ECONOMíA
Reclamo de reducción de subsidios agrícolas con pocas esperanzas
La reunión de la OMC comenzó con tono dramático: un campesino se inmoló en repudio a las políticas agrícolas de los poderosos. Argentina firmó la propuesta del G-21, sin esperanzas de ser oída.
› Por Cledis Candelaresi
La Organización Mundial de Comercio inauguró ayer su quinta conferencia ministerial en la caribeña Cancún con dramatismo y escasas posibilidades de eludir el previsible fracaso. Lee Kyang Hae, un surcoreano líder de la Federación de Campesinos y Pescadores de su país, llegó al extremo de autoinmolarse con un hara-kiri para repudiar lo mismo que cuestionaron con sus discursos los máximos responsables del Banco Mundial y de las Naciones Unidas. Palabras más, palabras menos, estos burócratas y aquel mártir denuncian que, debido a la resistencia de los países ricos a abrir sus economías, millones de pobres están condenados a seguir siéndolo. En este escenario tan cosmopolita, Argentina reclamó abrir el mercado a sus productos agrícolas desde un grupo que también integran otros como Brasil y China.
El comercio agrícola se transformó en el punto medular del encuentro mexicano. No porque sea un tema nuevo en la OMC, sino porque el crónico empantanamiento en esta cuestión hace imposible avanzar en otras negociaciones. En otros términos: si los países industrializados que predican el librecomercio no son capaces de abrir sus propios mercados a los bienes agrícolas de los más pobres, es muy difícil que éstos sigan cediendo en las otras discusiones.
Nadie lo ignora. Pero aun así, Pascal Lamy y Robert Zoellick, representantes de la Unión Europa y los Estados Unidos, no demuestran mucha disposición a cambiar las cosas. Los europeos llegaron a la cumbre con una propuesta difundida semanas atrás que prevé reducir tímida y selectivamente la subvención a algunos bienes agrícolas, iniciativa a la que EE.UU. adhiere. El representante de George Bush ayer prometió hacer concesiones, pero sólo a condición de que “otros países hagan lo mismo”, magro aporte para que las discusiones avancen.
Al subvencionar su producción mucho más de lo razonable, estos países violan el “mandato de Doha”, compromiso suscripto por todas las naciones en el 2001, que incluyó un expreso mandato para avanzar en la liberación comercial agrícola. Pero la intransigencia de los poderosos quiebra los propios principios de la OMC, al punto de poner en riesgo su sentido y supervivencia.
James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, ayer advirtió que si se cumpliera la pauta Doha “la renta mundial aumentaría en 500 mil millones de dólares”, lo que beneficiaría especialmente a las naciones en desarrollo, donde en el 2015 habría “140 millones menos de pobres”. El secretario de la Unctad, Rubens Ricúpero, habló en nombre del titular de ONU, Kofi Annan, para destacar que “las víctimas del actual sistema comercial internacional se cuentan por miles de millones”.
Hay números ilustrativos y muy contundentes sobre el proteccionismo de las naciones ricas que dañan las economías de los otros. Japón protege a su arroz con aranceles del 700 por ciento, barrera que sube al 1000 por ciento en el caso de la fruta. Según registra el BM, la ayuda comunitaria a sus productores agrícolas llega a 100 mil millones de dólares al año, lo que derrumba el precio del azúcar, los lácteos o el trigo. Amén de beneficiar a cada ganadero con una contribución anual sólo para “el bienestar” de sus animalitos. Por muy competitivos que sean los otros países, frente a esto quedan indefectiblemente fuera de juego.
Esa política priva a los agricultores de Africa occidental de un ingreso anual de 250 millones de dólares, perjuicio no cuantificado para la Argentina pero que también debe sumar varios cientos de millones. Para pelear esa preciada renta, el gobierno local se integró al denominado “Grupo 21”, que confronta su propuesta de liberalización agrícola con la de Europa y EE.UU. Es un núcleo al que se suman otras naciones latinoamericanas como Brasil y Perú, junto a otras de buen peso relativo como India o China, la “estrella” de la OMC desde su relativamente reciente incorporación por el interés que despierta su mercado.
A través de una compleja y ambiciosa propuesta técnica, el G21 propone un desmantelamiento de las subvenciones agrícolas que es bastante más pronunciado sobre los bienes que las naciones ricas exportan, compitiendo en el mercado internacional con la producción del Grupo. Esta iniciativa recién ayer fue admitida por el uruguayo que comanda el consejo general de la OMC, Carlos Pérez del Castillo, como un documento base para las negociaciones.
“Los afectados son los agricultores pobres (...). Las víctimas son también los enfermos y moribundos, cuyo sufrimiento ha sido prolongado innecesariamente por la falta de acceso a medicamentos esenciales baratos”, remarcó ayer Ricúpero, apuntando a la otra gran debilidad coyuntural de la OMC: los conflictos por la propiedad intelectual.
Por la presión de los laboratorios norteamericanos, tampoco se pudo llegar a un acuerdo para que las naciones en desarrollo puedan comprar medicinas sin patentar y, por consiguiente, al proveedor que se lo ofrezca a menor precio en caso de epidemias. Así las cosas, es muy difícil para la entidad con sede central en Ginebra convencer a los miles de militantes antiglobalización que viajaron a Cancún para manifestar en su contra que el multilateralismo es la mejor fórmula para organizar el comercio mundial.
¿Para qué sirve la OMC en esta situación?, preguntó Página/12 a un experimentado negociador internacional de Economía. “Es mejor que nada. Para nosotros, por ejemplo, peor sería tener que negociar sólos con el resto del mundo”, se consoló el experto.
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