ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
El contexto internacional es desfavorable para la economía a partir de los siguientes acontecimientos:
1 Los precios de las materias primas de exportación en el mercado internacional han descendido hasta el nivel que tenían en junio de 2002. El Banco Central elabora un índice específico de los productos de exportación de la economía argentina: el de junio de este año fue 20,6 por ciento inferior en comparación al de igual mes de 2014 por las mermas en los valores de los principales granos y sus derivados y del petróleo crudo.
2 El dólar se ha estado fortaleciendo en especial en relación al euro, moneda que se debilita al ritmo de una crisis que no tiene un horizonte de salida cercano, siendo el caso griego una referencia del fiasco de las políticas de austeridad dictadas por una Alemania que está ejerciendo un liderazgo avasallador como potencia regional.
3 La Reserva Federal adelantó que en el último trimestre de este año subirá la tasa de interés desde un piso de casi cero por ciento anual, marcando un cambio de tendencia monetaria que seguirá fortaleciendo al dólar y agudizará la guerra de monedas a través de devaluaciones competitivas.
4 Brasil está aplicando un tradicional ajuste fiscal y monetario con una devaluación de su moneda manejada por el mercado financiero, que profundiza la corriente recesiva de la economía ya no de estancamiento como en los tres años anteriores. El gobierno de Dilma Rousseff estima una caída del Producto Interno Bruto del 1,5 por ciento para este año.
5 La economía de China crece a tasas elevadas pero menores a las de dos dígitos de años pasados. La desaceleración china debilita aún más el mercado de materias primas impactado por un dólar fuerte.
6 El comercio internacional se ha estancado por el decaimiento de la demanda externa de una economía mundial de rendimiento mediocre.
El frente interno agrega otros factores que afectan las condiciones para el crecimiento: el menor dinamismo de la inversión privada, las tensiones inflacionarias, la restricción externa (escasez de divisas) y la restricción interna vinculada a la dolarización del excedente para su posterior fuga al exterior.
El último informe anual de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), difundido el miércoles pasado, observa esos dos frentes de tensión: el externo y el interno. En el primero destaca el lento crecimiento de la economía mundial, en particular la desaceleración de China y de otras economías emergentes (con excepción de India). El reporte señala que el comercio mundial se mantendrá estancado “en lo que ya se ha transformado en un problema estructural de la economía mundial”. Esta situación es muy relevante al momento de evaluar la cuestión cambiaria puesto que una brusca devaluación no aumentará las exportaciones debido a la fragilidad de la demanda externa. En ese sentido, la Cepal indica que a esa menor demanda externa se suma, por un lado, la tendencia a la baja de los precios de las materias primas, y por otro, la mayor volatilidad e incertidumbre en los mercados financieros internacionales (la semana pasada fue el turno de la Bolsa de Shanghai). En lo interno, apunta que la caída de la tasa de inversión privada y la menor contribución de la formación bruta de capital al crecimiento “son preocupantes, ya que no solo afectan el ciclo económico, sino también la capacidad y calidad del crecimiento de mediano y largo plazo”.
¿En este escenario internacional y local complejo cuál es la política económica que permite amortiguar los efectos negativos de esos vientos complicados? ¿El ajuste fiscal, monetario y cambiario que propone el elenco estable de economistas ortodoxos y heterodoxos conservadores o las medidas contracíclicas de expansión del gasto público, de fomento de la demanda interna y de administración del tipo de cambio instrumentadas por el gobierno de CFK?
El comportamiento de la economía argentina en los últimos doce meses de un leve crecimiento con preservación del empleo y el poder adquisitivo del salario y de las jubilaciones, revirtiendo la tendencia negativa, revela que la segunda opción tiene un efecto positivo sobre el bienestar general, lo opuesto al que existiría con el ajuste. Pese a los generadores de confusiones deliberadas, el aumento del gasto público y del déficit fiscal no son siempre negativos y que sólo responden a motivos políticos, como el de promover el empleo y las mejoras condiciones materiales de sectores vulnerables, considerados consecuencias del “populismo” por el conservadurismo. El déficit fiscal debe ser evaluado por su impacto en la economía y si sirve para impulsar el crecimiento económico y el empleo. Si es así, el déficit no sólo sería sostenible sino que también sería fundamental para lograr ese objetivo de estabilidad social y laboral.
Cuando los promotores del ajuste, ya sea mediante un shock o en forma gradual, lo justifican diciendo que es necesario intervenir sobre los desequilibrios de la economía, deberían ser interpelados acerca de cuáles serían los nuevos desequilibrios que provocarían las medidas que equilibrarían lo que dicen que está desequilibrado. ¿Equilibrar las cuentas públicas a cambio de desequilibrar el mercado laboral con aumento del desempleo y caída del poder adquisitivo del salario? ¿Equilibrar el mercado cambiario cuyo resultado sería desequilibrar la estabilidad con un shock inflacionario? ¿Equilibrar el frente monetario para desequilibrar el nivel de actividad con recesión? La respuesta que ofrecen a esos interrogantes es que el ajuste debe ser implementado como parte de un plan integral. Es el comentario vulgar de esos economistas. Atemorizan con que el gasto público y el déficit están desbordados lo que exigiría disminuir subsidios a las tarifas de servicios públicos y reducir la expansión fiscal en las cuentas referidas al empleo público, salarios, inversión pública y cobertura previsional. Es el recorrido conocido del programa de ajuste ortodoxo.
El empleo, el salario y el mercado interno hoy estable o en moderada expansión dejarían de estarlo tras el ilusorio objetivo de equilibrar las cuentas fiscales con reducción del gasto público. Como se sabe en base a la experiencia argentina de los noventa, la de los países europeos periféricos en los últimos seis años y, más cerca, con el actual ajuste recesivo brasileño, la reducción del gasto público tiene un impacto negativo sobre la demanda agregada y el cobro de impuestos, lo que reduce los ingresos tributarios y agudiza entonces el desequilibrio fiscal. Aunque parezca inicialmente ilógico, disminuir el gasto no reduce necesariamente el déficit fiscal. El resultado es peor: aumenta el déficit de las cuentas públicas pero con el agregado de desempleo y caída de la economía. El combo perfecto de la receta de la ortodoxia que se empecinan en postular pese al fiasco que ha significado para la estabilidad económica y social.
El saldo de esa estrategia de ajuste en Brasil es elocuente: anteayer la banca central de ese país informó que el déficit fiscal primario de 9323 millones de reales (unos 2825 millones de dólares) fue el peor resultado para ese mes en catorce años. Para el primer semestre las cuentas públicas también contabilizaron un saldo poco alentador, que obligó al gobierno de Dilma a anunciar la reducción en la meta de superávit primario desde el equivalente al 1,1 al 0,15 por ciento del PIB. En la primera mitad del año, luego del pago de intereses de la deuda, el déficit brasileño sumó 209.646 millones de reales (63.529 millones de dólares), que representa el 8,1 por ciento del PIB, su peor saldo histórico. La estrategia extorsiva de la ortodoxia es que exige el ajuste y, cuando el resultado es un previsible mayor déficit fiscal, reduce la calificación del país por la debilidad de las cuentas públicas. Es lo que ha informado el martes pasado la agencia Standard & Poors cuando modificó la perspectiva de la deuda brasileña a largo plazo de “estable” a “negativa”, agudizando así el ataque a la moneda y acelerando el círculo vicioso del ajuste recesivo.
Es lo mismo que sucede con las políticas de austeridad aplicadas en la Europa en crisis: reducir el gasto público e implementar reformas laborales para bajar el salario real, para de ese modo mejorar la competitividad de las empresas, con la meta de disminuir el déficit fiscal. El resultado europeo ha sido un fuerte aumento del desempleo. Aquí, para bajar el salario real, la propuesta es, además del ajuste fiscal, una brusca devaluación aun más perturbadora que la de enero de 2014.
En la actual fase del ciclo de incipiente recuperación económica, proponer medidas de austeridad fiscal con o sin una brusca devaluación sumergiría a la actividad económica en recesión. Sólo la habilidad para agitar el mar de confusiones en la comprensión de los fenómenos económicos ha permitido el retorno con intensidad de ese discurso regresivo en términos sociales. Que la economía argentina transite el 2015 con un leve signo positivo en un escenario internacional desfavorable, un contexto regional de estancamiento y la economía brasileña con signo negativo se explica exclusivamente por la implementación de una política económica expansiva de la demanda agregada (aliento del consumo en el mercado interno). Es un oportuno faro para no dejarse confundir por guías que proponen ajustes fiscales con la promesa de que serán suaves y que ya se sabe cómo terminan.
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