ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
› Por Alfredo Zaiat
La vapuleada economía griega está mendigando la liberación del sexto tramo del denominado paquete de rescate por unos 8000 millones de euros. El gobierno heleno suplica por esos fondos porque sus arcas están exhaustas y los necesita para pagar sueldos y jubilaciones en octubre. Para desembolsar esos recursos sus países socios de la Eurozona y el Fondo Monetario Internacional exigieron acelerar el ajuste en la plantilla de empleados públicos. Grecia aceptó y obligará a tomar licencia anual a unos 30 mil, en un plan que en los últimos dos años ya produjo la reducción del sector público en 200.000 trabajadores, con la proyección de despedir otros 150.000 hasta 2015. El programa incluye también poda de salarios y jubilaciones. Muy diferente es el comportamiento de líderes políticos, bancas centrales y organismos multilaterales cuando los apremios son padecidos por las entidades financieras.
En un acuerdo inédito, las bancas centrales de la Unión Europea, Suiza, Japón, Inglaterra y Estados Unidos dispusieron asistencia financiera ilimitada para los bancos para que puedan superar su propia crisis de caída de depósitos, freno a los préstamos al consumo y a las empresas y desconfianza entre entidades que congelaron el crédito interbancario. Puede ser que sea necesaria esa inmensa operatoria de salvataje financiero para evitar un descalabro mayor, pero lo notable es el contraste entre esa amplia disponibilidad de recursos sin exigencias y el torniquete aplicado a las economías europeas al borde del default.
Esta conducta es la manifestación más cristalina de cómo se desarrolla la crisis de la actual fase del capitalismo dominado por la finanzas globales. También revela lo conveniente de que la economía argentina se encuentre marginada de ese circuito y la extrema prudencia que se requiere para no caer en las falsas ilusiones de regresar a ese mundo de endeudamiento, calificadoras de riesgo y el FMI.
Uno de los aspectos menos mencionados de esta crisis que estalló hace tres años en Estados Unidos y Europa es la constante sangría de depósitos que están registrando sus bancos. No se habla de corrida sólo para preservar las débiles expectativas de esas economías. Las cifras son impactantes si se recuerdan antecedentes no tan lejanos del caso argentino. En el diario británico Financial Times se publicó un artículo que precisa que los depósitos minoristas e institucionales de los bancos griegos cayeron 19 por ciento en el último año y los de las entidades irlandesas lo hicieron casi 40 por ciento en 18 meses. En la potencia europea, Alemania, que se presenta como menos vulnerable, los últimos datos del Banco Central Europeo informan que los depósitos de grandes inversores financieros se redujeron un 12 por ciento en ese mismo período y un 24 por ciento desde la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. En Francia, ese tipo de colocaciones, que representan la mitad del total del mercado galo, se redujo 6 por ciento desde junio de 2010. En España, donde esos ahorros son la quinta parte del total, el drenaje fue de 14 por ciento desde mayo de 2010. En los bancos italianos, los depósitos minoristas cayeron uno por ciento el último año, pero en el rubro grandes operadores el retiro de dinero ya superó los 100.000 millones de dólares, que representa una caída de 13 por ciento.
Ese comportamiento se conoce como fuga de depósitos, y es uno de los factores para entender la agudización de la debacle europea en los últimos meses. La experiencia argentina no tiene que ser utilizada como un caso aislado de un país periférico que padeció una profunda crisis, sino que debería ser considerada como una referencia ineludible para comprender la dinámica de esa forma de funcionamiento del capitalismo, y un eventual desenlace. Menospreciarla con soberbia, como lo hizo la titular del FMI, Christine Lagarde, refleja la desorientación del liderazgo político para entender e intervenir en la debacle de sus economías. Lo que está pasando ahora en los respectivos sistemas bancarios europeos es una crisis del denominado capital ficticio.
Las entidades financieras ocuparon el centro neurálgico del movimiento de la economía desde la década del ’70 y con cada vez más influencia en las siguientes. Desde entonces la generación de riquezas basada en burbujas especulativas y el consumo motorizado por deudas privadas y públicas fue construyendo la hegemonía de las finanzas. Antes de esa consolidación, la relación entre el PBI global, o sea las riquezas en bienes y servicios generadas en un año en la economía mundial, y el circuito monetario era de un ratio 1 a 1. Había correspondencia entre la producción y la masa de recursos financieros. Con la desregulación financiera global y la cada vez más sofisticada ingeniería especulativa, esa relación se distanció en una proporción de 1 a 4 hasta el estallido de la presente crisis. Esto significaba la existencia de un capital ficticio en circulación considerable, que no tenía ninguna reciprocidad con la cantidad y valor de bienes y activos físicos. Ese capital se multiplicó en la esfera de las finanzas por la tasa de interés o la valorización de activos bursátiles sin ser acompañado de una expansión similar de la inversión y de la actividad productiva. El fuerte retroceso de los activos financieros viene a destruir ese dinero ficticio-monetario sin contrapartida en el valor de bienes tangibles. La depreciación de parte de ese capital ficticio hasta alcanzar un nuevo equilibrio es un proceso donde se precipitan quiebras, default de deudas, depresión de cotizaciones de acciones y bonos e inflación de bienes y activos refugios, como el oro u otros metales preciosos.
No es que una crisis financiera se expresa de diferente forma dependiendo de si una economía está más o menos ordenada en materia fiscal o de endeudamiento. En todo caso, tienen más o menos impacto, pero su desarrollo adquiere condiciones parecidas. El derrape financiero seguido de recesión y la aplicación de ajustes fiscales y sociales para enfrentar la crisis lo terminan profundizando, y así se debilita aún más la situación patrimonial de los bancos. En ese contexto, se consolida el ya de por sí marcado perfil procíclico de la actividad bancaria, agudizado en un marco de creciente desregulación. Esas características quedan más expuestas cuando detona una crisis financiera global afectando a las potencias mundiales, ya no sólo la de un país pequeño y subdesarrollado.
La secuencia del deterioro de los bancos empieza con la explosión de una burbuja especulativa que induce a un retroceso de la economía y caída de las cotizaciones de activos bursátiles. Las entidades registran pérdidas patrimoniales que, según la magnitud, obligan a una capitalización por parte de sus accionistas o del propio Estado, como en 2008. Algunas quiebran y otras son absorbidas en un proceso de concentración del mercado. Si la crisis se extiende, esas capitalizaciones son insuficientes porque comienza, con un desfasaje de varios meses desde el estallido de la burbuja, el drenaje de depósitos por el miedo de ahorristas sobre el futuro de su capital. Esa sangría de recursos restringe la liquidez de las entidades, que reaccionan cerrando el crédito al consumo y a empresas, al tiempo que reclaman la cancelación de préstamos ya otorgados. Como la economía está en recesión y las medidas ortodoxas que se disponen profundizan esa tendencia, más se obtura el circuito de financiamiento porque desaparece el préstamo, pero también aumenta la morosidad de la cartera crediticia. Todo el sistema financiero transita ese proceso. La escala siguiente de ese desmoronamiento es la desconfianza entre las entidades, que dejan de operar en el mercado interbancario porque dudan de la solvencia para el repago de préstamos de sus colegas. Se frena entonces el circuito que hacía funcionar la economía en esta fase del capitalismo bajo la batuta de las finanzas. En esa instancia aparecen las bancas centrales con el objetivo de destrabarlo ofreciendo todos los fondos demandados por los bancos para reanimarlos. Sin la recuperación de la economía real, con una política opuesta a la del ajuste ortodoxo implementado por Europa con activa participación del Fondo Monetario, ese auxilio financiero sólo extiende la agonía.
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