ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por David Cufré
El programa económico del Gobierno avanzó la última semana en uno de sus ejes estructurales: la apertura a los capitales golondrina. El Banco Central y la Comisión Nacional de Valores tomaron decisiones de fondo para promover la llegada de divisas a través del circuito financiero. Una de las medidas fue la autorización a inversores extranjeros para comprar los títulos de deuda que emite la autoridad monetaria, Lebac y Nobac, que marcan referencias de tasas de interés en el mercado. Los fondos de inversión internacionales tendrán la posibilidad de acceder a instrumentos que ofrecen la garantía de cancelación del BCRA; es decir, con riesgo cero, a salvo de buitres. Encadenado a ello, los organismos levantaron la obligación de retener por 72 horas los bonos del Estado nacional que se utilizan para el contado con liquidación, operación que consiste en adquirir esos papeles en pesos en el mercado local y venderlos en dólares en Nueva York. Es el canal más utilizado para la fuga de divisas, que ahora ya no tendrá restricciones ni obstáculos que la desalienten. Ambos pasos terminaron de dar forma a la política de seducción a los fondos especulativos que arrancó con la eliminación del encaje de 30 por ciento que debían constituir inversores de otros países durante un año si querían venir a timbear en el país. La libre entrada y salida entierra la política de regulación que aplicó el kirchnerismo en sentido contrario, para descartar esa vía rápida y riesgosa de financiamiento de la economía. La estrategia vuelve a ser la misma que ensayaron los ministros José Alfredo Martínez de Hoz en 1977 y Domingo Cavallo en 1991, con resultados ruinosos para la economía luego del ilusorio boom inicial.
El objetivo que persigue el equipo económico es superar la insuficiencia de divisas que viene marcando límites al desarrollo nacional desde hace años, en un contexto mundial caracterizado por la crisis que estalló en 2008 y aún no concluyó. Otras medidas orientadas en la misma dirección son la eliminación de retenciones a las exportaciones y la libertad a los productores para vender cosechas y bienes industriales al exterior. En lugar de confrontar y regular al poder económico como intentó el gobierno anterior, preocupado por resguardar el poder de compra de trabajadores, jubilados y demás sectores que dependen de ingresos fijos, que constituyen mayorías en el país, el macrismo refuerza una política de alianza con grupos concentrados. El cambio lleva añadido una brutal transferencia de ingresos de los primeros a los últimos, con la esperanza, en el mejor de los casos, del derrame posterior. También entraña el riesgo de una reprimarización productiva, fortaleciendo las actividades agropecuarias exportadoras a costa del consumo interno que sostiene al 80 por ciento del entramado industrial.
Otra vía para acceder a divisas es el endeudamiento, aprovechando el amplísimo margen que dejó el kirchnerismo luego de reducir los pasivos del Estado nacional en moneda extranjera con acreedores privados a niveles mínimos históricos. De 75 puntos de deuda en relación al PBI que había en 2003 se bajó a solo 7,9 por ciento. Aunque nadie del gobierno ni los consultores que lo acompañan reconozcan ese logro en toda su dimensión, es una de las herencias fundamentales que dejó la etapa que terminó el 10 de diciembre. La dictadura y el menemismo neoliberales hundieron al país debajo de una montaña de deuda, que terminó por aplastar a casi todos –menos a quienes se enriquecieron en el camino–, y el kirchnerismo heterodoxo logró que el funcionamiento económico permitiera barrer con esa restricción agobiante. Para aceitar la vuelta al endeudamiento, Alfonso Prat-Gay está apurado por cerrar un acuerdo con los fondos buitre –dejando otra vez de lado la opción de enfrentarlos, que lideró Axel Kicillof–, tarea que ocupará su atención durante el verano.
La promoción de exportaciones, el endeudamiento y los incentivos para la llegada de capitales especulativos conforman la base del nuevo gobierno para superar la restricción externa. La devaluación fue otra decisión en la misma trayectoria. El ajuste fiscal, primero a través de la quita de subsidios a los servicios públicos, es el capítulo que sigue, y tras ello seguramente vendrán muchos otros del recetario del FMI y de las calificadoras de riesgo internacionales: paritarias por productividad, flexibilización laboral, apertura comercial, relanzamiento del ALCA –con escala previa en la Alianza del Pacífico–, corrimiento del Estado de la economía –libertad para fijar precios, eliminación de leyes antimonopólicas como la de servicios de comunicación audiovisual, despidos de empleados públicos–, aumento de la edad jubilatoria y privatizaciones seguramente formarán parte de la agenda del macrismo. Varios de esos puntos ya han sido mencionados y otros aparecen in pectore, como decía Carlos Menem, el último promotor del modelo de valorización financiera que ha regresado bajo el sello de Cambiemos.
La invitación a los capitales golondrina se sustenta en otra de las políticas esenciales del equipo económico: las metas de inflación. ¿Cómo funcionan? “El Banco Central establece una meta en base a bandas, anunciando que la inflación proyectada, por ejemplo, deberá ubicarse entre el 6 y el 8 por ciento. En caso de que las mediciones indiquen que la inflación apunta a ubicarse por encima del tope establecido, el Banco Central adoptará medidas de política monetaria para morigerar el incremento de precios. La herramienta central será el manejo de la tasa de interés, en nuestro caso, las Lebacs. Ante una aceleración de la inflación, el Banco Central estimulará una suba de tasas que morigere la demanda y con ello reduzca la presión sobre los precios. En sentido inverso, si la inflación comienza a descender por debajo de la banda inferior, el Banco Central podrá reducir las tasas y convalidar una mayor demanda”, explican Matías Kulfas y Evelin Goldstein, de IdearDesarrollo, en su último informe. Más allá de advertir sobre aspectos técnicos que ponen en duda la efectividad de la acción –como la escasa incidencia del crédito bancario en la economía local–, los especialistas señalan que “un esquema de metas de inflación con plena apertura a los movimientos de capitales externos resulta muy amigable para el mundo financiero y de la especulación”. “En una economía relativamente pequeña como es la argentina –continúan–, los fondos de inversión externos y los capitales argentinos en el exterior tendrán un enorme incentivo a ingresar dólares, estimular una apreciación cambiaria, aprovechar las elevadas tasas de interés que promete este nuevo esquema de política monetaria y luego recomprar las divisas a un tipo de cambio más bajo, con lo cual el negocio resulta altamente redituable. En definitiva, un mundo muy amigable para la renta financiera”. Por último, recuerdan la experiencia brasileña de los últimos años, afincada también en la desregulación financiera y las metas de inflación. “No estamos hablando de un ejercicio teórico. Veamos lo ocurrido en la economía brasileña, donde el sector financiero internacional se deshizo en loas a dicho país durante largos años de bonanza, altas tasas de interés, reprimarización productiva y ganancias financieras al por mayor. Con plena apertura a los capitales externos y fuerte acumulación de reservas, Brasil llegó a una situación económica de nulo crecimiento e incluso caída”, comparan. Este año la destrucción quedaría reflejada allí con un retroceso del PIB del 4 por ciento, y para 2016 se proyecta un declive de 2,8. Son niveles que empiezan a rememorar el 2001 argentino.
Los economistas Kenneth Rogoff, ex FMI, y Carmen Reinhart, también del organismo y profesora de Harvard, son autores de un contundente libro que describe el proceso de burbujas financieras y caídas dramáticas a lo largo de ocho siglos en 66 países, centrales y periféricos. “Los países que experimentan grandes entradas de capital repentinas están en alto riesgo de sufrir crisis de deuda. También hay una correlación sorprendente a lo largo de la historia entre la libre movilidad del capital y la incidencia de crisis bancarias, sobre todo en la etapa moderna”, revelan allí. Cuando los capitales se van, como ocurrió en el 80 con la caída del BIR, o en los 90 con el Efecto Tequila y la crisis del sudeste asiático, las economías expuestas a la libre circulación de fondos especulativos sufren grandes colapsos. En el medio se producen procesos de extranjerización y concentración económica. A pesar de la experiencia, ese es el camino que ha elegido el nuevo gobierno. El libro de Rogoff y Reinhart se llama This time is different, porque es lo que dicen siempre los gobiernos cuando pactan con el capital financiero. ¿Esta vez será diferente?
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