ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE UNA DISPUTA QUE HISTóRICAMENTE SE REPITE UNA Y OTRA VEZ EN LA ARGENTINA
La historia argentina parece signada por la lucha inconclusa entre dos proyectos políticos. Uno, liberal, agroexportador, abierto al capital extranjero. El otro, popular, industrialista, de autonomía nacional.
Producción: Javier Lewkowicz
Por Por Nicolás Grinberg * y Juan Iñigo Carrera **
Hablar de perspectivas parece llevar directamente al futuro. Pero “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”. A primera vista, la historia argentina parece signada por la lucha inconclusa entre dos proyectos políticos. Uno, liberal, agroexportador, abierto al capital extranjero. El otro, popular, industrialista, de autonomía nacional. Ora, un proyecto avanza y parece arrollar al otro; ora, la situación se invierte, en un vaivén en el que ninguno de los dos logra el nocaut. Pero de tanto repetirse la escena, surge la pregunta: ¿y si la historia argentina no fuera una pelea de box, sino la unidad coreográfica de los dos que hacen falta para un tango?
La industria argentina opera históricamente con una productividad del trabajo muy inferior a la normal en los principales países industriales; alrededor del 20 por ciento respecto de EE.UU. El discurso industrialista argumenta que se trata de una industria incipiente, que requiere la protección del estado para madurar. Sin embargo, para 2012 casi el 50 por ciento del PIB industrial se origina en empresas de capital extranjero, al gusto neoliberal. Lo que ninguno de ambos discursos explica es sobre qué base, los mismos capitales que operan con alta productividad en otros países, encuentran ventajoso hacerlo aquí con una tan baja. ¿Es que se “infantilizan” al llegar?
Desde el siglo XIX los gobiernos liberales multiplican la deuda pública externa en condiciones leoninas. Pero las fases de pago coinciden con los gobiernos de línea popular, peronistas y radicales, pese a la enorme sangría de riqueza nacional que significan. Unos generan, los otros pagan, en una unidad siempre regenerada.
¿Qué particularidad tiene la estructura económica argentina que permite despilfarrar riqueza subsidiando a los capitales industriales más concentrados del mundo y pagando intereses desproporcionados a los mayores capitales financieros, todos extranjeros? ¿De dónde sale esa riqueza?
Ante todo, brota a expensas de los trabajadores argentinos. La dictadura del ’76 impuso por la violencia una caída del 34 por ciento del salario industrial real; el estallido de la convertibilidad lo derrumbó un 38 por ciento contra el pico de 1994. Pero el gobierno de Alfonsín acabó también con una baja del 38 por ciento de punta a punta, y el salario real industrial actual es un 20 por ciento inferior al de 1974. En el promedio 1960-2014, el poder adquisitivo del salario industrial argentino sólo fue el 50 por ciento del de EE.UU. Y ni hablar del salario real medio de la economía argentina que en 2014 apenas equivale al 54 por ciento del de 1974.
Pero la economía argentina cuenta con una fuente extraordinaria de plusvalía que, como señalara Laclau, fluye desde el exterior: la renta de la tierra agraria. Esta renta representó el 16 por ciento de la plusvalía neta apropiada en el país en 1991-2001; el 20 por ciento en 2003-13, con pico del 33 por ciento. Durante la convertibilidad, sólo el 25 por ciento de la renta quedó en poder de los propietarios de la tierra, mientras que el resto benefició a otros sujetos sociales vía la sobrevaluación del peso. En 2003-13, con la renta incrementada 82 por ciento en términos reales, el reparto fue del 50 y 50, fluyendo esta segunda porción vía retenciones, sobrevaluación creciente y regulaciones directas.
La renta de la tierra agraria sufre agudas fluctuaciones, por fenómenos naturales y la marcha de la economía mundial. Con su suba, y la mediación del Estado nacional para hacerla fluir hacia los capitales de la industria, prospera el conjunto de la economía argentina. Suben la ocupación, los salarios y resurgen los pequeños capitales nacionales. Pero, sobre todo, prosperan los capitales extranjeros que operan aquí con baja productividad del trabajo y los capitales acreedores externos del estado nacional, cobrando sus acreencias leoninas. Con la baja de la renta llega la contracción, sube el desempleo y cae el salario real. Los capitales industriales extranjeros se benefician con esta caída, su avance sobre los pequeños capitales nacionales, la privatización de las empresas públicas y el sostén que les otorga el estado endeudándose desesperadamente en el exterior. De ahí la contraposición entre las expresiones políticas que encarnan uno y otro momento, determinadas como las dos caras antagónicas de una misma unidad.
En lo que va del siglo XXI, la economía argentina ha reproducido su estructura histórica. La baja de los precios agrarios y las perspectivas de crisis general en la economía mundial auguran la agudización de la fase restrictiva ya en curso. La perspectiva de nuevas fuentes de renta petrolera y minera no cambia de por sí esa estructura. Un cambio radical de la estructura económica nacional sólo podría basarse en la centralización íntegra de la renta de la tierra como un capital industrial concentrado en la escala capaz de alcanzar la productividad del trabajo necesaria para competir en el mercado mundial produciendo mercancías en general. Pero, de momento, no asoman las expresiones políticas portadoras de esta transformación.
* Conicet/IdaesUnsam
** UBA/CICP.
Por Daniel Schteingart *
Un modelo de desarrollo para la Argentina requiere pensar cuál debe ser la estructura productiva de nuestro país, entendida ésta como las interrelaciones entre las diferentes actividades económicas. ¿Debe Argentina centrarse en el sector primario y servicios, como dicen muchos economistas, desconfiados de la industria argentina? ¿O debe ser en cambio esta última el motor del desarrollo, tal como sostienen otros más escépticos del rol de los recursos naturales?
Para desarrollarse, Argentina tiene que crecer a tasas elevadas. Condición necesaria (pero no suficiente) para ello es que exista demanda, tanto interna como externa. El problema harto conocido es que crecer requiere divisas para, entre otras cosas, financiar importaciones necesarias para producir. ¿Pero por qué ocurre esto? Porque nuestra estructura productiva posee encadenamientos débiles: hay ciertos sectores clave como la producción de máquinas o insumos intermedios que o bien brillan por su ausencia o, si existen, son de baja productividad relativa respecto al mundo desarrollado.
Esta propensión importadora no sería un problema si nuestras exportaciones (fuente genuina de dólares) fueran igualmente dinámicas. Lamentablemente, ello no ocurre, debido no tanto al tipo de cambio (estudios muestran que afecta al 20-25 por ciento de las mismas), sino a que el resto del mundo nos demanda menos de lo que nosotros al resto del mundo.
Para modificar esa realidad hace falta transformar la estructura productiva para hacerla más densa. La industria juega un rol muy importante en ello, ya que algunos de sus sectores (como la metalmecánica o los químicos) son tanto traccionadores de otros eslabones como innovadores. La evidencia empírica muestra que los países innovadores (Estados Unidos, Japón, Alemania, los escandinavos y un largo etcétera) son todos desarrollados. Estar en la frontera tecnológica permite ventajas enormes, como: a) que la economía tenga altos niveles de productividad; b) cobrar precios más caros por exportado, dado que la competencia es imperfecta (pocos países cuentan con el know-how de un producto/servicio); c) obtener ingresos por derechos de propiedad intelectual o d) disponer de grandes campeones nacionales que inviertan afuera y remitan utilidades de afuera hacia adentro.
Los recursos naturales son un complemento imprescindible. Primero, porque aportan divisas. Segundo, porque demandan tecnología a las ramas más innovadoras. Un caso típico es el del agro que demanda semillas genéticamente modificadas o maquinaria específica, ambos sectores de competencia imperfecta. Pero cuidado: sin políticas que fomenten estas integraciones, estas demandas de los sectores intensivos en recursos naturales terminan siendo satisfechas por vía de las importaciones, perpetuando el problema original.
Un ejemplo a seguir en esta materia son los países escandinavos, que también cuentan con grandes dotaciones de materias primas. En estos países, las materias primas han generado eslabonamientos de alta densidad con las ramas de mayor sofisticación tecnológica e incluso los servicios de alta complejidad. Un caso paradigmático es Noruega, en donde la fenomenal industria del petróleo es abastecida en buena medida con plataformas marinas, buques, bienes de capital, mano de obra y conocimiento de frontera de origen local. Por ello, no sorprende que Noruega exporte al año 3800 dólares per cápita de manufacturas de media y alta tecnología –cifra similar a la de Reino Unido y ocho veces superior a la de Argentina–, a pesar de que el 70 por ciento de sus exportaciones sean hidrocarburos. Incluso en potencias industriales como Estados Unidos, la interrelación entre los productos primarios, los sectores manufactureros y los de servicios complejos es sumamente sólida (un caso paradigmático es el flamante shale).
Es por eso que pensar una estrategia de desarrollo requiere abandonar las falsas antinomias entre el sector primario, industrial y terciario, y conceptualizar la estructura productiva en términos de densidades de encadenamientos. Asimismo, también necesita tener en cuenta que todo proceso de desarrollo es idiosincrático y que las experiencias internacionales deben ser aprendidas, aunque no copiadas.
Argentina tiene 43 millones de habitantes. Los sectores primarios, aun teniendo encadenamientos densos con el resto del tejido productivo, difícilmente puedan crear los puestos de trabajo necesarios para lograr una sociedad integrada socialmente. La clave es la diversificación hacia sectores menos ligados a los recursos naturales (automotriz, químicos y algunos segmentos de bienes de capital). Para que eso sea posible, se requieren tres patas: a) una macroeconomía predecible; b) políticas sectoriales específicas para fomentar sectores estratégicos (el sistema de compre nacional por parte del Estado puede ser una palanca determinante) y c) una mutua y permanente cooperación entre el sector privado y el público. Las tres cosas han sido históricamente difíciles de concretar por estos pagos. Pero en ningún lado dice que no sea posible.
* Magister en Sociología Económica (Idaes-Unsam), miembro de SID-Baires.
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