Ex sindicalista, defensor de los campesinos sin tierra y antiguo crítico del “gran capital”, el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, se ha convertido, a cuatro meses de asumir el poder, en la nueva superestrella del Fondo Monetario Internacional. No hay conferencia de prensa sobre América latina en la que el FMI no cite al presidente Lula como ejemplo, elogiando las cualidades de gestión económica de su gobierno y sus valerosas decisiones. En la reciente asamblea del FMI-BM, los ministros de finanzas del G-7 emitieron un comunicado en el que saludaron “las sólidas medidas de política macroeconómica y las ambiciosas reformas estructurales que las autoridades brasileñas ponen en práctica”. El economista jefe del FMI, Kenneth Rogoff, dijo que “hay que reconocer que la administración de Lula reclutó un equipo de economistas de élite”. “Los resultados de las reformas que emprendió son destacables. Podríamos incluso hablar de reformas históricas”, agregó. Por su parte, el director gerente del FMI, Horst Koehler, volvió a repetir este fin de semana su “impresión” por las políticas ortodoxas de Lula, “sobre todo porque pienso que tiene una credibilidad que con frecuencia falta en los otros dirigentes, y que está seriamente comprometido a trabajar duro para orientar su política en favor del crecimiento y de la igualdad social” y por ubicar a “la reforma fiscal y la de la seguridad social a la cabeza de sus prioridades”. Koehler también elogió la política presupuestaria. En particular, la decisión de aumentar la meta de superávit fiscal primario a 4,25 por ciento del PIB para 2003, lo que “ilustra el compromiso de Brasil de responder a sus obligaciones”, destacó.