ECONOMíA › OPINIóN
› Por Sergio Urribarri *
Mi tercer G-20 me dejó lecciones que superaron por sí solas las de los dos anteriores. La primera se relaciona con el grado de tozudez que muestran quienes son los encargados de resolver la crisis; la segunda es que la política de desendeudamiento del país y su independencia de la ortodoxia capitalista a partir del Fondo Monetario Internacional será un capítulo aparte cuando se estudie la historia económica mundial. La tercera es una duda: ¿cuánto de este proceso –tan duro en términos de desempleo en Europa– tendrá que ver con el grado de soberbia con que nos vienen mirando desde hace décadas?.
Otra lección tiene que ver con recordar siempre de dónde venimos: de deslealtades que en el 2008 nos llevaron a una derrota política en el Congreso Nacional y en donde algunos nos daban apenas semanas de supervivencia política. En esa difícil situación, y sin una sola especulación desde Entre Ríos, mantuvimos férreamente nuestra pertenencia a este proyecto nacional. Entonces no puedo menos que señalar la satisfacción de saber que nuestra presidenta sostiene desde 2008, cuando la acompañé por primera vez, un discurso sin fisuras basado en los hechos que muestra la economía argentina, que recibe el respeto de los líderes del mundo, no por concesión, sino como un merecido reconocimiento a un fuerte liderazgo político.
Si bien no esperaba que la reunión de Los Cabos (México) resolviera los problemas centrales de la economía del mundo, los primeros cruces desnudaron la ambigüedad de las premisas de la convocatoria. En un extremo el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, llamando a que “entre todos nosotros debemos hacer lo necesario para estabilizar el mercado financiero”; en la otra punta, el presidente de la Unión Europea, José Manuel Barroso, sosteniendo que “las naciones europeas no habían asistido para ser sermoneadas respecto del camino a seguir... La crisis no se originó en Europa... La crisis se originó en Norteamérica...” y frases por el estilo.
Entre punta y punta de esas definiciones están los monumentales residuos de la crisis que se originó en el mercado de hipotecas subprime americano, que empezó a crujir en 2007 y cuya primera víctima –la quiebra de Lehman Brothers en 2008– abrió una herida profunda en el sistema financiero internacional que aún no cierra. El peor de ellos es el nivel de desocupación en varios países del viejo mundo, para colmo atacado con recetas ortodoxas de los ’70 que sólo miran la cuestión fiscal y dejan de lado (equivocadamente para nosotros) su propio mercado interno.
Basta establecer un par de comparaciones para entender la irracionalidad del proceso. Según nuestro embajador en Francia, Aldo Ferrer, en 1980 la actividad financiera mundial equivalía a 1 PBI mundial, mientras que en el 2010 la misma actividad equivalía a 4 PBI mundiales. O la que sostiene que en la posguerra el endeudamiento mundial equivalía a 1 PBI internacional; hoy ese valor no se puede mensurar pero se sabe que se ha multiplicado exponencialmente. En definitiva, estamos en la presencia del fin de un ciclo, basado en la ficción de los agregados o derivados monetarios que se tradujeron en burbujas de precios –petróleo, commodities, valores inmobiliarios–. Nuestro aprendizaje del 2001 nos dice que la salida (por lo menos aquí sabemos que funcionó) es hacia adelante, con una política de estímulos a fin de sostener el consumo, con una fuerte apuesta al mercado interno y con agresivos planes de infraestructura que permitan agregar inversión desde el sector público.
Aquí es donde nuestra Presidenta reafirma su condición de liderazgo cuando sostiene que “el crecimiento no puede estar basado sólo en agregados monetarios o financieros, sino que necesariamente deben pasar por el proceso de producción de bienes y servicios”. Está claro que con los fondos con los que se viene inyectando al sistema financiero (desde la Reserva Federal americana primero y ahora desde los bancos europeos) no se resuelven los problemas de actividad y desempleo. El peor ejemplo es el de nuestra querida España, con una desocupación por encima del 20 por ciento y con la vieja política de ajuste fiscal que no promete darle resultados a corto plazo.
A pesar de las circunstancias que rodean la situación mundial, tengo la convicción que Argentina está ubicada en el lugar justo y en el momento adecuado. Aun corriendo el riesgo de pecar de optimista, uno no puede ser ajeno a hechos concretos que se abren a mediano y largo plazo.
El crecimiento de las economías de China, India, Rusia, Brasil (el mentado BRIC), más los países emergentes de Africa y Asia, están incorporando millones de personas a los niveles medios de la sociedad. De inmediato estas masas que no tenían capacidad de consumo se convierten en demandantes de bienes y servicios, fundamentalmente de alimentos, por lo que la Argentina está lista para ser proveedora de las necesidades que el mundo ofrece a diario. La segunda lectura es que con esta demanda creciente difícilmente baje el precio de los commodities agropecuarios favoreciendo nuestra balanza de pagos.
Los términos de intercambio para nuestros productos están en una situación excelente, no tenemos la carga de la deuda (42 por ciento s/PBI y sólo 14 por ciento s/PBI es deuda con el sector financiero externo e interno, y de ese 14 por ciento sólo el 9 por ciento está comprometido en dólares o euros), estamos buscando “multilateralidad” con la inclusión de países como Angola, que tienen enormes excedentes de fondos y que si bien no son decisivos en la macroeconomía mundial, significan aportes superavitarios a nuestro comercio exterior. Además, este posicionamiento nos permite eludir las injustas barreras sanitarias y comerciales sobre nuestros productos que imponen las economías centrales (nuestro arroz entrerriano tiene 400 por ciento de arancel en Japón), dejándonos fuera de mercado y cuando nuestro país decide –como política de estado– defender nuestra industria, nos corren por izquierda con el discurso del proteccionismo y la falta de apertura.
El desafío de nuestro tiempo es, a partir de una serie de fortalezas, atacar nuestras debilidades; la mayor de ellas es la característica primaria de nuestros productos exportados. El Gobierno ha dado pasos concretos para revertir este proceso: la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, la incorporación de RR.HH. a nuestras principales fuentes de conocimiento (INTA, Conicet, INTI), un fuerte estímulo a las industrias dedicadas a la sustitución de las importaciones con la línea de Créditos del Bicentenario, la revitalización de la enseñanza técnica con enormes aportes de infraestructura y equipamiento, la puesta en marcha de planes de largo plazo, como el Plan Estratégico Agroalimentario, el Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación y, sin lugar a dudas, la recuperación de la empresa petrolera YPF, que a partir de un management profesional y una indubitable decisión para avanzar en exploración y explotación, con un fuerte proceso de inversión, se convertirá en un nuevo vector de desarrollo en el mediano plazo.
Por eso veo a la Argentina con enorme optimismo; con las precauciones y las dudas del presente, pero también con las certezas del futuro.
* Gobernador de Entre Ríos.
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