Sáb 18.05.2013

ECONOMíA  › OPINION

Exito y fracaso

› Por Claudio Scaletta

Fue señor de la vida y de la muerte durante los años más oscuros. Pero aun en el poder máximo, Jorge Rafael Videla no fue el poder, sino su brazo armado. Debieron transcurrir muchos años para que la última dictadura sea vista por la opinión mayoritaria como lo que realmente fue: el proyecto económico de las clases dominantes locales aliadas al poder financiero global. Un proyecto que, en el contexto de la Guerra Fría, debió imponerse a sangre y fuego y que se planteó a sí mismo como etapa superior de la Revolución Libertadora de 1955, como el que pondría fin definitivo al “hecho maldito” de la Argentina: las pretensiones de las masas peronistas. Ya en 1979, el economista Adolfo Canitrot escribió que el objetivo principal del golpe fue el disciplinamiento social de los trabajadores. El argumento era que la democracia se había vuelto incompetente para frenar “el desborde de las corporaciones sindicales”. Así, las primeras medidas de la dictadura fueron la disolución de la CGT, la intervención de los sindicatos, la prohibición de las actividades gremiales y la supresión del derecho de huelga. El resultado fue un aumento de la productividad del trabajo en base a una intensificación de la explotación de los trabajadores.

En el decenio 1974-1983, el salario real se redujo el 18 por ciento, los obreros ocupados en la industria cayeron en más de un tercio y el volumen físico de la producción industrial se redujo el 10 por ciento. Aunque el dictador ganó apoyo inicial en los sectores medios y altos de la población con una propuesta de orden, austeridad y cuentas ordenadas, nada de ello sucedió. La deuda externa pasó de 8000 millones de dólares a más de 40.000 millones. La apertura comercial y la reforma financiera de 1977 provocaron el cierre de 20 mil establecimientos fabriles y la industria pasó del 28 al 22 por ciento del Producto. Pero mientras desaparecían miles de personas y empresas, algunos grupos económicos crecieron y se consolidaron, entre ellos Acindar, Agea, Arcor, Bagó, Bunge y Born, Fortabat, Ledesma, Macri, Pérez Companc, Roggio, Soldati, Techint y Werthein.

La dictadura de Videla fracasó en sus propios términos. No trajo el bienestar económico prometido ni cuentas ordenadas y sólo dio inicio a un largo proceso de desindustrialización y endeudamiento público. Pero también tuvo éxito de acuerdo con sus propios objetivos. Reconfiguró el patrón de acumulación de la economía argentina cortando la “conflictiva” industrialización sustitutiva, a la vez que estableció las bases para casi tres décadas de neoliberalismo.

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