuesta Nacional a Grandes Empresas. “Esta supuesta baja propensión inversora que pareciera ser privativa de las grandes compañías adquiere una trascendencia para nada desdeñable en la actualidad atento el elevado grado de concentración que reviste la estructura económica argentina”, apunta. La concentración económica entre puntas ascendió del 19,6 al 30,4 por ciento en el período 1993-2009. Esa magnitud es relevante porque el creciente peso de estos actores provoca que su conducta sea aún más determinante para la dinámica del conjunto de la economía y para la evolución de los planes de inversión.

En esa investigación se calculó que la participación de la inversión bruta en el valor agregado de la cúpula descendió del 24,7 por ciento en el período 1993-2001 al 14,7 por ciento en la posconvertibilidad (2002-2009). En uno de esos años, en 2008, mientras que en las 500 firmas más grandes la tasa de inversión fue del 19,3 por ciento, en el conjunto de la economía nacional dicha tasa trepó hasta alcanzar el 25,1 por ciento, casi 6 puntos porcentuales más elevada que la de las grandes corporaciones. Manzanelli concluye que “es irrefutable, por consiguiente, la afirmación de que no es la cúpula empresaria la que está impulsando el crecimiento relativo de la inversión en la Argentina de la posconvertibilidad. Aun cuando su aporte a la inversión sea relevante, no son estos actores –neurálgicos y decisivos en materia del crecimiento económico– los que estarían promoviendo la formación bruta de capital y, por ende, el desarrollo potencial (y de largo plazo) de la economía”. Como contrapartida, se infiere que el resto de la economía, compuesto por un amplio y heterogéneo universo de empresas pequeñas, medianas y grandes (cuyo valor de producción no alcance el nivel necesario para formar parte de las 500 firmas más grandes), es el que está traccionando la ampliación de la capacidad productiva en el proceso económico instaurado tras la implosión de la convertibilidad en 2002.

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