ECONOMíA
› PANORAMA ECONOMICO
Una sed abrasadora
› Por Julio Nudler
Jayati Ghosh es una economista india, que no parece pensar como su compatriota Anoop Singh. Ghosh explica la insaciable sed de capital (es decir, de los ahorros del resto del mundo) que abrasa a Estados Unidos, vincula a ella el giro hiperimperialista-bélico de Bush junior y sus neoconservadores republicanos (lo que los llevó a invadir Irak no es la avidez de petróleo sino en última instancia de capitales), y, ahora que el Fondo Monetario Internacional vuelve a acosar a la Argentina, anticipa que Washington, representado en el organismo por la matrona Anne Krüger, no le tolerará ya al FMI ningún desvío, siquiera temporario, como eso de admitir que se equivocó al forzar a los países subdesarrollados a una total liberalización financiera. Este es el escenario que le espera a Néstor Kirchner, quien sin embargo no debería quejarse: si es él quien asume mañana, y no Carlos Menem ni Ricardo López Murphy, es porque éstos representan una opción inviable hoy para la economía argentina, dadas las características de la fenomenal crisis que barre al capitalismo mundial.
Ghosh plantea –y no es ella sola la que lo ha comprendido– que el mayor dilema de la economía global es que está estructurada de modo tal que descansa sobre los enormes déficits externos de Estados Unidos. Estos resultan imprescindibles para que haya crecimiento en la economía mundial, muy pendiente del gigantesco mercado norteamericano. Pero para que EE.UU. pueda incurrir en déficits externos permanentes es necesario que el resto del mundo se los financie, transfiriéndole capitales equivalentes, año tras año. Para hablar en plata, unos 400 mil millones de dólares anuales (algo así como tres PBI argentinos). Allí empiezan las dificultades.
Para que los ahorristas del resto del mundo acepten aumentar indefinidamente su crédito a EE.UU. deben pasar dos cosas: que crean en la solidez y el dinamismo de su economía, y que también confíen en su moneda, el dólar. Pero eso ya no ocurre, objetará cualquiera, al ver cómo crece el desempleo en Norteamérica, se cierne la deflación y, sobre todo, se deprecia el dólar. Siendo esto verdad, también lo es que los bancos centrales de grandes exportadores como Japón y China están comprando desesperadamente dólares y títulos de deuda estadounidenses para evitar que el yen y el yuan se revalúen tan violentamente como el euro contra el dólar. Comprar dólares es financiar a EE.UU. Pero esta demanda artificial, política, no podrá sostener el tambaleante tinglado indefinidamente.
La garganta norteamericana no necesita poco: se ha venido tragando el 70 por ciento de las importaciones mundiales de capital, recibiendo fondos europeos, asiáticos pero también de países periféricos como –destacadamente– la Argentina, con su endémica fuga de capitales. Ya se sabe que los países deficitarios, que importan más de lo que exportan, la pasan bien, por lo menos mientras les presten. Es el caso de los estadounidenses, habituados a vivir más allá de sus medios. La pregunta es qué consecuencias políticas tendrá en Estados Unidos el eventual fin de esa era de jolgorio. Ya ahora, tras el estallido de la burbuja especulativa, los norteamericanos (el sector privado) se ajustaron el cinturón y dejaron de desahorrar y endeudarse. Pero esa función la tomó el gobierno, caído en manos de halcones militaristas y ultraconservadores que además le quitan carga impositiva a los más ricos. Consecuencia: pronto deberá elevarse en un billón de dólares (un millón de millones) el límite de endeudamiento nacional, hoy en 6,4 billones.
El economista británico Wynne Godley, del Levy Economics Institute, adelanta proyecciones explosivas del déficit externo norteamericano, que en el 2008 equivaldría a un 9 por ciento del PBI. Pero el mismo Godley cree improbable que el resto del mundo esté dispuesto a financiarlo, en lo cual radica la gran encrucijada, porque del déficit estadounidense depende la estabilidad y el crecimiento del sistema capitalista en su conjunto.Por esta razón, es decisiva la imagen que ese resto del mundo tenga de Estados Unidos: en qué medida crea en su viabilidad como imperialismo, capaz de imponerle a los demás países las reglas de juego financieras y también comerciales que le convienen a Washington. El FMI y el ALCA son, en este sentido, instrumentos orientados a ese propósito. Pero hay también algo tan o más inquietante aún: la creciente rivalidad entre imperialismos. La reciente confrontación de Washington con un repentino eje París-Berlín-Moscú materializa esa amenaza.
Vista así la cuestión, se entiende que la invasión de Irak no se limitara en sus objetivos –como subraya Ghosh– a favorecer con contratos por más de 1500 millones de dólares a compañías amigas de Bush y su entorno, como denunció nada menos que The Wall Street Journal. Tampoco es un mero asunto de reservas petrolíferas. “Este espectáculo de devastador poderío militar –escribía la economista india durante la reciente guerra– refleja la necesidad del imperialismo norteamericano de proyectar al orbe tal imagen de su dominación que convenza a todos de que podrá seguir dirigiendo la economía mundial (y acceder a los ahorros del resto del mundo) sin obstáculos.” Bush, disfrazado de guerrero, pretende también eso, además de pensar en las elecciones del 2004.
Un prestigioso economista argentino con cátedras en Europa, que prefiere el anonimato, explicó a Página/12 que, así como Arabia Saudita cumplió tradicionalmente la función de generar enormes excedentes financieros vía petróleo y dirigirlos a EE.UU., ahora Washington, ocupando militarmente Irak, quiere asegurarse ese mecanismo para toda la región del Golfo, y aventar el peligro de que a los árabes se les ocurra no aceptar más dólares en pago de su crudo sino euros o yenes, con lo cual dejarían de financiar a Norteamérica. En otros términos: el área dólar, en la que están insertos países proveedores de materias primas e insumos como la Argentina, será defendida con argumentos como el Pentágono, llegado el caso. Un matiz, si se quiere, de la llamada “guerra contra el terrorismo”.
Arturo O’Connell, otro economista argentino no menos prestigioso, observa que la inexorable caída del dólar conducirá también en Estados Unidos (como viene ocurriendo en la Argentina tras la devaluación del peso) a la sustitución de importaciones. Esto complicará a la ultraconservadora zona euro (doce países de la Unión Europea), que se autoimpuso ajuste fiscal y lucha contra la inflación. El superávit comercial con EE.UU. le permitía neutralizar el impacto recesivo de tanta ortodoxia, preservando a su vez un nivel manejable y conveniente de desempleo, que mantenía a raya a los trabajadores.
Pero O’Connell señala que, hoy que en vez de inflación se les viene encima la deflación (el japonés Eisuke Sakakibara puntualiza que lo que por el momento hay a nivel global es “desinflación”, un continuo declive en la tasa de inflación), los europeos se encuentran con que ese problema se cruza con el de hallar el modo de reequilibrar el sistema económico mundial, ahora que EE.UU. no es más la locomotora. Una posibilidad consistiría en librarse del cepo de Maastricht (sobre todo el tope al déficit fiscal) y lanzarse hacia una política expansiva que evite un aumento imbancable de la desocupación.
Paralelamente, Europa cerraría su economía para evitar un déficit de balance de pagos, lo cual no les resultaría tan difícil. Aunque, salvo Francia, sus economías dependen mucho del comercio exterior, esto es cierto y falso al mismo tiempo, porque el grueso del intercambio es intraeuropeo. Las exportaciones de la Unión Europea equivalen a apenas un 9 por ciento de su PBI. Si se parapetan detrás de un acrecentado proteccionismo comunitario, la revaluación del euro no los dañará mucho, porque el tipo de cambio no afecta en absoluto las exportaciones de Alemania a España ni las de Italia a Grecia, salvo que provoque un desvío de comercio. Los asiáticos están a su vez asumiendo el hecho de que sus exportaciones a EE.UU. deberán dejar de constituir la estrategia suprema, y se percibe tanto una tendencia a ampliar el mercado interno (el caso más notable es el tailandés, con motores como un gran plan de viviendas) como a constituir un área de libre comercio entre los gigantes regionales: Japón, China y Corea. Concordantemente, una firma de estudios financieros, Independent Strategy, que tiene clientes como Goldman Sachs, sostenía en un reciente informe que Estados Unidos muestra muchos síntomas de ser un imperio que ha tocado techo. Entre las razones indica que el Consenso de Washington, a través del cual fueron impuestas a todo el mundo reformas neoliberales promercado, se está desmoronando a medida que más gobiernos rechazan esas recetas, que generan inestabilidad y crisis. Mientras tanto, los costos de la guerra y el unilateralismo aumentarán en el imperio la sed de capitales, que sin embargo no tendrá cómo pagar.