ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
› Por Alfredo Zaiat
Hasta la implementación de un demorado régimen de administración y control de acceso a la moneda extranjera, necesario en una economía dependiente de divisas por su desequilibrada estructura productiva y compromisos externos, la economía marginal se movía sin inconvenientes para dolarizar sus excedentes. Adquiría los billetes verdes en las cuevas del microcentro, en el financista informal de la zona, en la oficina clandestina de la casa de cambio o a través de los denominados coleros, personas de escaso poder adquisitivo que les compraban dólares en el mercado de cambio legal. La diferencia de cotización entre el oficial y el paralelo era de unos pocos centavos porque el circuito de abastecimiento y comercialización no tenía obstáculos. La brecha se amplió a partir de la sucesión de medidas desde noviembre de 2011, algunas imprescindibles, otras dispuestas en forma atolondrada y no pocas con escasa o nula explicación. Esa brecha seguirá siendo importante porque el régimen de control continuará, va adaptándose mientras cierra filtraciones y fundamentalmente porque la economía blue no tiene otra opción que el dólar blue para canalizar la renta de su actividad. No destinará ese dinero a plazos fijos aunque suba fuerte la tasa de interés, no comprará acciones, bonos de YPF o títulos públicos, ni los dolarizados que aumentaron más que la cotización del dólar marginal. No colocará su capital en esas opciones de inversión más o menos atractivas porque quedaría registrado, y su economía transita el sendero de la informalidad.
La dolarización de esa riqueza es un fenómeno estructural: la economía blue no dejará de ser por una devaluación o por una suba de la tasa de interés. La particularidad de esa formación de activos externos es que se constituye en billetes descartando las colocaciones en instrumentos financieros que pueden ofrecer un mayor retorno promedio, como inversiones de cartera (bonos y acciones). Pero la economía blue no lo puede hacer porque es una riqueza generada, precisamente, en la informalidad.
Que el funcionamiento de la economía marginal con el consiguiente valor del dólar de acumulación de sus excedentes sea considerado como referencia para analizar la competitividad de la economía formal es de una militancia exagerada de los hombres dedicados a la comercialización de información económica, acompañados de entusiastas voceros. Existen limitaciones muy rígidas, con reiteradas caídas del sistema de validación, en la compra de dólares para turismo o para girarlos a familiares en el exterior. Pero éstas no son las actividades que mueven o definen el rumbo de la cotización del dólar ilegal. Son utilizadas como excusas para ampliar la brecha con respecto al oficial. El mercado marginal responde a la previsible dinámica de suba de precio ante un mayor riesgo o un control más estricto de la plaza cambiaria. Antes y ahora, las casas de cambio son principales protagonistas de la comercialización de dólares por fuera del circuito formal. Tener la pretensión de limitar la actividad del dólar blue con la participación de sus miembros es lo mismo que dejar un zorro a cuidar el gallinero. Las agencias de cambio tienen una contribución relevante en el canal de fuga de capitales y en la conformación del mercado informal.
Con más o menos prolijidad, el nuevo régimen de administración de divisas ha encarecido la dolarización de la renta de la economía blue. También ha interrumpido el ciclo de atesoramiento de dólares de grupos sociales con capacidad de ahorro. Uno de los argumentos preferidos de la city señala que “los argentinos” ahorran en dólares. Al mismo tiempo advierte sobre la gravedad de la situación social y económica. Es un análisis incongruente puesto que si hay fragilidad sociolaboral resulta difícil que haya una mayoría en la población con capacidad de ahorro para destinarlo a la compra de dólares. Y si la economía está débil con pérdida de rentabilidad del sector privado, sería esperable un menor margen de ahorro para comprar dólares. Como ambas situaciones no pueden coincidir, lo cierto es que una minoría influyente ha intervenido en forma activa en el mercado cambiario como canal de ahorro. Sucede lo mismo en el informal, entre los que se encuentra el negocio inmobiliario acostumbrado a definir valores de la propiedad escrituradas por debajo de la cotización de mercado. Operaciones que en una actividad dolarizada requieren del mercado de cambio ilegal para saldar el porcentaje no registrado.
Estas características, dinámica y tipo de participantes del dólar blue no significan que no haya perturbaciones en grupos sociales vulnerables atrapados de la dolarización, ya sea por transacciones inmobiliarias, viajes al exterior o por remesas de fondos a familiares radicados en otros países. Son perjudicados por el mecanismo de defensa oficial para enfrentar las persistentes corridas y fuga de capitales, que hasta el nuevo régimen implicaba fuerte caída de las reservas y ahora intensos movimientos especulativos sobre la plaza del dólar informal. Esos controles trastornan a sectores medios y medios bajos en su objetivo de ahorrar en dólares para comprar una vivienda o para hacer turismo en el exterior, pero más lo haría un brusco ajuste del tipo de cambio pues los afectaría en su capacidad patrimonial para satisfacer esas cuestiones por la depreciación de su capital en pesos.
La fuerte devaluación que reclama la ortodoxia y no pocos heterodoxos, además de provocar la previsible inestabilidad política, económica y social, no disminuirá la brecha entre la cotización del dólar oficial y el ilegal. Y no la reducirá porque, como se explicó, ese último mercado está ligado a la economía blue que no pasará a estar registrada por la existencia de un tipo de cambio más alto. Mientras persistan los controles, la cotización de ese dólar será bastante más elevada que la oficial. Por ese motivo, si el precio del dólar blue es tomado como referencia para evaluar la competitividad de la economía se confunde el análisis y sólo se favorece a instalar con más fuerza las presiones devaluacionistas del complejo oleaginoso y de pocas y poderosas industrias exportadoras.
Tras ese propósito, la cotización del dólar blue se ha convertido en una variable financiera con la pretensión de poder de veto sobre la política económica. Limitar los márgenes de autonomía de la gestión económica es expresado sin pudor por dirigentes del campo cuando adelantan que los productores no venderán soja. Están en su derecho de no ofrecer su producción al mercado a la espera de una fuerte devaluación pese a los atractivos precios internacionales de la soja, con el riesgo de que baje como en los últimos días. Si cumplen, ese comportamiento reflejaría que los márgenes de ganancia son tan fabulosos que estarían en condiciones de vivir sin vender su producción, conducta que no puede imitar ninguna otra actividad. En cambio, si finalmente despachan al mercado la importante cosecha de la temporada probaría que durante estos meses han presionado por una acelerada devaluación para obtener una renta aún más extraordinaria.
La cuestión clave radica entonces en eludir la trampa de que la economía argentina tenga que convalidar los costos regresivos de modificar bruscamente su tipo de cambio por alteraciones en la oferta y demanda de dólares originada en razones exclusivamente financieras, especulativas y de la dinámica de funcionamiento de la economía blue.
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