Sáb 19.04.2003

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Cartoneros de las finanzas

› Por Julio Nudler

En cualquier terremoto, en el que muchos mueren y otros huyen, hay una oportunidad para audaces y temerarios, que pueden hallar piezas valiosas entre los escombros. Gracias a su arrojo y su oportunismo, algunos protagonistas más o menos marginales de la patria financiera de los ‘80, cuando manejaban mesas de dinero con tasas de interés que daban vértigo, están volviendo por sus fueros. Y se instalan en el proscenio con la refundación de Adeba, Asociación de Bancos Argentinos, disuelta en 1999 tras años de febril desnacionalización del negocio financiero, Pedro Pou mediante. Ya para entonces, algunos banqueros nativos, escapando de una city metropolitana copada por la banca multinacional, habían hecho pie en diversas provincias, aprovechando la privatización de la banca pública. Esto hicieron, entre otros, personajes como Raúl Moneta (Mendoza) o los hermanos Rohm (Santa Fe), y también Jorge Brito (Salta y Misiones), ahora líder de la renacida Asociación. Bancar en las provincias, en contextos poco transparentes y con niveles promedio de corrupción superiores aun a los nacionales, operando como agentes financieros de los gobiernos locales, ofrecía una respetable oportunidad para los intrépidos, siempre que conservasen cierta mesura. Pero a partir de 2001, la implosión de la convertibilidad generaría una nueva oportunidad, mayor incluso que la anterior. Sólo se precisaba tener respecto de la crisis argentina un pronóstico diferente del que inducía a buena parte del capital extranjero a huir del país, en calzoncillos y por la ventana si era menester. Ahora está claro que los cartoneros del sistema financiero, a fuerza de recoger lo que otros abandonaron, ganaron mucha plata sin poner capital y se sienten ya con fuerza suficiente para armar su propio lobby, sin escudarse detrás de los financistas foráneos.
Adeba fue creada originariamente en 1972, en vísperas del retorno peronista y en pleno ascenso de las ideas nacionalistas. Para hacerse una idea: el Nuevo Banco Italiano fue rebautizado Banco de Crédito Argentino porque ese nombre convenía más. Y Adeba, que se escindió de ABRA, donde sólo quedaron los bancos extranjeros, instaló su sede a metros del Banco Central. Todo un símbolo de lo importante que era estar bien cerca del Estado para hacer negocios, como ya otros grandes exponentes de la burguesía nacional (Aluar, Acíndar y un largo etcétera) lo habían demostrado. Curiosamente, así como el Citibank terminó pasándose de ABRA a Adeba durante el menemismo al ampliar sus objetivos más allá del sector bancario, ahora ese banco estadounidense, perteneciente a ABA (Asociación de Bancos de la Argentina) vuelve a pedir su ingreso en la nueva Adeba. No es necesariamente casual que dos altos ex ejecutivos del Citi, como Guillermo Stanley y Carlos Giovannelli, estén asesorando hoy al MacroBansud de Brito, quien siempre tuvo estrechos lazos con la entidad neoyorquina.
Cueveros y mesadineristas que hicieron su agosto durante el desorden macroeconómico alfonsinista quedaron en estado casi larval durante la convertibilidad, tras haber comprado en algunos casos la patente más decorosa de “banca mayorista”, desde la cual saltaron al abordaje de los fundidos bancos provinciales. De pronto, al quebrar el país, devaluarse el peso y confiscarse los depósitos, profundizándose la depresión económica, esos avezados nadadores en aguas revueltas se hallaron con la estampida de los extranjeros ante sus ojos. En todos los sectores, y no sólo en el financiero, la gran mayoría de las matrices situadas en el Primer Mundo resolvieron encuarentenar a la Argentina, dejando a sus filiales en el austral país libradas a sus propios medios y prometiendo a los accionistas no poner ni un dólar ni un euro más en este agujero.
El caso de los bancos extranjeros fue el más visible para el público porque no devolvieron los dólares, después de haber usado su dimensiónmultinacional como anzuelo para atraer depositantes. Ya a comienzos de 2002 el canadiense Scotia-Quilmes no pagó el vencimiento de una Obligación Negociable, y luego se fue del país sin despedirse, abandonando literalmente toda su red, gente incluida. Los ejecutivos del francés Crédit Agricole, dueño del Suquía, el Bisel y el Bersa, escaparon presurosamente durante un fin de semana. ¿De qué huían? Quizá de los estafados ahorristas, tal vez de los secuestradores. La paranoia llegó a tal punto que para conducir ABA escogieron a Mario Vicens, un especialista local, porque ningún capo de la banca extranjera en Buenos Aires quería poner la cara. La consigna era conseguir que el Estado se hiciera cargo de las pérdidas, y para ello presionaron por todos los medios, incluido el FMI. Como no lograron todo lo que querían, algunos se decepcionaron con Vicens.
En ese espeso ambiente, los bancos de afuera cometieron el error de comprar los pronósticos más agoreros sobre la Argentina. Después de haber creído demasiado tiempo en la sustentabilidad del 1 a 1, hasta que en 2001 dejaron de creer y empezaron a fugar capitales, en 2002, luego de sufrir el duro golpe patrimonial de sus deudas en dólares con el exterior, y por ende no pesificables, se convencieron de que la híper era el escenario inevitable. Tenían expresamente prohibido, por decisión de sus matrices, operar con más papeles argentinos. Desaprovecharon así las estratosféricas tasas que pagaban las Letras del Banco Central (124 por ciento anual a 30 días en su debut), mientras asesores locales como Pablo Guidotti, ex secretario de Hacienda con Roque Fernández, les advertían que esas Lebac eran una nueva estafa y el BCRA no las pagaría. Mientras tanto, los bancos autóctonos atraían plata en plazo fijo para recolocarla en esos títulos y ganaban jugosos márgenes sin trabajo alguno gracias (cuándo no) al Estado. Sólo hace pocos meses ingresaron algunos bancos extranjeros al circuito, pero cuando ya las tasas no eran lo que habían sido.
Desde que el Citi le cedió el Bansud al Macro, poniéndole un cheque encima, otras redes y estructuras quedaron en manos locales, como las numerosas sucursales del Quilmes que se engulló el Comafi, con asistencia del Banco Central y de Sedesa (Seguro de Depósitos). No era capital lo que se requería para asumirlas sino un vaticinio más optimista, que confiara en la estabilización macroeconómica y el aumento de los depósitos libres, además de cierta reactivación general. Exactamente lo que ocurrió desde mediados del año pasado. Quienes recuerdan que el Santander se había marchado de la Argentina en 1991, precisamente cuando le hubiera convenido quedarse, saben que los grandes bancos internacionales no están libres de cometer errores. De todas formas, no hay que exagerar: la banca extranjera armó en la Argentina importantes conglomerados financieros –incluyendo AFJP, compañías de seguros, sociedades de Bolsa, etcétera–, que le aseguran a futuro el manejo del grueso del ahorro nacional y que, hasta ahora al menos, multiplican ganancias a costa del público por la virtual ausencia de regulación estatal.
Para los financistas telúricos la crítica situación económica del país promete algunas ventajas, en base a las cuales podrán competir con los bancos extranjeros que se queden. Una crucial es la falta de financiación de afuera, que es el fuerte de todo banco internacional. En principio, la Argentina se las tendrá que arreglar con sus propios recursos financieros. En este juego, los intermediarios locales pueden tallar tanto como los foráneos. O incluso mejor, si el sector más dinámico de la economía va a estar ligado a la sustitución de importaciones, protagonizada en muchos casos por empresas medianas o pequeñas. Estas nunca contaron para los bancos extranjeros, concentrados en operar con las transnacionales, traficar sus papeles de deuda, financiar el comercio exterior y explotar productos altamente rentables como el crédito para consumo. Renacida en vísperas electorales, Adeba no parece una movida subordinada a una determinada apuesta política, aunque tenga lazos con algunos candidatos. Cualquiera sea el vencedor, habrá mucha necesidad de lobby cuando quedan pendientes tantas decisiones respecto del sistema financiero. Sin ir más lejos, el proyecto de las compensaciones por la indexación asimétrica y los amparos está en el Congreso, ámbito muy fértil para cualquier operador privado. Y el BCRA debe definir todavía los capitales mínimos que exigirá y los encajes (normas prudenciales) que deberán guardar los bancos para asegurar (o aparentar que se asegura) solvencia y liquidez. A mayores capitales y encajes, menores ganancias, y viceversa. El Central, además, vuelve a oficiar de sostén último del sistema, por lo que la chapa de “privados nacionales” podría eventualmente tocar alguna fibra. El caso del rescate del Galicia por el BCRA puede mostrar un antecedente.

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