ECONOMíA › PRIMERA JORNADA DE LA CUMBRE DEL G-20 DOMINADA POR LA DEBACLE GRIEGA Y EL DEBATE SOBRE EL COSTO SOCIAL DE LA CRISIS
CFK propuso en el plenario de presidentes que si durante tres años se probaron medicinas que agravaron al enfermo, se debe intentar otro tratamiento. Se habló de ampliar el capital del FMI y de un impuesto a las transacciones financieras.
› Por David Cufré
Desde Cannes
Los jefes de Estado de las potencias de Europa el primer día de la cumbre de presidentes del G-20 terminaron exhaustos. Todo el tiempo al borde de un ataque de nervios. Ese clima terminó impregnando el conjunto de las deliberaciones, con los presidentes jugando fuerte en un momento que se visualiza como bisagra. “Acá no es sólo un tema económico, esta cumbre es sobre todo política”, describió el canciller argentino, Héctor Timerman, tras el plenario de la tarde. Las sesiones se desarrollan en dos planos: el cortísimo plazo, medido literalmente en minutos, y el largo, por las resoluciones que podrían adoptarse. Durante la mayor parte de ayer dominó la urgencia, a partir de los acontecimientos en Grecia, donde su primer ministro, Giorgos Papandreu, amagó con renunciar, llamó a un gobierno de unidad nacional y terminó retirando el referéndum sobre el acuerdo con la Unión Europea (ver página 23). Cada una de esas decisiones eran producto de nerviosas negociaciones entre el griego y los mandatarios de Francia, Nicolas Sarkozy, y Alemania, Angela Merkel. Ambos tenían que atender ese frente mientras pulseaban sobre temas también profundos, pero de largo aliento, con el chino Hu Hintao, el estadounidense Barack Obama y los otros presidentes del G-20. Cristina Fernández de Kirchner, relajada, con el 54 por ciento reconocido por Obama, Sarkozy y hasta el inglés Cameron, volvió a tener un protagonismo importante, con una postura muy firme en contra de las políticas de ajuste y en favor de regular los mercados financieros.
La llegada de la madrugada en Cannes no bajó las pulsaciones. A las tres de la mañana, cuatro horas menos en la Argentina, los equipos técnicos de los 20 países seguían negociando el documento final de la cumbre, que se dará a conocer esta tarde. Allí estaban el secretario de Finanzas argentino, Hernán Lorenzino; su segundo, Guido Forcieri, y el embajador en Estados Unidos y sherpa de la presidenta, Alfredo Chiaradía. Puertas afuera del bunker, las calles reflejaban la otra cara de la moneda: no pasaba nada, ni nadie. Las restricciones al acceso en esta parte de la ciudad, la más pintoresca y comercial, terminó por ofrecer el mismo paisaje desolado tanto a las doce del mediodía como en plena noche. Si la cumbre se hubiese hecho en un aeropuerto, habría sido lo mismo. Incluso los periodistas se cobijaron en el centro de prensa, con un servicio all inclusive en comida y tecnología. El bunker es el nombre que le asignan cada año los cronistas de cine al Palacio de Festivales y Congresos, donde se desarrolla uno de los festivales más importantes del mundo.
Por la misma puerta principal donde pasan las estrellas desfilaron ayer 19 presidentes, saludados cada uno por el anfitrión Sarkozy y una formación militar. Cuando terminó ese costado casi lúdico de las recepciones, arrancó el almuerzo y un plenario con mucha densidad. El primer gran debate tuvo que ver con la situación en Grecia y las soluciones posibles para encauzar definitivamente la crisis. Sarkozy y Merkel defendieron la estrategia del acuerdo que pactó la semana pasada la Unión Europea con ese país. Consiste básicamente en profundizar las medidas de desmantelamiento del Estado de bienestar y avanzar con reformas neoliberales, del tipo de las que experimentó la Argentina en los ’90: privatizaciones masivas, achicamiento del sector público, desregulación financiera, despidos de empleados públicos y flexibilización laboral. Todo eso auditado por una troika que integran la Comisión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo, uno más a la derecha que el otro, en ese orden. Y una comisión permanente radicada en Atenas para monitorear la aplicación de las medidas. Es la salida que le proponían a la Argentina en diciembre de 2001 bancos de inversión extranjeros, figuras de la ortodoxia como Rudy Dornbusch y socios locales como Emilio Cárdenas. A cambio, Grecia obtendría un recorte del 50 por ciento de su deuda con acreedores privados, que igualmente dejaría sus pasivos en un nivel asfixiante, de 120 por ciento de su PBI. La única diferencia con la Argentina de 2001 es que al gobierno de entonces no le ofrecían la contraparte del default controlado.
Contra esa opción se manifestó con contundencia la presidenta Cristina Kirchner. Fue la que estuvo más abiertamente de la otra vereda, producto de su situación política personal, muy fortalecida, y de su convicción ideológica. “Si uno ha probado ya durante tres años determinadas medicinas y con determinados médicos y el enfermo se agrava cada vez más, ¿no será que habrá que cambiar de médico y de medicinas e intentar otro tratamiento? Esto es una cuestión de pura lógica. Intentar resolver los problemas de la misma manera con la que fueron originados, decía Einstein, es de gente no demasiado cuerda”, les dedicó a los líderes de los países centrales en un discurso que había dado por la mañana ante empresarios (ver página 3), y que en lo conceptual repitió por la tarde en el plenario de jefes de Estado.
Esa posición tuvo el respaldo explícito de los presidentes de México, Felipe Calderón, y de Turquía, Abdullah Gül, quienes hicieron referencia a la crisis argentina de 2001 y a la solución encontrada por el gobierno desde 2003 con políticas keynesianas. El mexicano abundó respecto del sobreendeudamiento que tuvo el país a lo largo de los ’90, cómo lo dejaron caer en 2001 y cómo logró crecer a un ritmo de ocho puntos por año desde entonces. También advirtió que en el estallido del 19 y 20 de diciembre hubo muertos y que debe evitarse por todos los medios que Grecia alcance esos extremos. Allí fue que CFK hizo una de sus intervenciones en la cumbre, ampliando sobre lo expuesto por su colega de México. Además, advirtió que los gobiernos centrales “siempre toman decisiones para llevarles tranquilidad a los mercados, cuando ahora los que están peor y más nerviosos son los trabajadores y el pueblo griego”. Luego dijo que nadie puede creer que Grecia, un país de 10 millones de habitantes, pueda hacer frente a una deuda de 350 mil millones de euros. Los países del Brics acompañaron la posición, aunque con menos vehemencia. En tanto, Obama decidió hasta ahora mantenerse relativamente al margen, dejando el centro del escenario a sus colegas de Francia y Alemania.
El otro capítulo de la cumbre, el que mira el largo plazo, incluye aspectos interesantes para Argentina. Por un lado, los países del G-20 analizan volver a aumentar los derechos especiales de giro del FMI, como se hizo en 2009, lo que aportaría reservas frescas a todos los socios del organismo. Sería un aporte valioso para el Banco Central argentino en un momento de tensión cambiaria. Las primeras versiones indican que la capitalización del Fondo podría llegar nuevamente a 250 mil millones de dólares. Otra cuestión sobre la que insistió Fernández de Kirchner y que aparece en el borrador del documento se refiere a poner freno a las calificadoras de riesgo. Se estudia la manera de quitarles protagonismo, evitando que sea obligatoria su contratación por gobiernos y empresas a la hora de emitir títulos de deuda. Una tercera cuestión que el gobierno argentino computa como ganancia es que se volverá a incluir la cuestión laboral en las conclusiones de la cumbre, excluidas en las últimas dos.
Por último, hay una fuerte discusión respecto de la creación de una suerte de Tasa Tobin –un impuesto a las transacciones financieras– entre Francia y Alemania, por un lado, y Estados Unidos y Gran Bretaña, por el otro. CFK definió la línea argentina: el Gobierno apoya el impuesto a condición de que lo implementen todos los países y que se clausuren definitivamente los paraísos fiscales. La Presidenta utilizó otro término para definir esos espacios de evasión consentidos: “guaridas fiscales”.
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