ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por Alfredo Zaiat
La restricción externa, o sea la disponibilidad de divisas, es una de las claves históricas de la economía argentina, porque expresa su vulnerabilidad a shocks del exterior provocados por movimientos de los precios de los productos de exportación y también por la salida de capitales. Un rasgo notable del actual ciclo económico es el lapso prolongado en que se mantiene eludiendo esa restricción en un círculo virtuoso de crecimiento, sin necesidad de endeudamiento externo. La aceleración de la formación de capitales externos por residentes locales, que no es otra cosa que la compra de dólares, la presupuestada reducción del excedente de la balanza comercial y el contexto de incertidumbre de la economía mundial convocan el fantasma de la restricción externa, que se ha alejado en el horizonte en estos años, pero no ha sido superada definitivamente.
En la década del ’50 y del ’60 se manifestaba por el lado comercial, crisis resumida en el modelo stop and go. En la fase ascendente del ciclo, ante el estancamiento o leve avance de las exportaciones, el aumento del Producto requería importaciones crecientes para el desarrollo industrial provocando déficit de la balanza comercial. Ese desequilibrio de divisas se corregía mediante una fuerte devaluación, que derivaba en una caída del poder adquisitivo de los salarios y del consiguiente nivel de actividad que permitían el ajuste del balance de pagos mediante la reducción de las importaciones. En un marco de una tasa de desempleo baja y de sindicatos con elevada capacidad de negociación, los trabajadores recuperaban sus ingresos reales y recomenzaba un nuevo período de expansión de la economía.
A mediados de la década del ’70, esa dinámica se hizo más compleja al incorporar el flujo de capitales internacionales. En esos años, y especialmente en los ’90, el déficit comercial y de cuenta corriente fueron financiados con deuda. Entonces el esfuerzo era mayor, puesto que se necesitaban más divisas para hacer frente a los vencimientos abultados de deuda, además de las demandadas para el pago de importaciones, en un proceso de apertura comercial. Esta fase de la restricción externa acentuó la inestabilidad macroeconómica, provocando crisis de mayor magnitud. En la investigación Modelos macroeconómicos en la Argentina: del stop and go al go and crush, de Jorge Schvarzer y Andrés Tavonanska, se precisa que ese cambio de intensidad se revela en que las crisis de la primera versión del modelo duraban de dos a tres años y el Producto descendía 5 por ciento, mientras que los descalabros en la segunda versión se extendieron de cuatro a siete años, con contracción superiores al 20 por ciento del PIB.
Durante el kirchnerismo, los dos factores que definieron en el pasado la restricción externa (déficit en el intercambio comercial más los requerimientos para el pago de la deuda) fueron superados con holgura. Por caso, el pago de intereses representó en promedio 1,5 por ciento del PIB en los ’90, disminuyó al 0,6 por ciento tras la reestructuración de la deuda pública. La política de desendeudamiento significó una sustancial caída del peso de la deuda pública con relación al Producto, al ubicarse en el 45,9 por ciento y ha determinado necesidades menores de financiamiento en relación al PIB. En particular, la deuda pública en manos de acreedores privados representa hoy sólo el 13 por ciento del PIB (apenas 8,7 por ciento en divisas), cuando a fines de 2003 este porcentaje alcanzaba 105 por ciento, reduciendo así los riesgos de refinanciación.
A diferencia de los escenarios perturbadores que se desarrollaban en los años de la primera y segunda versión del stop and go, ahora existe un mayor margen de la política económica para intervenir y alejar la restricción externa. Mantener un tipo de cambio real competitivo en un contexto de apreciación de monedas de los principales socios comerciales, junto a una política de administración del tipo de cambio por parte del Banco Central y la mejora de los términos del intercambio han permitido registrar un importante superávit comercial de mercancías. Esto evita la falta de oferta de divisas. Desde 2003, el saldo comercial se ha ubicado en promedio en 6,8 por ciento del PIB (12.999 millones de dólares en promedio). Ese resultado fue por el alza de los precios y de las cantidades exportadas, también las industriales. Ese importante saldo comercial ha sostenido el resultado positivo de la cuenta corriente desde entonces, comportamiento inédito en la historia económica reciente del país. En particular, el saldo de la cuenta corriente se ha ubicado en promedio en 3 por ciento del PIB entre 2003 y 2010. Para este año se espera que alcance el equilibrio, resultado que ha encendido las alarmas sobre cómo intervendrá la restricción externa en la dinámica de la economía.
Las tensiones que se presentan ahora por el lado de la cuenta corriente han reabierto el debate sobre lo cerca o lejana que se encuentra la restricción externa. Esta hoy no se origina en los factores tradicionales, sino por la aceleración de la fuga de capitales en un año electoral en un contexto de una merma de divisas en el todavía importante superávit comercial. Además aparece una cuestión estructural de la economía poco mencionada: su profunda extranjerización. Durante los últimos años, parte del deterioro del saldo de cuenta corriente respondió al aumento de los pagos netos realizados por “utilidades y dividendos”, que pasaron de ser ingresos netos por 230 millones dólares en 2002 a pagos netos por 7213 millones de dólares durante el año pasado (2 por ciento del PIB en 2010). El incremento de esos giros refleja el importante crecimiento económico y la rentabilidad de las inversiones del país, y también el reclamo para la remisión de fondos por parte de las casas matrices radicadas en economías centrales en crisis.
El flujo positivo de la balanza comercial más que compensó esas transferencias, al tiempo que permitió una significativa acumulación de reservas internacionales sin endeudamiento externo por parte del Banco Central. Pese al fuerte cambio de cartera de inversión de empresas e inversores en lo que va del año, el stock de reservas se mantiene cerca de sus máximos, tanto en monto como en porcentaje del Producto. La abundancia de reservas como la reducción del endeudamiento público han sido claves para reducir la vulnerabilidad externa. Ahora, con un panorama de equilibrio de la cuenta corriente, sigue habiendo margen en comparación a otros períodos históricos para la intervención de la política económica en el objetivo de alejar la restricción externa. Con términos de intercambio favorables y un tipo de cambio depreciado en comparación al resto de las monedas de la región, la intensificación de la sustitución de importaciones, la búsqueda de fuentes de divisas en sectores privilegiados (petroleras y mineras) y la profundización de la exportación de productos industriales permitirá seguir disminuyendo la vulnerabilidad de la economía doméstica a shocks externos. Durante ese proceso además se abre la posibilidad de plantear el desafío de disminuir el elevado grado de extranjerización de la economía, ya sea incentivando el traspaso de activos a empresarios locales como una revisión de la normativa liberal implementada en los noventa que regula las inversiones extranjeras.
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