Sáb 15.10.2011

ECONOMíA  › PANORAMA ECONóMICO

Motores

› Por Alfredo Zaiat

La crisis económica en Estados Unidos y Europa se extiende desde mediados del 2008, tiempo suficiente para especialistas interesados en entender su origen, expansión y persistencia. Los líderes políticos de esas potencias definieron que su principal objetivo es salvar a los bancos y a los tenedores de la abultada deuda soberana. Tras esa meta declararon un default sociolaboral, con recortes salariales, de derechos jubilatorios y sociales y destrucción de empleos. Esto ha terminado agudizando la crisis en un conocido círculo vicioso de deterioro económico. En el curso de este proceso ha habido más de una alerta de expertos de corrientes diversas sobre el peligro de estancamiento y recesión, varios encuentros ineficaces del G-20 sin cambiar el rumbo dominado por las finanzas globales y muchos informes de organismos internacionales sobre la debilidad de esas economías. Esto revela que la crisis no es nueva ni se precipitó en septiembre último, cuando Bolsas mundiales y materias primas registraron fuertes bajas. Esa caída forma parte de un ciclo que comenzó hace tres años y no se sabe cuándo y cómo termina. Por eso ha sido sugestiva la desesperación de un grupo de analistas y economistas locales que han confundido en las últimas semanas sus deseos con la reflexión sobre la crisis global. En los días de retroceso del precio internacional de la soja, cuando descendió 100 dólares del máximo de 535 la tonelada, preanunciaban tempestades para la economía argentina pese a que la cotización de la oleaginosa aún se mantenía por encima del promedio de 2010. En la última semana, la soja recuperó parte del terreno perdido en el mercado de Chicago dejando nuevamente descolocados a especialistas en anunciar estallidos no verificados en los hechos. Lo mismo sucedió con la paridad del real con el dólar. Además de la evidente intencionalidad política, el montaje del show del miedo oculta que la crisis internacional se extiende desde hace tres años, que la dificultad de salir de ese atolladero es por la aplicación de recetas de ajuste neoliberal, que ha habido cambios estructurales en el mercado mundial de alimentos, que China y Asia continúan creciendo a ritmo sostenido, que la región está trabajando en mecanismos de cooperación financieros de autodefensa y que en ese período Argentina ha instrumentado medidas anticíclicas, de fortalecimiento del mercado interno, de diversificación de su canasta y destino exportador y de protección del empleo. Este combo de políticas no significa estar inmune a la crisis global pero se ha constituido en un indudable dique amortiguador. Esos profetas del saber económico convencional confunden los canales de transmisión de la crisis y, por lo tanto, desordenan el debate público sobre cuáles son los principales motores del crecimiento argentino.

La significativa base agroexportadora fue beneficiada por el fuerte aumento de los términos del intercambio. De todos modos, la suba de los precios internacionales de las materias primas que exporta la Argentina no fue tan elevada como la que experimentaron los precios de los metales, minerales y la energía, que favoreció a otros países de la región. Esto relativiza el grado de impacto en la economía local del denominado viento de cola. Lo que sucede es que el lugar destacado que ocupa el complejo exportador agropecuario, en especial el de oleaginosa, como proveedor de divisas provoca una distorsión en el análisis sobre el aporte de ese sector al crecimiento de la economía. El fuerte excedente de dólares que brindan esos despachos al exterior es una variable fundamental para alejar en el horizonte la restricción externa, motivo de gran parte de las crisis domésticas. Esas divisas son clave para generar condiciones de estabilidad en el sensible mercado cambiario, en la acumulación de reservas, en la capacidad para manejar con holgura los vencimientos de deuda y en el proceso de recuperación de la industria, sector deficitario en divisas. Esa importancia es la que históricamente les ha brindado a los dueños de esos dólares un poder de veto sustancial sobre las políticas públicas. Por ese motivo resulta fundamental una esforzada administración y control de divisas por parte de los gobiernos, más aún en una economía que todavía mantiene un pronunciado rasgo bimonetario.

Ese papel estelar del sector agropecuario en el funcionamiento de la economía en un área tan delicada como la disponibilidad de dólares no significa que sea el principal motor del crecimiento. El análisis superficial cae en la tentación de confundir esos dos procesos (generación de divisas y aporte al aumento del Producto), que obviamente tienen canales de vinculación y de influencia positiva. Pero es conveniente precisar su actuación porque así se puede entender mejor la dinámica de la economía doméstica y, en estos momentos de incertidumbre global, determinar la intensidad de los embates de la crisis internacional.

La economía argentina en el período 2003-2010 acumuló un avance del Producto Interno Bruto de 79,5 por ciento. ¿Cuál fue la contribución de los principales componentes de la oferta a ese crecimiento? En el último Informe de Inflación del Banco Central se publicaron cifras de la producción de bienes y servicios en puntos porcentuales del aporte de cada sector a ese aumento del Producto, ofreciendo detalles que relativizan esa idea predominante en corrientes conservadoras sobre la relevancia del campo como motor de la economía:

- Industria: 14,2 puntos porcentuales.

- Comercio: 13,1.

- Transporte y comunicaciones: 13,1.

- Activ. empresariales y de alquiler: 7,1.

- Construcción: 7,0.

- Intermediación financiera: 4,3.

- Enseñanza, Servicios sociales y Salud: 3,8.

- Sector agropecuario: 2,6.

- Administración pública y Defensa: 2,0.

- Hoteles y restaurantes: 1,8.

- Electricidad, gas y agua: 1,5.

Estos datos revelan que el principal motor de la economía en esos años fue la industria aportando de manera directa poco más de 14 puntos de la expansión acumulada durante 2003 y 2010, al crecer a una tasa del 8,1 por ciento promedio anual (87 por ciento de incremento en ese período). El dinamismo de la economía no se explica por el sector agropecuario, beneficiado por el fuerte incremento de las cotizaciones internacionales de los granos, sino que abarcó a la mayoría de los otros sectores, con una destacada participación de la industria manufacturera, que a su vez repercutió en el desempeño del transporte y la comercialización de bienes. Esta es una de las razones para entender que en 2011, en un contexto de crecimiento moderado de la economía internacional y con volatilidad e incertidumbre creciente, la economía argentina siguió creciendo a tasas elevadas. Durante el primer semestre del año, la actividad económica acumuló una suba mayor al 8 por ciento. “La producción de bienes mostró un gran dinamismo, liderado por el desempeño de la industria y de la construcción, que evidenciaron tasas de crecimiento en torno de 9 por ciento interanual y, en conjunto, generaron un impulso adicional al sector de servicios, fundamentalmente el comercio, el transporte y las comunicaciones”, se explica en ese documento del Banco Central. También se menciona que el aumento de la actividad industrial fue en diversas ramas, con un desempeño más enérgico en los rubros como aparatos de radio, TV y comunicaciones, instrumentos médicos, vehículos automotores, maquinarias y aparatos electrónicos, sustancias y productos químicos.

Si bien el sector agropecuario continúa siendo muy relevante por la generación de divisas excedentes, que permite alejar la restricción externa, los motores más fuertes del crecimiento local se encuentran en otras actividades productivas. Detectar esa dinámica permite ubicar en otra perspectiva los movimientos de la cotización de la soja y, en especial, abordar con más rigurosidad el análisis del impacto de la crisis internacional sobre la economía doméstica.

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