ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: QUé MEDIDAS ECONóMICAS DEBERíA TOMAR EL PRóXIMO PRESIDENTE
Los especialistas coinciden en que la inflación, la falta de dólares y el déficit fiscal son subproductos de un problema estructural histórico que aún sobrevive: la restricción externa. El riesgo de volver al endeudamiento.
Producción: Javier Lewkowicz
Por Ruben Fabrizio *
Durante la campaña electoral se ha instalado que el nuevo gobierno enfrentará grandes desafíos: inflación, falta de dólares, déficit fiscal, estancamiento productivo y otros rasgos evidentes de la compleja coyuntura nacional. Sin embargo todos ellos son subproductos de un problema estructural que permanece intacto, la restricción externa, emergente a su vez de una estructura económica prácticamente inalterada desde hace largos años.
Asimismo, el nuevo gobierno deberá enfrentar los desafíos que plantea el escenario internacional, con el ajuste en Brasil, el deterioro de los términos de intercambio y la baja de la demanda China. Este escenario afecta fuertemente a la Argentina, porque mantiene su histórica inserción cómo apéndice del mercado mundial. Esa estructura económica que perdura, hace que los factores externos determinen y condicionen el devenir de nuestra economía.
Esto no se resuelve con neoliberalismo, volviendo a los noventa. Pero tampoco persistiendo en las actuales políticas. Se debe reformar de manera profunda la estructura económica de la Argentina, apostando a un proyecto de desarrollo basado en la industria nacional. La única manera de dotar de trabajo digno a los más de 40 millones de compatriotas es a través de la generación de empleo industrial, de alto valor agregado. Lo que “derraman” la renta agraria, minera y petrolera no es suficiente. Tampoco alcanzan los empleos en las áreas de los servicios que puedan derivar de la profundización y crecimiento de la estructura productiva actual. Los servicios de alto valor agregado, basados en una estructura científica y tecnológica son impensables sin contar previamente con una industria nacional fuertemente desarrollada que genere esas demandas de servicios de ingeniería, investigación aplicada y mayores niveles de educación, todos ellos confluyentes en empleos de mayor calidad.
Recurrir al financiamiento de los organismos multilaterales de crédito a cambio de un plan de ajuste o a créditos de proveedores extranjeros a cambio de importaciones industriales, puede mitigar un presente complejo, pero deja intacto el problema estructural.
Si solo se ataca la coyuntura y se apuesta al corto plazo, se persistirá en el error estratégico de mantener la actual estructura económica argentina, basada esencialmente en la exportación de commodities y en la creciente concentración y extranjerización de la industria. Los años de bonanza, con fuerte apuesta al consumo son bienvenidos, pero la restricción externa aparecerá tarde o temprano, si lo que se consume es crecientemente importado. Por otro lado, se debe apostar a agregar valor industrial en las cadenas agroalimentarias, mineras y energéticas.
El riesgo que enfrentamos los argentinos es que en el afán de resolver el corto plazo se dejen de lado las reformas estructurales. En ese caso y de ser exitoso el gobierno, se resolverán los indicadores macroeconómicos desfavorables, pero tendremos un país con muchos millones de excluidos del sistema, que podrán ser contenidos con planes sociales y políticas públicas siempre y cuando el viento de cola internacional sea favorable
Sin embargo, aunque el camino no es sencillo, se debe afrontar el desafío de las reformas de largo plazo. Para ello se requieren nuevas instituciones y normativas. Por ejemplo, un banco de financiamiento específico para obras de infraestructura que privilegie a la industria nacional, generando encadenamientos endógenos; orientar decididamente y sin medias tintas el poder de compra del estado a la industria nacional; nacionalizar el mercado hidrocarburífero para garantizar las inversiones necesarias; derogar el código minero vigente desde los noventa; revisar las políticas de fomento a la industria automotriz y la electrónica de consumo en Tierra del Fuego.
Además se deben descartar los alineamientos estratégicos con potencias emergentes que reproducen la asimétrica relación que nos condena a ser proveedores confiables de commodities a cambio de importar maquinaria, equipos industriales y tecnología. Cuestión más grave aun cuándo se trata de áreas en que nuestro país cuenta con antecedentes, experiencia y masa crítica como los casos de parques eólicos, represas hidroeléctricas, centrales nucleares o vagones de ferrocarril.
Estos serían los pasos iniciales hacia la resolución del problema de fondo de la Argentina, que es la recurrencia (estructural) de la restricción externa. Argentina tiene los recursos naturales, humanos y tecnológicos para apostar a un modelo de desarrollo con base industrial, sólido y autosustentable. Faltarían las políticas públicas y los actores sociales que las lleven adelante.
* Director Ejecutivo del Cipibic. Director de la revista Industrializar Argentina.
Por Enrique M. Martínez *
Como en materia económica el apocalipsis –o mejor: su reiteración periódica– quedó lejos, bien lejos, los economistas, que de algo tienen que vivir, se concentran en los ajustes de gestión. A esos ajustes, a su vez, pasan a calificarlos de urgentes. La paridad cambiaria, el acceso al crédito internacional, el flujo de divisas, la inflación, deberían quitarnos el sueño hasta convencernos que nuestra existencia como país depende mañana mismo de tener políticas para cada parámetro tan solventes como, por caso, las alemanas.
No es así, aunque tampoco es cierto que no importe tener una macroeconomía auditable. Soportar la mirada de los contadores, aún aquellos con sesgo burocrático, es necesario. Pero mucho, mucho más importante que eso, es poder mirar a la cara a los millones de pobres, que en su gran mayoría son trabajadores sin cobertura previsional o social, que además no están recorriendo un camino de dignificación de su tarea, para pasar a explicar con detalle y capacidad de convencer cual será un futuro mejor, que los contenga plenamente.
La pobreza, la exclusión, el trabajo no dignificado, no se originan centralmente en errores de gestión. En términos absolutos, diríamos que muestran ausencia de gestión. Son consecuencia de debilidades estructurales, que hay que corregir si es que se quiere superar el plano de los fomentos, los paliativos y las ayudas llenas de voluntad pero insuficientes. Allí está lo realmente importante, aunque en paralelo un gobierno se deba ocupar de pagar su deuda o financiar las importaciones.
Ni el derrame neoliberal sucedió ni los subsidios que incluyen parcialmente por ingresos son solución plena. Sólo la democratización auténtica de la economía marcará el camino correcto.
¿Qué se quiere decir con eso? Que la ciudadanía participe con libertad y dignidad, tanto en las inversiones necesarias, como en el aporte de trabajo para atender las necesidades de la comunidad. Eso tiene dos grandes ejes:
1) Hay un conjunto de grandes proyectos que hacen a la infraestructura esencial del país –combustibles, energías renovables, trasporte, acero, aluminio, industria automotriz o electrónica, entre ellos– donde es necesario contar con corporaciones con mayoría estatal y capital accionario abierto a todos y cada uno de los ciudadanos, que sean columna de la producción. Sea produciendo energía en cada techo de vivienda o contando con un diseño automotriz propio que luego se licite entre fabricantes, es posible y necesario que el interés nacional se instale de otra manera en la economía.
2) En una amplia gama de bienes y servicios de consumo elemental, como los alimentos, la indumentaria, la vivienda social, todos los temas ambientales, la administración de refacciones escolares, se debe estimular las unidades de producción que estén en contacto directo y cercano con los consumidores. Los campeones lácteos o avícolas deberían exportar masivamente, pero el abasto de cada ciudad argentina debería ser producido a no más de 50 kilómetros de distancia. Esto –que llamamos economía popular– no se puede ni debe regimentar. Pero se debe concebir, experimentar, hasta permear la cultura ciudadana y salir por arriba del laberinto concentrado y estrangulador que la hegemonía corporativa ha construido aquí y en todo el mundo.
Para que esa combinación virtuosa se dé se necesita tal vez admitir la siguiente secuencia lógica:
Que el capitalismo global de mercado reserva a nuestros países un estado de cosas muy similar a la alcanzada. A partir de allí, si nada cambia, solo se puede aspirar a oscilar alrededor de ese punto, superando controversia tras controversia, que se parecerán todo el tiempo a la anterior.
Que hay un camino superador, si progresivamente se va colocando la atención de las necesidades comunitarias por encima del lucro y si se busca tenazmente integrar a los humildes y a la clase media como protagonistas.
Esa tarea es de nuevo cuño histórico. No es resistencia popular; no es conflicto frontal; no es solo regular al poderoso; por supuesto no es revolución en el sentido clásico. Pero es un poco de todo eso. Es poner la libertad plena y la dignidad de los compatriotas por encima de cualquier otra cosa y buscarla por caminos que ya se están experimentando en el mundo y que convergerán hacia una nueva teoría del desarrollo: la justicia social con autonomía popular.
* Instituto para la Producción Popular.
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