ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
La última elección para presidente en Venezuela es un interesante ejercicio para evaluar cómo influye la política cambiaria en la estabilidad económica y la legitimidad de los gobiernos. El resultado de los comicios arrojó un triunfo estrecho de Nicolás Maduro sobre el candidato unificado de la oposición Henrique Capriles. El chavismo logró retener el poder perdiendo unos 700 mil votos en apenas seis meses desde el comicio anterior que eligió a Hugo Chávez para un tercer mandato. En la elección de octubre la diferencia fue de 10 puntos porcentuales, brecha que disminuyó a 1,6 punto con Maduro pese a que analistas electorales afirman que la muerte de un líder político, en este caso de amplio apoyo popular como Chávez, en general fortalece aún más la simpatía hacia el candidato oficialista. La crónica posterior, ya con el veredicto de las urnas, explicó ese retroceso de las adhesiones en el discurso oportunista de Capriles de prometer el mantenimiento de conquistas sociales del chavismo y en la menor calidad de la campaña electoral de Maduro al descansar exageradamente en la figura de Chávez como aglutinador de voluntades. Esta evaluación forma parte del manual explicativo de especialistas de marketing electoral y comentaristas políticos. El sociólogo Artemio López ofrece un dato complementario. Señala que otro factor relevante para comprender el resultado de las elecciones en Venezuela es que dos meses antes de la votación Maduro, como presidente a cargo por la enfermedad de Chávez, dispuso una fuerte devaluación de la moneda, al subir la paridad de 4,3 a 6,3 bolívares por dólar. Cotización que subió aún más para los importadores al mes siguiente cuando comenzaron las subastas para conseguir las divisas necesarias para abonar compras del exterior. De ese modo, previo a las elecciones, el gobierno chavista sin Chávez aplicó con liviandad asombrosa una fortísima devaluación. Como se sabe, estos tipos de ajustes son muy regresivos en términos sociales provocando un shock inflacionario y pérdida del poder adquisitivo de los sectores más vulnerables. El saldo en Venezuela de esa medida fue una elección reñida ganada por el oficialismo con la merma de miles de votos.
El chavismo está en condiciones de replicar que, pese a los costos de la significativa devaluación, igual triunfó en las urnas, que estaría expresando su fortaleza. Teniendo en cuenta experiencias latinoamericanas pasadas es un argumento consistente porque con los costos asociados a una fuerte modificación del tipo de cambio lo notable es que haya ganado las elecciones y no haya perdido aún más votos.
Las devaluaciones bruscas provocan debilitamiento de los gobiernos. Pierden consenso social por los aumentos inmediatos de precios, en especial alimentos y bebidas, derivados del ajuste cambiario. Ese retroceso de la capacidad de compra de la población si no es rápidamente compensado por subas salariales o transferencias monetarias perturba la estabilidad política. Existen varios antecedentes regionales que muestran el efecto de la caída en la popularidad de líderes que ganaron elecciones hasta casos que tuvieron que abandonar el poder por las consecuencias de una fuerte devaluación.
Después de una primera gestión que le permitió ganar la simpatía de mayorías en el período 1995-1998, Fernando Henrique Cardoso fue por su reelección, con éxito. En las primeras semanas de su nuevo mandato dispuso un ajuste cambiario del 50 por ciento. Después de esa medida ya no pudo recuperar los anteriores niveles de popularidad durante todo su segundo gobierno, quedando así con una gestión económica sin capacidad de recuperación política. Raúl Alfonsín transitó su gobierno en un terreno económico muy complicado hasta que terminó derrapando cuando el 6 de febrero de 1989 dispuso una inesperada y fuerte devaluación haciendo estallar por los aires el denominado Plan Primavera. Los meses siguientes fueron de un generalizado descontrol de las variables económicas con el desenlace conocido de hiperinflación, adelantamiento de las elecciones presidenciales y entrega anticipada del poder. Otra caso es el gobierno de Fernando de la Rúa, que no instrumentó una devaluación directa aunque el corralito de los depósitos actuó en los hechos como si la hubiera habido. El saldo fue una crisis política y social de proporciones con renuncia presidencial luego de jornadas de represión y muertes. La megadevaluación posterior en el período de Eduardo Duhalde fue la transferencia de ingresos hacia el sector del capital más brutal desde la política económica implementada por José Alfredo Martínez de Hoz en 1976 durante la dictadura militar. Duhalde tampoco pudo terminar su mandato presidencial otorgado por el Congreso.
Estos antecedentes, como el reciente de la Venezuela de Maduro, son referencias ineludibles para un análisis más amplio de la cuestión cambiaria. En países periféricos, necesitados de divisas para importaciones imprescindibles de alimentos (Venezuela) o de bienes de capitales para la industria o de combustibles por la pérdida del autoabastecimiento por Repsol & Cía. (Argentina), una fuerte devaluación es regresiva económicamente y muy perturbadora en términos sociales y, por lo tanto, causante de inestabilidad política.
Ese tipo de ajuste tiene como resultado una competitividad ficticia que entusiasma a muchos economistas de origen ideológico diverso encerrados en el microclima de papers, de clases universitarias o de asesoramiento empresario. De una u otra forma sugieren que una devaluación lisa y llana lograría superar los “desequilibrios” acumulados en la economía. Como el objetivo del equilibrio es una ilusión de laboratorio, las tensiones de competitividad existentes exigen un mayor esfuerzo de gestión y de aportes técnicos que la salida fácil de una devaluación precipitada. Más aún cuando existe una política de flotación administrada del tipo de cambio que, a diferencia de otros regímenes cambiarios de la región, va devaluando pausadamente la moneda.
La existencia de dificultades de competitividad en algunos sectores requiere de medidas específicas. Incluso es interesante el debate si no es necesario acelerar el actual ritmo de miniajustes nominales (la variación porcentual de un centavo diario no es lo mismo con una cotización de 4 o de 5 pesos). Alteración de la paridad que, vale recordar, es una fuente de tensión inflacionaria y de alimentación de las sensibles expectativas sociales vinculadas con el dólar.
El aspecto relevante en el análisis del tipo de cambio es precisar los elementos objetivos de su competitividad. Los múltiples elementos que intervienen en su determinación. Muy poca dedicación a esas cuestiones tienen quienes manifiestan preocupación por la competitividad del tipo de cambio o por la influencia del dólar blue en la economía. Lo que predomina es el análisis subjetivo quedando así limitado el dólar a ser un activo financiero de ahorro, entendible por el elevado grado de dolarización del excedente de actores económicos influyentes y fugadores seriales de capitales, pero que no aborda la complejidad del nivel de competitividad de la economía. El riesgo es que este comportamiento generador de sobrerreación y volatilidad financiera termine confundiendo hasta lograr consenso entre corrientes de pensamiento económico encontradas, para confluir en la minimización del indudable impacto negativo de una fuerte devaluación en el terreno político, como muestra la experiencia argentina y la última elección presidencial en Venezuela, y en el conocido carácter regresivo de esa medida en la redistribución del ingreso.
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