Sáb 21.02.2015

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

El riesgo Brasil

› Por Alfredo Zaiat

El mercado cambiario está transitando un verano en una tranquilidad inhabitual. Indices económicos muestran señales contradictorias sobre la recuperación de la actividad, pero ninguno con signo negativo más pronunciado. Los negocios con títulos públicos son una fiesta para inversores, y el riesgo país cerró ayer a 631 puntos. La Reserva Federal (banca central estadounidense) no prevé aumentar la tasa de interés, según el informe oficial difundido esta semana. La cotización de la soja no quebró el umbral de 350 dólares la tonelada cuando especialistas pronosticaban un descenso mayor, y en las últimas semanas se ubica cerca de los 370 dólares, con perspectivas al alza. Evolución similar ha tenido el petróleo, caída que favorece en el corto plazo el balance comercial energético. La tasa de inflación se ha desacelerado y se mantiene en tendencia descendente por ahora con un piso del 1 por ciento mensual. El falso default de la deuda argentina lo sigue siendo sólo para los fondos buitre y analistas de la city local. Son todos indicadores que reflejan una situación económica alejada de un escenario tempestuoso, lo que no significa que no sea complejo y bajo tensión. Con frentes externos e internos con menos presiones que las previstas por quienes siempre están amenazando con una crisis, la economía 2015 se enfrenta al desafío de un año electoral sin un Kirchner como candidato a presidente y un factor poco considerado: el riesgo Brasil.

El recorrido de la economía brasileña tiene una evaluación bastante bondadosa por la ortodoxia y heterodoxia conservadora, porque las políticas monetarias y fiscales restrictivas son sus preferidas, y también por los grupos entusiasmados con el proyecto de integración latinoamericana, porque se cuidan de criticar a un gobierno identificado con el ciclo político de experiencias populares en la región inaugurado a comienzos del nuevo siglo.

De 2003 a 2010 el Producto Interno Bruto de Brasil avanzó a una tasa promedio de 4 por ciento, por debajo de la media de la región. Durante el primer gobierno de Dilma Rousseff se redujo a menos de la mitad en promedio, y la proyección para el primer año de su segundo mandato es de estancamiento o de leve contracción. Este mediocre comportamiento económico coincidió con mejoras sociales muy relevantes, en especial en la reducción de la miseria y la pobreza extrema por planes de transferencias monetarias (Bolsa Familia) a esos sectores vulnerables.

La designación de un banquero ortodoxo como ministro de Economía, Joaquim Levy, reafirmó que el sendero macroeconómico será restrictivo en materia fiscal y monetaria. Si esa política es de por sí un fuerte limitante para impulsar el crecimiento, en los dos primeros meses de este año se le ha adicionado un ritmo acelerado de devaluación del real. La depreciación de la moneda había alcanzado el 13 por ciento en 2014, y en lo que va de este año ya acumula 6,3 por ciento (ayer cotizó a 2,87 reales por dólar). La reacción cambiaria brasileña está motivada en que la balanza comercial registró el año pasado el primer déficit de los últimos catorce, con un saldo negativo de 3930 millones de dólares. En enero de 2015, el resultado fue deficitario en 3174 millones, menos que el record mensual del mismo período de 2014, cuando había ascendido a 4068 millones.

Argentina padece el estancamiento brasileño porque tiene a esa economía como socio comercial privilegiado, y su entramado industrial, en especial, el automotor, es muy dependiente de esa demanda. Es conocido el resultado de la política económica conservadora brasileña: menos exportaciones industriales argentinas, afectando el nivel de actividad y el empleo.

La devaluación del real no sería tan negativa para la economía doméstica como sí lo es la recesión brasileña. Si el ajuste cambiario fuese expansivo tendría finalmente un saldo favorable para la industria argentina. Pero el panorama es diferente si la devaluación es una herramienta más del ajuste monetario y fiscal que termina en recesión. Por esa vía subiría aún más el riesgo Brasil. No sólo porque afectaría la actividad doméstica, por el menor dinamismo de las exportaciones a ese país, sino porque la devaluación más recesión provocaría excedentes de producción que buscarán colocarlos en mercados externos, como el argentino. Las tensiones comerciales en el Mercosur aumentarían considerablemente.

El riesgo Brasil es un factor que debería ser más atendido por su impacto en la economía argentina, además de tenerlo como advertencia por los postulados de política económica que se desprenden de él. El ajuste monetario y fiscal acompañado de devaluación asegura estancamiento y más inflación. Es interesante observarlo, porque varios de los candidatos que pretenden conducir la economía a partir de 2016 proponen lo mismo con el pretexto de “la herencia de desequilibrios” que recibiría el próximo gobierno.

La experiencia económica de Dilma es una oportuna referencia para eludir esa receta. Las recomendaciones de la ortodoxia como de la heterodoxia conservadora para abordar las tensiones inflacionarias han fracasado en Brasil. La meta inflacionaria del año pasado estuvo por encima del techo estimado, y los pronósticos para este año son más altos que los previstos. El profesor e investigador de la Universidad Federal de Río de Janeiro Eduardo Crespo señala que en relación con los gobiernos de Lula “el signo de la orientación política de Dilma fue más conservador a todo nivel, no solamente en relación con la política económica. Hubo una decisión consciente de enfriar la economía. La elite brasileña contemporánea le tiene pánico al crecimiento sostenido. Cuando la economía crecía al 7,5 por ciento en 2010 inmediatamente se encendió la alarma por el ‘recalentamiento’ macroeconómico y muchos empezaron a decir que la ‘fiesta’ debía terminarse ante el ‘riesgo de la inflación’. Con la llegada de Dilma se suspendieron programas de incentivos al crédito y se redujo la inversión pública”.

Brasil ha comenzado el 2015 con la opción de la devaluación y la contracción de la demanda doméstica aplicando un ajuste fiscal para disminuir el déficit de sus cuentas públicas y el desequilibrio del sector externo. La explicación de los promotores de esa conocida receta es que los costos económicos y sociales inmediatos serán más que compensados en un futuro próximo por el incremento de la inversión privada incentivada por la “confianza” que transmitiría la recuperación de la solidez macroeconómica. Las experiencias latinoamericanas pasadas como las europeas actuales revelan que los resultados no son como los prometidos, y más bien son bastante negativos.

La devaluación acelera la inflación por el propio ajuste cambiario y luego por las presiones salariales inducidas por esa aceleración. A la vez, la contracción del gasto provocada por las políticas fiscal y monetaria tiene como efecto la caída de la actividad y el empleo. El consiguiente retroceso de las importaciones por la disminución del Producto cierra la brecha externa de la balanza comercial. Es el único objetivo que se obtiene con ese ajuste tradicional. Pero el saldo principal es más inflación con recesión. Por ese camino transita la economía brasileña: la inflación en enero avanzó 1,5 por ciento, su mayor alta mensual desde 2003.

El recorrido económico de la potencia regional no se corresponde a esa categoría. No es indiferente el desempeño mediocre brasileño en la dinámica de la integración latinoamericana por las tensiones que emergen en el Mercosur, como tampoco lo es para el crecimiento de la economía argentina. En todos estos años, varios son los peligros reales y deseados que actuaron sobre las perspectivas de la economía local. Sería prudente incluir el riesgo Brasil.

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