› Por Alfredo Zaiat
El ministro de Economía, Axel Kicillof, fue al comienzo de su gestión un marxista descendiente de un rabino de Odessa, para luego ser un ortodoxo del ajuste en el primer trimestre del año pasado, por el impacto de la devaluación. Meses después fue un keynesiano irresponsable por la expansión del gasto público y al poco tiempo un abanderado de políticas antiobrera en la negociación de paritarias. También fue un ferviente militante antimercado financiero por su posición inflexible en el litigio con los fondos buitre para luego convertirse en un ministro pro city por la ampliación de la emisión del Bonar 24. Fue criticado porque el cargo de ministro de Economía le quedaba grande, y después señalado como un pacman en la distribución del poder en el Gobierno porque avanzaba sobre áreas de otros colegas del gabinete. Es tal la confusión de los voceros conservadores que encuentran un salario de Kicillof donde no lo cobra o tergiversan la intencionalidad de sus medidas con el solo propósito de confirmar sus propios prejuicios. Están tan frustrados que para tranquilizarse deberían leer o escuchar un poco más a Kicillof sin esperar que la realidad se acomode a sus deseos.
Es cierto que las exposiciones del ministro son extensas y reitera los conceptos varias veces, característica atribuible a su tarea docente como profesor de la Facultad de Ciencias Económica-UBA. Pero esa particularidad no debería ser un justificativo para la pereza de la lectura de sus presentaciones. En más de una oportunidad, criticando la propuesta económica de la ortodoxia, Kicillof planteó que el camino de la gestión económica heterodoxa es más complejo porque no ofrece un recetario único, sino que se enfrenta a los problemas concretos y aplica medidas específicas para acercarse al objetivo de la política económica, que el gobierno lo resume en crecimiento con inclusión social.
Es una definición clave para entender por qué los voceros de grupos conservadores están tan desorientados. La ortodoxia tiene una receta que aplica en épocas de auge o de recesión sin diferenciar situaciones: política fiscal y monetaria restrictiva (reducción del gasto público y tasa de interés alta), contención de las demandas salariales, disponer la banca central al servicio del sistema financiero y decretar la apertura irrestricta del mercado local a la producción importada, son algunos de sus principales pilares. Sacerdotes de la ortodoxia quedan alterados entonces cuando existe el planteo de transitar un camino diferente.
La heterodoxia en la gestión utiliza las herramientas de política económica en forma flexible según los momentos del ciclo económico. Es una estrategia adaptativa, marca de origen del kirchnerismo, que inquieta a quienes postulan análisis estáticos de fenómenos económicos. Quien mejor expresó esa desesperación fue el gurú del dólar a 20 pesos en abril de 2002, Miguel Angel Broda, que en un encuentro del Consejo Interamericano del Comercio y la Producción, que reunió a representantes del establishment, se lamentó por “el plan antiinflacionario de Kicillof”, que sería “astuto y perverso” porque evita la crisis. Broda planteó que “las crisis son un paraíso para el próximo ministro” porque “a veces es más fácil reconstruir un casa desde la destrucción que desde unas paredes agujereadas”. En otras palabras, quien todavía no explicó por qué tiene una tendencia a equivocarse en sus proyecciones, apostaba a un descontrol de las variables económicas para allanar el camino del ajuste ortodoxo a partir de 2016.
Los sujetos económicos, los factores externos y las relaciones sociales y de poder domésticas van cambiando y, por ese motivo, la orientación de cada una de las medidas debe acomodarse para estar en función de mantener los objetivos económicos definidos en un proyecto político de inclusión social. Por ese motivo el camino de la heterodoxia en la gestión es más complicado frente a las dificultades que se van presentando en el permanente espacio de tensión de actores sociales que se despliega en la economía. La negociación de paritarias es uno de esos frentes.
En el período más largo de vigencia de paritarias sin interrupción (12 años), esa institución del mercado laboral se ha desarrollado en diferentes escenarios económicos. Como se explicó la semana pasada aquí, en ese lapso los salarios de los trabajadores registrados del sector privado han mejorado en términos reales. Y este año no será la excepción pese las repetidas consignas de pisos y techos a las paritarias, muletilla que ha desplazado la comprensión de cuál ha sido la orientación de la política de ingresos en estos años.
El reciente documento de los investigadores de la Universidad Nacional de General Sarmiento Luis Beccaria, Roxana Maurizio y Gustavo Vázquez “Desigualdad e informalidad en América latina: el caso de la Argentina”, es un aporte a ese entendimiento. Señala que “el acelerado crecimiento del empleo fue, sin duda, uno de los factores que facilitaron la recuperación de las remuneraciones reales a lo largo de la década”. Explica que la política de ingresos llevada a cabo por el Gobierno también ha jugado un papel muy significativo en esta recuperación. La destaca por la dinámica que tuvo durante estos años: hubo un “comportamiento usualmente asimétrico de la intensidad de la variación de los ingresos del trabajo en las distintas fases del ciclo económico, dado que la pérdida de cerca del 30 por ciento que sufrieron los ingresos laborales reales en un solo año (2002) sólo se recuperó después de un prolongado período, ya que recién hacia fines de 2008 se alcanzaron los valores del último trimestre de 2001”.
La investigación, incluida en el volumen de la Cepal Desigualdad e informalidad: una análisis de cinco experiencias latinoamericanas, explica que “a poco de comenzar el nuevo siglo, se inició en la Argentina un proceso de reducción de los niveles de desigualdad registrados en la distribución de las remuneraciones, disminución que incluso fue de una magnitud superior al aumento que había registrado durante la década de 1990 y los primeros años de la siguiente”. Indican que esa menor brecha de los ingresos laborales desde 2003 fue acompañada de una evolución general positiva del mercado de trabajo, revirtiendo la tendencia de deterioro de las condiciones sociolaborales de los diez años anteriores. “Dos de las manifestaciones más evidentes de este proceso han sido la reducción del desempleo y de la informalidad laboral”, precisan Beccaria, Maurizio y Vázquez.
Es un abordaje interesante profundizar la vinculación de la formalización laboral con la disminución de la desigualdad. En estos años ha habido una fuerte caída del trabajo informal, quebrando una tendencia creciente iniciada a comienzos de la década del ’80, aunque aún se mantiene en niveles elevados. En base a los microdatos provenientes de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) trimestral del Indec en 31 aglomerados urbanos del país, los tres investigadores concluyeron que la formalización favorece un mayor dinamismo de los ingresos de los trabajadores ubicados en los tramos inferiores de la distribución, y que el aumento del registro laboral no solo ha propiciado que un conjunto mayor de trabajadores accedan a beneficios sociales y estén amparados por las instituciones laborales sino que, además, “ha tenido un efecto desconcentrador sobre los ingresos laborales”.
A pesar de estas mejoras en el mercado de trabajo, todavía sigue habiendo niveles elevados de desigualdad y de informalidad, cuestiones que las negociaciones de paritarias deberían incluir para que esa instancia describa un salto cualitativo desde la base de igualar o subir algunos puntos sobre el índice de precios al consumidor. Los líderes sindicales de todas las vertientes políticas e ideológicas tienen la posibilidad de ampliar su agenda de reclamo, por encima de la especulación política electoral de la convocatoria a un paro de actividades o de la negociación con el gobierno por el dinero de las obras sociales.
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