Dom 30.10.2011

ECONOMíA

La batalla cambiaria y de la comunicación

› Por Raúl Dellatorre

La salud de la economía argentina acaba de empezar una batalla contra uno de sus rivales más temibles: el miedo a la devaluación. El miedo es una cuestión de expectativas: se teme a lo que se supone que va a pasar. Que puede pasar o no. Pero ya en el momento previo, el del “miedo a que pase”, condiciona las políticas y actitudes. Quienes alimentan el miedo, especuladores y operadores diversos que se beneficiarían con una devaluación, precisamente buscan eso: que “por miedo” el Gobierno cambie de actitud y acepte aunque más no fuera “un corrimiento” del dólar hacia arriba. Y buscan, además, generar en el común de la gente la sensación de que “eso” a lo que se teme, la devaluación, finalmente va a ocurrir, con lo que consiguen que esa gente común busque pasar sus ahorros y hasta lo que no tiene (es decir, tomando deudas) a dólares “para cubrirse”.

Hasta ahora, quienes alimentan el miedo no han logrado lo primero, torcer la política del Gobierno, pero han logrado un relativo éxito en lo segundo, es decir generar la sensación de que “algo va a pasar” en el mercado cambiario. No son dos peleas que se disputan en rings separados, sino que se interrelacionan. El Gobierno pelea en ambos frentes a la vez. Durante años, tuvo una política firme de sostener un valor de dólar alto, que contribuyera a alentar el perfil exportador del país, pero a la vez con un incremento moderado, para no provocar una sobreganancia en los sectores exportadores que representara una transferencia de recursos a favor de éstos a expensas del resto de la sociedad. Como esa política dio por resultado una balanza comercial crecientemente positiva (entrada de dólares por exportaciones mayor que la salida por importaciones), el poder de fuego del Banco Central, las reservas, también creció. Con eso logró sostener su política aun frente a alguna circunstancia de exceso de demanda en el mercado de cambios, que el Central resolvía con más oferta de dólares, vendiendo, hasta donde requiriera el mercado.

En las últimas semanas, frente a una inusual y sostenida demanda en exceso de dólares en el mercado cambiario local, el Gobierno y la autoridad monetaria debieron revisar su política. Ya no alcanzaba con las “operaciones de mercado” del BCRA (saliendo a vender cuando el mercado se presentaba “comprador”, para compensar), porque al detectar que había un circuito “negro” que compraba los dólares en el mercado para vendérselos, más caros, a quienes no podían ni asomar las narices en ese mercado libre, por sus antecedentes o por el origen oscuro de sus ganancias, pero que pretenden ahora pasar sus ganancias a dólares para fugarlas del país. A partir de esta última semana comenzaron a aplicarse en forma escalonada una serie de medidas que buscan controlar la legalidad de las operaciones en el mercado de cambios, no cambiar las reglas de juego.

Hace ya rato que el terreno de los medios de comunicación puede ser un campo de batalla cuando lo que se pretende comunicar va en contra de los intereses de los dueños de las grandes corporaciones económicas, a las que los principales grupos de medios pertenecen o, al menos, rinden tributo. Ya le pasó al kirchnerismo en oportunidad de la disputa con el bloque agroexportador por el valor de las retenciones a la soja, en 2008. Y le podría volver a pasar ahora si no se toma la lección de entonces y se la aplica a las condiciones actuales. El Gobierno enfrentará una batalla en los medios de comunicación para informar las medidas que está tomando, y esa batalla ya está a la vista.

Las autoridades anticiparon ayer que, a partir del lunes, las operaciones de compra de divisas en el sistema (bancos y agencias de cambio) serán monitoreadas por la AFIP para verificar la situación patrimonial y disponibilidad de recursos de quien se declare comprador. Pero no bajó el monto autorizado de compras ni restringió el derecho a la compra de divisas a nadie. Sin embargo, algunos titulares y comentarios señalaban lo contrario. “La AFIP decidirá quiénes puedan comprar dólares”, decía el título de tapa de uno de estos medios. “Para comprar dólares, habrá que tener autorización de la AFIP”, decía otro de esos medios de gran circulación. “Desaparece el mercado único y libre de cambios”, alarmó otro comentario publicado ayer. “El que desee ahorrar en dólares no tendrá autorización oficial y deberá recurrir al paralelo”, profundizaba el análisis en el mismo sentido. Lo curioso –quizás no tanto– es que esas mismas notas, líneas más abajo, explicaran la medida tal cual fue anunciada. “No hubo cambios en las reglas de juego, es cierto, pero sí endurecimiento en la normativa”, reconoce el mismo comentario que más arriba advertía que “desaparece el mercado único y libre de cambios”. El medio que tituló que será la AFIP quien “decidirá quiénes pueden comprar dólares”, reconoce que “el cambio más visible” para el comprador será que “además del DNI, deberá presentar la constancia de CUIT o CUIL”, es decir identificarse como contribuyente.

Exagerar el impacto de la medida, transfigurarla hasta hacerla aparecer como una herramienta del terrorismo de Estado, anunciar el recorte de las libertades ciudadanas o, simplemente, presentarla como una acción desesperada e inútil del Gobierno, aunque más no fuera en su presentación aunque luego no se sostenga en el desarrollo de la noticia, busca un solo objetivo: generar miedo, la expectativa de que “se viene la devaluación”. Claro que este miedo tiene un efecto combinado, ya que por un lado busca desgastar al Gobierno en su intención de mantener bajo control el mercado cambiario, y por otro generar en el común de la gente la reacción contraria a la que espera el Gobierno: que salga corriendo a comprar dólares. Los especuladores, los operadores prodevaluacionistas, buscan que la gente haga ahora lo que ellos hicieron antes: meter presión compradora en el mercado de cambios para así buscar forzar una devaluación.

El Gobierno se encuentra, entonces, ante un doble frente de combate: la especulación en el mercado cambiario que mete presión compradora de divisas y la agitación mediática de que al Gobierno se le escapa la tortuga cambiaria. No es sencillo de resolver, pero seguramente en la clave de cómo enfrentarlo estará presente una buena comunicación. El Gobierno no la tuvo durante “la batalla de las retenciones” y le llevó dos años remontar políticamente la cuesta. Son consideraciones que, esta vez, habría que medir de antemano para no errar la estrategia.

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