ECONOMíA › OPINION
› Por Raúl Dellatorre
Es habitual escuchar, ante un conflicto prolongado, que cuando se llega a un arreglo “se cierra una etapa”. También es un lugar común señalar que, cuando esto sucede, además se “abre una nueva etapa”. Nada nuevo, entonces, si se repitiera en esos términos lo ocurrido con la aceptación por Repsol de la propuesta de compensación formulada por el Estado argentino. Salvo que se explique que, en este caso, la etapa que se cierra definitivamente es la del abandono de la soberanía hidrocarburífera impulsado en los ’90, que empezó a dejarse atrás cuando se votó la ley de expropiación de YPF y declaración de interés público para los hidrocarburos, y que se completará o perfeccionará con el arreglo del resarcimiento al accionista controlante desplazado, poniendo punto final a sus demandas. Y que la etapa que se abre comenzó con el inicio de la gestión de Miguel Galuccio como CEO de la compañía, la puesta en marcha de un ambicioso plan de inversiones para recuperar la producción de la firma y el autoabastecimiento del país. Etapa que se terminará de abrir a partir de ahora, cuando YPF multiplique la cantidad de socios y volúmenes de inversión que se comprometerá en el plan diseñado y lanzado en 2012.
Si no se vincula una cuestión con la otra se corre el riesgo de no medir en su exacta dimensión el paso dado o, por el contrario, otorgarle al hecho supuestos méritos de otro orden, de mucha menor dimensión histórica. No faltan voces que destacan que “la decisión de pago” del Gobierno en este caso es “un ejemplo” que debería imitarse en el caso de los holdouts de la deuda en default y para la cancelación de los compromisos con el Club de París. Tales comparaciones minimizan la importancia que tiene, para Argentina, lo que en estos días sucede entre Buenos Aires y Madrid.
Los 22 meses transcurridos entre la toma de decisión de la recuperación de YPF y la aceptación del arreglo es relativamente corto. Diversos hechos, seguidos en detalle por este diario en los últimos meses (como la intervención de Pemex), aceleraron el proceso. Pero es imprescindible destacar que si la gestión de YPF en ese mismo período post recuperación no hubiera resultado lo eficaz y firme en sus convicciones como fue, el acuerdo seguramente se hubiera trabado. En gran medida, fue el respeto que YPF recuperó entre sus pares en el negocio petrolero internacional lo que obligó a Repsol a allanarse al acuerdo. Sin la activa gestión en recuperación de áreas secundarias, perforación de pozos y, sobre todo, estudios serios sobre las proyecciones de las áreas en estudio con reservas probables, todo ello exhibidos en el mundo en el marco de un plan global de inversiones, YPF no hubiera logrado ocupar ese lugar que las gestiones anteriores le habían hecho perder.
Varias de las principales empresas petroleras del mundo tienen en estudio su participación en negocios de exploración en Argentina, a la espera de que se diera este paso para despejar el camino. No es extraño que las posturas extremas de Brufau, queriendo condenar al aislamiento a YPF si no respondía a sus demandas, no recibieran el menor eco. Y un dato no menor para consumo doméstico: que YPF se convirtiera en empresa de la órbita estatal no fue una carga en su mochila, como muchos pretenden, sino el espaldarazo definitivo para hacer ver que el nuevo proyecto, para recuperar la empresa y la soberanía hidrocarburíferas, va en serio.
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