Dom 26.05.2013

ECONOMíA  › OPINION

Empleo y crecimiento

› Por Alfredo Zaiat

El empleo del primer trimestre desciende respecto del cuarto trimestre del año anterior. Es un resultado que se viene repitiendo por lo menos desde hace diez años. Ese comportamiento se explica por lo que se denomina estacionalidad. En los últimos tres meses del año el movimiento económico es más intenso por las fiestas y el adelanto de producción por las vacaciones, al tiempo que no hay más personas que salen a buscar empleo. La tendencia es opuesta en los primeros tres meses del año y por ese motivo, en general, aumenta la tasa de desocupación respecto del registro anterior. Como enseñan los manuales básicos de economía y es norma de rigurosidad analítica en el periodismo económico, no se compara entonces períodos trimestrales diferentes para obtener una conclusión estadística y conceptual posterior acerca de la evolución de una determinada variable económica.

La disputa política mediática ha terminado por contaminar hasta la más mínima convención del tratamiento informativo. A partir del último reporte del Indec sobre empleo que informó el aumento de la tasa de desocupación a 7,9 por ciento, se precipitó la confusión sobre lo sucedido en el mercado laboral durante el año pasado. El diario Clarín tituló que se destruyeron 225 mil puestos de trabajo. Esa cifra surge de cotejar el cuarto trimestre de 2012 con el primer trimestre de este año. Como se explicó, es una comparación que expone deficiencias técnicas por razones de estacionalidad; no así para ser utilizada en términos políticos para alimentar el desconcierto generalizado.

El dato más notable del desarrollo del mercado laboral en un año de pobre crecimiento económico es que no hubo destrucción neta de puestos de trabajo. El saldo del empleo en la comparación homogénea entre el primer trimestre de este año respecto del mismo período de 2012 arrojó una creación neta de 78 mil puestos de trabajo en el total de los aglomerados urbanos, precisa el especialista en temas laborales y funcionario del PNUD Daniel Koszter (ver su artículo publicado en el suplemento económico Cash). Otros economistas calcularon que se crearon de 80 a 84 mil empleos. Una y otra estimación muestra igualmente un frente complejo en el mercado laboral. Esto se refleja en la pérdida de dinamismo del empleo privado compensado con la evolución del público, que representa el 24 por ciento del total registrado en el país. Esos datos exponen también que la economía argentina con un crecimiento muy bajo no consigue absorber los nuevos trabajadores que se incorporan al circuito laboral.

Del informe del Indec surge que en la comparación interanual entre esos primeros trimestres, 188 mil personas nuevas se incorporaron al mercado laboral, que se denomina técnicamente que pasaron a integrar la Población Económicamente Activa (PEA). Como se mencionó, la cantidad de personas empleadas aumentó de 78 a 84 mil. La diferencia (de 110 a 104 mil) es entonces la suba de desempleados. La economía no creció para poder absorber todas las personas que salieron a buscar trabajo. Por eso la tasa de desocupación avanzó de 7,1 a 7,9 por ciento entre esos períodos. El incremento no fue por la destrucción de puestos de trabajo, sino porque además del crecimiento vegetativo de incorporación de jóvenes al mercado laboral, más personas salieron a buscar empleo y no lo consiguieron.

El factor principal para abordar el análisis de la evolución del empleo no está vinculado con la deliberada confusión sobre destrucción de empleo, sino que se encuentra en la intensidad del crecimiento económico. Cada punto de aumento del PBI no tiene hoy la misma respuesta en creación de puestos de trabajo (lo que se denomina elasticidad) que en el lapso 2004-2008. Si además el crecimiento es muy bajo, la situación es aún más complicada. La primera condición para recuperar un mercado de trabajo vigoroso es una economía creciendo con un piso del 4 por ciento anual, meta ardua teniendo en cuenta el impacto de factores externos (la prolongada crisis internacional y el mediocre desempeño de la economía brasileña) e internos (caída de la inversión por restricción de importaciones y administración de la cuenta capital). A lo que se le suma la permanente influencia negativa sobre las expectativas sociales y económicas, que la semana pasada tuvo un capítulo más con la interpretación poco rigurosa de los datos de empleo.

En ese contexto, con pobre crecimiento y un escenario de fuerte disputa político-mediática, la estrategia oficial de protección al empleo ha sido defensiva en el 2012 logrando que no se destruyeran puestos de trabajo, del mismo modo que en 2009. Esta política es un sendero de recorrido corto y la recuperación del dinamismo del mercado laboral se consigue como resultado de un firme crecimiento económico, como también se verificó en el 2010 y 2011. La cuestión distintiva del retroceso de 2009 y 2012 respecto de otros pasados contextos negativos, es que no ha habido un fuerte aumento del desempleo.

Esta diferencia la explicó el sociólogo Artemio López al recordar que durante la década del ’90 dominada por las políticas neoliberales el empleo era muy vulnerable a las crisis externas. En la mexicana denominada Tequila que estalló en diciembre de 1994 y extendió su impacto negativo en todo el año siguiente, debacle pequeña comparada en términos relativos a la actual crisis internacional, “la desocupación abierta pasó de 10,7 al 18,4 por ciento en un año, para instalarse en 17,3 por ciento en la salida de la crisis en 1996”, recuerda López, para sentenciar “más de un millón de puestos de trabajo perdidos en solo doce meses, sin recuperación al cabo del tercer año de iniciada la crisis”. En cambio, la crisis de las potencias maduras que está transitando el sexto año, dimensión que la ubica en los niveles de la peor del siglo pasado (la del ’30), no ha tenido un fuerte impacto en el empleo doméstico. Políticas activas amortiguaron los costos del descalabro de esas economías con medidas de impulso de la demanda agregada y fortalecimiento del mercado interno.

De esa forma la tasa de desempleo que se ubicaba en el 7,3 por ciento en el último trimestre de 2009, aumentó a 8,4 por ciento en igual período de 2010, para bajar a un mínimo de 6,7 por ciento a fines de 2011, y subir a 6,9 por ciento en 2012. Esta evolución muestra la resistencia del empleo de una economía volcada a fortalecer la demanda agregada y el mercado interno ante los embates de la crisis externa y factores locales negativos. Esa línea defensiva es bombardeada con noticias abrumadoras que buscan afectar expectativas sociales y de inversión, hasta el nivel de estrujar el informe de empleo del Indec. Además de políticas activas de preservación del empleo existente, el escudo protector frente a ese complejo escenario es la recuperación de un sendero sostenido de crecimiento económico para poder absorber las nuevas personas que se incorpora al mercado laboral.

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