ECONOMíA
› PANORAMA ECONOMICO
Invádeme ya, condenado Rudi
› Por Julio Nudler
A las incógnitas que esconde el futuro argentino se agrega ahora una nueva “hipótesis de conflicto”: el peligro de sufrir la invasión de una fuerza multinacional que se instale en el país para controlar con mano dura la emisión de dinero, el gasto público y la recaudación de impuestos. Los ocupantes –cuya invasión es definida por sus promotores como una mera “intrusión”– lubricarían su ingreso por las fronteras ofreciendo a los intervenidos el esperado paquete de ayuda del Fondo Monetario. La Argentina no debería oponer resistencia alguna, sino reconocer que ha destruido su capital físico y moral con su incapacidad para gobernarse. La fuerza de tareas multinacional, al estilo de las que envió la OTAN a Bosnia y Kosovo, debería implantar acá algo similar al capitalismo popular de mercado que pregonó María Julia Alsogaray. “Los trabajadores deben convertirse en accionistas, socios en las ganancias”, plantean los cerebros de la operación. Habría una masiva privatización (¿más todavía?), que incluiría a la Aduana (¡qué premonitor fue Juan Alemann!), y por las dudas una desregulación general, fiscalizada por un “foreign agent”. Y, de inmediato, un retorno a la convertibilidad, pero 2 a 1, desmantelando el corralito. El Fondo y otras instituciones financieras internacionales decidirían cuáles bancos merecerán sobrevivir y cuáles no. ¿Entendido?
Esta propuesta, lanzada el jueves por los economistas Rudiger Dornbusch y Ricardo Caballero, chileno éste, del MIT estadounidense, está planteando, en esencia, una forma extrema de capitalización de la deuda, en la que el acreedor, representado por arietes como el FMI, se apropia de la economía del deudor, y obviamente de su caja, para asegurarse la cobranza. Y aunque parezca otro exabrupto de Dornbusch, el esquema encaja muy bien en la era abierta el 11 de setiembre último, con los Estados Unidos decidiendo dónde, cuándo y cómo intervenir si lo cree funcional a sus pre-ocupaciones. Siendo además el Fondo una suerte de apéndice del Departamento del Tesoro, su eventual control sobre los resortes de la política económica argentina consumaría probablemente las más negras fantasías de algunos europeos, y sobre todo de los españoles. Según ellas, Washington dejó caer a la Argentina para escarmentarlos por haberse colado sin permiso en el patio trasero de Norteamérica. Ahora, con todo destruido, los estadounidenses vendrían a imponer su ley; es decir, la de sus negocios.
¿Todo muy delirante? En tren de imaginar podría pensarse que si Jorge Remes Lenicov teme que el populismo duhaldista conseguirá que la Argentina se parezca a Venezuela y Cuba, de esa manera podría enhebrarse en América latina una versión económica del “eje del mal”. Mientras Rudi y Dick redactaban su proclama invasora, aquí afirmaba el economista Julio Piekarz, en una columna publicada por Ambito Financiero: “La Argentina es hoy un país que no atina a ordenar las cuentas fiscales, cuyo desequilibrio terminó deteriorando instituciones y destruyendo mercados, y carece en lo esencial de grados de libertad para implementar cualquier régimen monetario y cambiario”.
Esta es apenas una muestra aislada del catastrofismo que propagan numerosos analistas, pero es cierto que sus presagios son difíciles de desoír. Nadie se atreve al optimismo, aun admitiendo el peligro de caer en esa engañosa inercia de pensar, cuando las cosas van mal, que seguirán peor. ¿Podrá la situación cambiar para bien? Para algunos sí, pero a condición de que el Gobierno –es decir, Economía, y específicamente el Banco Central– tome la decisión audaz de emitir los pesos que hacen falta para facilitarles capital de trabajo a las empresas que están en condiciones de aprovechar la competitividad ganada con la devaluación.
“Hay un eje Remes-(Jorge) Todesca-(Mario) Blejer aferrado a la ortodoxia, que condena a esta política económica a la hibridez –acusa un vocero de la línea productivista, que forma parte de la conducción oficial pero no controla ningún instrumento decisivo–. Devaluaron,desdolarizaron, pero se quedan a medio camino. Tienen a su favor el cambio de precios relativos y una enorme capacidad ociosa en la industria, que les permitiría crear crédito sin temor a la inflación. Pero no son capaces de tomar la decisión heroica.” ¿Cuál es? “¡Emitir!” ¿Cómo? “Asegurándose que la plata llegue a las fábricas para que puedan comprar insumos y pagar salarios. No sirve que el Central les dé redescuentos libres a los bancos, porque éstos se chupan todo ese dinero para cubrir el drenaje del corralito y recomponer su liquidez. Así sólo consiguen crearle demanda al dólar.”
La (relativa) ortodoxia de Remes-Todesca-Blejer ha servido al menos para que el Fondo envíe al indio Anoop Singh, su nuevo especialista en deudores maltrechos, que llegará el martes. Pero si finalmente no hay un paquete del FMI que sirva para algo más que pagarles a ellos, todo puede terminar a la Afganistán, aunque aquí para alborozo de los talibanes de mercado. Por ahora, ni en el Presupuesto 2002 ni en el programa monetario hay espacio para heterodoxias, salvo mínimas. La trampa sigue siendo la misma de los últimos años: la del ajuste fiscal imposible en medio de una depresión implacable. Agravada ésta por la fuga de capitales, que ha sido introducida como dato estructural, y no mero brote de desconfianza, por el corralito, el rechazo al peso, la destrucción de los contratos y la falta de instrumentos financieros para captar ahorros, fuera del dólar. ¿Caemos entonces otra vez en el catastrofismo?
Un prestigioso economista y catedrático de un bunker ultraliberal le confesó ayer a este diario: “Me aburrí de indignarme con políticos y sindicalistas. Si son gente como nosotros. ¡No jodamos!”. Y despotricó contra “colegas que practican terrorismo económico porque eso les conviene a sus clientes, y periodistas que lo hacen porque alguien les paga”. ¿Su punto de vista? Que esto no necesariamente va a explotar. “¿Por qué explotaría? Con el dólar a más de dos pesos hay mucho espacio para sustituir importaciones. Los precios subirán un escalón –concede–, pero eso no es la híper. A Remes y Blejer no les va a pasar. En la híper no se cae por emitir, sino por emitir sin parar, como en el ‘89.”
No quiere ser identificado, pero cuenta su manera de invertir el dinero en estas circunstancias: darles crédito a sus proveedores. Por ejemplo, pagar por adelantado las cuotas de todo el año del colegio de los hijos. “Como los dólares que tenía en el corralito me los pesificaron a 1,40 y el colegio no aumentó su tarifa, en la práctica –explica– conseguí reducir un 30 por ciento este costo. Me parece la mejor manera de invertir la plata liberada.” Y cree que es la hora de ésta y otras formas de crédito que prescindan de los bancos.
Como él, también otros especialistas piensan, al respecto, que ya no habrá espacio para bancos que tomen depósitos, los represten y, no obstante ello, aseguren la plena devolución de los fondos. El ahorrista deberá saber, de antemano, que su dinero corre riesgo, y que por correrlo le ofrecen un rendimiento. La renta tranquila es historia. Y si se lo pierde todo, nada de cacerolas.