Sáb 28.06.2003

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Pájaro que comió

› Por Julio Nudler

Hoy ya no basta con proteger el mercado interno –vía aranceles, barreras no arancelarias y alto tipo de cambio– de la importación de bienes indeseables que desplazan a los productores locales. También hay que defenderse del ingreso de capitales no queridos, que buscan por extramuros ganancias de corto plazo. En un mundo de paridades fluctuantes, donde todas las monedas flotan (aunque con fuerte intervención de los gobiernos en sus mercados), la consigna de cada país es impedir hasta donde le sea posible la revaluación de su moneda. Esto lo logran –o al menos lo intentan– las bancas centrales comprando, con la propia, monedas ajenas para subirles el precio, como hace el BCRA al adquirir dólares masivamente (unos mil millones en junio). Los capitales especulativos penetran en los mercados menos defendidos contra la revaluación, y donde puedan aprovechar un diferencial de tasas de interés. Como éstas tienden paulatinamente a cero en Estados Unidos, en Japón y eventualmente también en la Unión Europea (suponiéndose que de cero no pueden bajar, aunque Suiza tuvo alguna vez tasa negativa), el dinero acepta mayores riesgos a cambio de un poco de renta. Esta sólo puede obtenerse en países periféricos, donde obviamente las tasas son más altas, y hasta estratosféricas en relación a las del Norte.
El derrame llega al punto de alcanzar a un país como la Argentina, que todavía está en cesación de pagos para una cómoda mitad de su deuda, e incluso arrastra un riesgo de default con los organismos multilaterales porque apenas tiene en concreto un acuerdo que vence en dos meses. Esto, más otras incógnitas y cuestiones sin definir, anulan al país por ahora como escenario de largo plazo, pero no de corto. Su performance macroeconómica es lo bastante buena (reactivación, estabilidad de precios, superávit externo, y además consolidación política) como para que el astronómico riesgo país no cuente como amenaza cierta dentro de un horizonte corto. Suficiente para entrar y salir, llevándose una ganancia que insumiría muchos años obtener en otra parte.
En este panorama global de capitales errabundos en procura de réditos rápidos se inscribe la decisión de imponerles una permanencia mínima en el país como condición para su ingreso. Sonará hasta absurdo que un país en default, que tiene cerrado el acceso a los mercados de capitales, imponga condiciones de entrada a los que golpean a su puerta. Pero las finanzas tienen su lógica muy particular: por algo conviven títulos públicos argentinos de buena cotización (los nuevos) con otros castigados con fuertes descuentos (los defolteados), a despecho que el emisor de todos es el mismo.
A pesar de esta aparente indiferencia ante la condición de quebrado del Tesoro argentino, éste carece aún de un arma clave: la posibilidad de operar con bonos en la plaza local de capitales, colocándolos o rescatándolos según quiera absorber pesos o liberarlos. Esas operaciones, que servirían para contrabalancear el impacto del ingreso o la salida neta de capitales, no son todavía posibles. Todo recae por tanto sobre el Banco Central y sus intervenciones en el mercado cambiario, comprando dólares contra la emisión de pesos, o eventualmente vendiéndolos para esterilizar circulante.
Aquí surgen problemas de objetivos en posible conflicto. Como el país genera un ingreso superior a su gasto, que es la suma del consumo y la inversión (ambos alicaídos), el resultado es un amplio superávit en la cuenta corriente de su balance de pagos; es decir, en su intercambio de bienes y servicios con el resto del mundo. Ese excedente se traduce en un fuerte sobrante de dólares en el mercado de cambios, donde sólo podrían equilibrarse demanda y oferta si bajase lo suficiente la cotización de la moneda extranjera. Pero ésta es una condición que no desea el equipo deEconomía, que le debe buena parte de sus logros a la drástica devaluación del peso.
A pesar de las resistencias del FMI, y a las propias dudas, el BCRA flexibilizó su política monetaria y se avino a comprar una considerable porción del superávit, ayudado por el comportamiento de los precios, que hasta ahora no reaccionaron ante la intensa inyección de pesos. Dicho de otra forma: para que el Central pueda incrementar de este modo sus reservas externas (dólares) necesita que la demanda de dinero (pesos) de los operadores económicos le convalide el aumento en la masa de medios de pago. Si esto no sucediera, sobrevendría una desestabilización.
Pero si al excedente de dólares de la cuenta corriente se añade un ingreso de fondos externos (desde el extranjero o desde el colchón, lo mismo da) por la cuenta capital, la creación de dinero por parte del Central se dispararía hasta generar una burbuja. O el organismo debería romper lanzas con Economía y permitir una apreciación del peso para que el desequilibrio del mercado cambiario fuera resolviéndose por sí mismo, aunque ello atacase al principal motor de la reactivación.
Por fortuna, para conciliar esta clase de discrepancias se inventaron los controles, medidas que actúan por afuera de los mercados. Nadie siente repugnancia por ellos en este gobierno, y ni siquiera en el BCRA. Se trata en concreto, en este caso, de prohibir que los capitales ingresen por menos de seis meses. Lo notable de esta decisión es que la tome un gobierno en la antesala del proceso electoral donde se juega su consolidación política, dado que el ingreso de capitales golondrina generaría cierta euforia, rentable de cara a los comicios. En este sentido, la restricción a la plata caliente confirma la apuesta oficial a construirse una imagen de seriedad. Para el caso consiste en conformarse con un tempo económico menos fogoso pero más estable y previsible, sin expansiones frenadas en seco a la primer alarma.
Esta valla (se verá en la práctica cuán maciza o porosa resulta) no contradice el desmontaje del control de cambios, que estuvo dirigido a prohibir o demorar la salida de capitales, gran parte de la cual era en el furor de la crisis lisa y llana fuga –es decir, constitución de activos en el exterior con dinero extraído de la Argentina–. Hoy salida sigue habiendo, en la medida en que así se define a toda la porción de superávit externo que retiene el sector privado, incluso si esos dólares circulan dentro de la economía. También es salida la renta no traída al país del capital previamente emigrado. Para que esa salida cese puede faltar bastante tiempo.

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