ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por Alfredo Zaiat
La crisis en las potencias económicas se expresa en descalabros financieros, en la declaración del default sociolaboral con restricciones de derechos de trabajadores y jubilados y en la pérdida de legitimidad política de gobiernos subordinados a aplicar medidas de ajuste recesivas. Estas son las manifestaciones más evidentes que dominan el análisis global de una debacle de proporciones. Otra muestra de ese declive no se difunde en el espacio público. Es la crisis del paradigma del pensamiento neoliberal, hegemónico en las últimas tres décadas. El cuestionamiento cada vez más intenso no significa que aún no siga prevaleciendo, como se verifica en el sendero que transitan las economías centrales, la debilidad de sus liderazgos políticos y la creciente influencia del Fondo Monetario Internacional en una arquitectura financiera global perturbadora de la estabilidad. Este predominio se observa en la presencia de representantes de la corriente ortodoxa en la definición de políticas de ajuste en Estados Unidos y Europa, o en la estrategia de influir en las expectativas sociales y empresarias en países que denominan despectivamente populistas. Esta actividad militante está teniendo en estos días un momento de esplendor en el mercado local, con economistas del establishment que están en rotación permanente en televisión, radio y grandes diarios, en una suerte de cadena nacional privada a disposición de la producción del show del miedo. La diferencia sustancial con los países que hoy padecen y profundizan la crisis con medidas del recetario neoliberal es que aquí ya se conocen sus dramáticos resultados y quiénes fueron los autores materiales e intelectuales de los desastres. Esa ventaja relativa es la que permite, además de exhibir una evolución de la economía a contramano de permanentes pronósticos negativos, desarrollar una batalla de ideas un poco menos desigual. Se constituyen espacios de reflexión para disputar el sentido común económico, dejando atrás esa posición minusválida que la ortodoxia asignó a quienes en los noventa llamaban economistas no profesionales. Con la fuerza de los resultados y honestidad intelectual, legitimidad que consultores de la city no pueden exhibir después del fracaso de las políticas que aconsejan y de pronosticar, por ejemplo, un dólar a 10 pesos en 2002, está avanzando la corriente heterodoxa en sus diferentes variantes. El Plan Fénix, economistas reunidos en la Facultad de Ciencias Económicas, fue un lugar de resistencia al neoliberalismo durante la convertibilidad, que hoy sigue aportando al debate económico con pensamiento crítico. En una necesaria etapa de evolución, teniendo en cuenta el desafiante proceso político que se desarrolla en la región, por iniciativa de Abraham Gak se acaba de conformar y presentar en sociedad “Un Plan Fénix para América del Sur”.
El documento que se denomina “Declaración de Buenos Aires”, con la coordinación general de Aldo Ferrer, fue debatido el jueves pasado por un grupo de economistas (*), plantea la constitución de un foro de discusión interdisciplinarias e interregional para contribuir a la instalación, en la opinión pública, de la necesidad de desarrollar acciones que tiendan a la integración regional como un medio fundamental para sostener un proceso integral de desarrollo económico con equidad social. Expresa que la región puede enfrentar exitosamente las presiones de poderosos sectores nacionales y transnacionales que intentan que se transite el camino de la dependencia que permitió, otrora y aún hoy, la depredación de nuestros recursos, e insisten en proponer soluciones que sólo logran consolidar esa dependencia. Afirman que “colocamos esta contribución bajo la invocación del ave mitológica porque estamos convencidos de que América del Sur puede resurgir del agobio a que la han sometido ideas y políticas incompatibles con sus intereses fundamentales”. Para definir que “esta tarea es permanente, crítica y urgente en momentos como los actuales, signados por la crisis civilizatoria, la aparición de nuevos protagonistas en el escenario mundial y el riesgo de que nuestros países queden nuevamente atrapados en la función periférica de ser proveedores de productos primarios”.
Luego de esa enunciación de principios, para resolver el problema histórico de la concentración de la riqueza y sus inaceptables consecuencias de pobreza y exclusión, aconsejan fortalecer la gobernabilidad de las economías de la región, avanzar en la transformación productiva e incorporar la ciencia y tecnología como elementos de transformación de la realidad. “Enfrentamos, pues, el desafío de recuperar a pleno la capacidad de decidir nuestro propio destino dentro del orden mundial contemporáneo, coordinando acciones comunes y atendiendo las significativas asimetrías que nuestros países presentan.” En un oportuno rescate del pensamiento de Raúl Prebisch, recuerdan que a fines de la década del ’40, este economista planteó que el régimen de relaciones internacionales y las ideas que lo sustentan que, más tarde, se llamó “globalización”, eran inequitativos e incompatibles con el desarrollo y la gestión de la política económica de los países periféricos. Prebisch definió la ortodoxia neoclásica como “pensamiento céntrico”. Este sostiene que las economías nacionales son segmentos del mercado mundial, el cual determina la asignación de los recursos, la distribución del ingreso y la posición de cada una de ellas en la división internacional del trabajo, en las corrientes financieras, en las cadenas transnacionales de valor y en la creación y gestión del progreso técnico. De allí deriva la política económica impuesta, fundada en la apertura incondicional al mercado mundial, la reducción del Estado a su mínima expresión y el abandono de toda pretensión de construir proyectos nacionales de desarrollo. Con ese respaldo analítico, el Fénix latinoamericano define que “el primer requisito para impulsar el desarrollo es rechazar el cuerpo de ideas elaborado en los países dominantes, desde la teoría clásica del comercio internacional hasta la de las expectativas racionales y el Consenso de Washington”.
Como si se estuvieran refiriendo a la crisis de Estados Unidos y Europa, aunque en realidad es una advertencia para las sociedades latinoamericanas que siguen siendo bombardeadas por ideas neoliberales, explican que “la entronización del mercado como institución central, fundante e impuesta con particular fuerza desde fines de los ’70, ha mostrado ser –una vez más– una opción a la postre inviable”. Indican que la prevalencia del sistema financiero sobre el sistema productivo, también llamada “financiarización”, no sólo contribuye a anarquizar los mercados de capitales, sino que también ataca desde diversos flancos a la economía real y al empleo, induciendo espirales acumulativas que terminan desestabilizando la actividad económica, corroyendo los lazos sociales y, finalmente, dañando gravemente a los propios Estados-Nación. “El sistema financiero vigente instala también el despilfarro, la polarización en la distribución de la riqueza y los ingresos, la desvalorización del trabajo a favor de la especulación y la ‘economía-casino’ y, finalmente, la anomia moral”, afirman.
El Plan Fénix para América del Sur toma nota de que la crisis global iniciada a fines de 2007 está debilitando la influencia del paradigma neoliberal como “canon organizador del orden mundial” y que ante ese vacío teórico, “vuelven a surgir las ideas inspiradas en Prebisch, Furtado y otros maestros del estructuralismo latinoamericano”. En la búsqueda de respuestas propias a los desafíos y oportunidades, se retoma un concepto orientador de Aldo Ferrer que dice que cada país tiene la globalización que se merece en virtud de la calidad de sus políticas nacionales. Así está dado el escenario apropiado para organizar respuestas distintas a las neoliberales, en los diversos frentes de la globalización. Y aquí aparecen propuestas de líneas de acción: afianzar la estrategia de inserción internacional que se proyecta a un espacio regional a través de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Para concluir que “debemos instalar el debate sobre las políticas regionales necesarias, no sólo para enfrentar las consecuencias de la crisis de los países centrales, sino principalmente para corregir las asimetrías que puedan constituir un obstáculo insalvable para el progreso común de todos nuestros habitantes, generando la posibilidad de un desarrollo apoyado en una distribución equitativa del ingreso que nos permita una vida en común que será digna si alcanza a todos”.
(*) José Miguel Amiune, Ricardo Aronskind, Marta Bekerman, Carlos Bresser Pereira, José Briceño Ruiz, Alberto Couriel, Renato Dagnino, Jorge Elustondo, Aldo Ferrer, Jorge Gaggero, Abraham Leonardo Gak, Cecilia Gómez, Martín Hopenhayn, Matías Kulfas, Alberto Muller, Oscar Oszlak, Sara Rietti, Julio Sevares, Hugo Varsky, Mariana Vázquez, Guillermo Wierzba, Alejandro Vanoli, Alfredo Zaiat.
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