ECONOMíA
› FALLECIO AYER EN ITALIA ROBERTO ROCCA, HISTORICO LIDER DE TECHINT
La industria perdió a un patriarca
Había sufrido poco tiempo atrás la pérdida de su hijo Agostino, en el que había confiado la conducción del holding. Ya retirado, pero todavía un referente para el grupo empresario y también en la Unión Industrial Argentina, Roberto Rocca falleció ayer en Milán, su ciudad natal, aquejado de un cáncer de páncreas.
› Por Cledis Candelaresi
El cáncer de páncreas que lo aquejaba vigorizó su letal ataque en los dos últimos meses y horas atrás terminó con la vida de Roberto Rocca, creador junto a su padre, Agostino, del imperio industrial Techint. La muerte lo sorprendió a los 81 años en Milán, ciudad de la que era oriundo y en la que se graduó como ingeniero. Esta profesión lo ayudó a construir el principal holding trasnacional argentino, cuya multimillonaria facturación lo posicionó como uno de los hombres más ricos del mundo. Su hijo Paolo queda ahora formal y definitivamente como único conductor de un grupo con más de 50 mil empleados y sedes en varios continentes, consolidado gracias a un mix de talento de sus conductores y del amparo estatal para muchos de sus prósperos negocios.
“Perdimos un faro”, se lamentaba ayer un compungido director de la organización que nació como una siderúrgica, pero que luego se fue diversificando a construcciones, ingeniería, petróleo, gas, comunicaciones y otros servicios. Con su encendida defensa de una industria nacional robusta, Roberto marcaba el norte, aun cuando a mediados de los ‘90 decidió ceder el comando operativo a su hijo Agostino, fallecido hace dos años en un accidente aéreo.
Cuando esa desgracia le partió el corazón, Organización Techint ya se había consagrado como imperio multinacional, con rentables proyectos afuera y adentro del país. En los ‘80, integró la denominada “patria contratista”, beneficiada por ventajosos contratos de obra pública y de provisión de tubos de acero a la entonces estatal YPF. En los ‘90, la familia de los Rocca también apostó a las privatizaciones, con distinto grado de suerte: buena en el transporte de gas y peajes, pésima en el ferrocarril de carga. Claro que el bocatto di cardenale del desguace estatal fue Somisa, hoy Siderar, con la que también consolidó su dominio sobre el rubro de aceros planos.
Roberto Rocca sin duda tuvo un papel central en la estrategia de lobby del grupo, que les permitió a sus fábricas siderúrgicas (Siderar y Siderca) disponer del vital amparo aduanero para frenar la competencia externa. Su opinión también fue determinante en la astuta estrategia de integrar la cadena productiva, bien sea con firmas propias como satélites, bien con pymes independientes pero que fueran proveedoras exclusivas. Supo construir poder y potenciar la influencia de su empresa sobre los distintos gobiernos, siempre con éxito.
El grupo no cultivó el mejor trato con Carlos Menem, aunque durante sus presidencias no le fue nada mal. Sin embargo, fuentes del ámbito industrial aseguran que apostó en contra del presidente riojano durante las últimas elecciones, apoyando la opción de Néstor Kirchner. Algo semejante a lo que había hecho con la Alianza, cuando ayudó a algunas de sus figuras a tender líneas con políticos y empresas italianos.
Seguramente se lo recordará como un representante del capital nacional, de perfil industrialista, por predicar la importancia de la industria en el desarrollo de un país, aun cuando la vedette eran los servicios. Pero también por su estrategia interna de promover la caza de talentos universitarios y alentar un sistema de premios que reconociera a los mejores de sus equipos. Y por haber promovido la fusión de sus empresas con otras, pero no la venta de activos y el retiro a gozar del botín.
Tuvo un estilo singular. Eligió andar sin custodia, a pesar de ser junto a Gregorio Pérez Companc, Francisco Macri, Eduardo Eurnekian y Amalia Lacroze de Fortabat de los pocos millonarios locales distinguidos por ello en los rankings internacionales. Pero también fue el primero en reclamar una devaluación en 1999, cuando nadie se atrevía a cuestionar en público la Convertibilidad.
La depreciación del peso –así como la pesificación de las deudas locales– benefició, mucho a Techint, básicamente, haciendo más competitivas sus exportaciones de acero. Pero antes de la caída de Fernando de la Rúa, sus discusiones con el ministro de Economía se limitaban a cómo aplicar el factor de empalme, tipo de cambio diferencial para exportadores con el que Domingo Cavallo pretendía eludir la devaluación. Esta sola prerrogativa le hubiera alcanzado. Finalmente, tuvo mucho más.
Desde mediados de los ‘90, Roberto Rocca estaba más bien abocado a la reflexión macroeconómica, aunque no por ello ajeno al destino de sus empresas y ni siquiera a la suerte de la Unión Industrial Argentina, a la que consideraba una plataforma de estudio y de lobby preferencial. Quizá por ello desde Milán, junto a su hijo Paolo y otros hombres del grupo, siguió de cerca el impulso de una línea interna que confrontara con la lista encabezada por Alberto Alvarez Gaiani, menos emparentado con la defensa de las empresas de capital nacional y las pymes.
Los Rocca no podían concebir que la UIA tuviera un conductor que no gozara de su aval. Fue, tal vez, uno de los últimos reflejos de patriarca de Roberto, que Paolo supo transmitir con firmeza. Contrariando a quienes dudaron de su capacidad de conducir un holding con negocios múltiples, por su manifiesto apego a las actividades culturales, sin embargo no sólo demostró capacidad de mando sino que dirigió una de las etapas más complicadas de la trasnacionalización, concretada a través de Tenaris, conjunto de subsidiarias siderúrgicas con sede en varios países que con ese nombre cotiza en las bolsas de Nueva York y Milán.
El elegido para este comando era el audaz Agostino, uno de los primeros en diagnosticar en 1998 que el país había entrado en recesión, pero a quien la fatalidad apartó del camino. A Paolo le cabe la máxima responsabilidad de conducir un holding no sólo múltiple en sus actividades, sino sometido a riesgos diversos, como el de tener empleados secuestrados en Perú, al tiempo que debe seguir entendiéndose con la implementación del plan de infraestructura y viviendas prometido por Néstor Kirchner, el remedio recetado para curar los males de la construcción.