ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: EL SECTOR MANUFACTURERO ATRAVIESA UNO DE LOS PEORES MOMENTOS DE LOS úLTIMOS AñOS
La caída de la demanda junto al aumento de los costos y la apertura de las importaciones configuran un escenario complejo para el sector manufacturero y los trabajadores. El fantasma de la década del 90 va tomando forma.
Producción: Javier Lewkowicz
Por Martín Burgos *
Los datos que están saliendo a la luz desde distintas cámaras industriales y de servicios parecen contundentes: este primer trimestre conoce caídas en la producción y en las ventas que ponen en riesgo la continuidad de varias pymes y una amplia destrucción del empleo. Contrariamente a otras variaciones en la producción ocurridas en los últimos años, como la crisis mundial en 2008/2009 o la devaluación de 2014, este gobierno parece más preocupado por manejar la situación macroeconómica que generó la devaluación y sus consecuencias inflacionarias que por atender el problema de las pymes y de los trabajadores.
Una de las claves para entender el momento actual de las pymes es la conjunción de una serie de políticas económicas: a la reducción del mercado interno consecuencia de las medidas inflacionarias tomadas por el gobierno (devaluación, quita de retenciones y tarifazo) se le agrega la apertura de las importaciones y el fin de las DJAI (Declaración Jurada Anticipada de Importaciones), el aumento de los costos (principalmente debido a los aumentos de alquiler, de costos importados y de energía) y la dificultad del acceso al crédito por el aumento desmesurado de las tasas de interés (que también implican un aumento del costo financiero por deudas tomadas a tasas variables). Estas medidas “pro-mercado” se toman en un contexto internacional que es desfavorable en general desde 2008, pero que empeoró desde la crisis histórica que conoce el mercado brasileño, con caídas de su PBI de más de 4 por ciento el año pasado y que seguramente se repetirá este año.
Ante este panorama, las pymes se ven obligadas a diversificar sus negocios hacia dos caminos a los cuales los lleva el gobierno actual: por un lado reemplazar su producción nacional por productos importados, aprovechando su red de comercialización y la apertura comercial, y por otro lado financiarizar sus activos ante las altas tasas de interés ofrecidas. Esta financiarización ya se vislumbra en la caída de los plazo fijo de empresas ocurridas durante el primer trimestre, las que seguramente se mudaron a la compra de LEBAC ofrecidas por el gobierno a una tasa anual de 38 por ciento. Este nuevo diseño de negocio derivado de las políticas adoptadas hasta ahora está dando a luz a un modelo económico en la cual lo productivo tiene cada vez menos lugar y donde el desempleo vuelve a ocupar un lugar entre las principales preocupaciones de los argentinos.
Este contexto de caída de la demanda, junto al aumento de los costos y la apertura de las importaciones configuran el peor de los mundos para las pymes industriales y los trabajadores, del cual ya podemos sacar algunas lecciones. La primera es que las pymes están íntimamente vinculadas con el mercado interno, que es alimentado por el salario, las jubilaciones y el gasto público. Por lo tanto aparece una relación muy contradictoria entre el trabajador y el empresario, que los clásicos de la economía ya habían advertido en el siglo XIX: el costo laboral de las empresas es, a su vez, su principal demanda, y por lo tanto la búsqueda de mejora competitiva reduciendo ese costo puede terminar hundiendo su demanda y generar inestabilidad y crisis en el sistema. Esta contradicción quedó plasmada en el pedido casi unánime de los empresarios pymes por una devaluación durante la campaña presidencial para mejorar su competitividad, que redundó en esta realidad de ajuste y crisis que vivimos luego de ocurrida la devaluación. Las cámaras del sector -mucho más prudente al respecto durante el año pasado- deberían realizar una mayor tarea de formación económica para sus afiliados, para que sepan ubicar donde se encuentran sus intereses económicos.
Esta lección también sirve para la literatura económica actual, en la cual parece que esta contradicción entre demanda y competitividad vía costo laboral no terminó de plantearse siquiera como interrogante. No hace falta mencionar la falta de interés de los economistas ortodoxos en la cuestión, aún a los que están en la función pública. Más interesante aún es que numerosos economistas heterodoxos sostuvieron que el éxito económico del kirchnerismo radicó -entre otras razones- en que fue un modelo de “tipo de cambio alto”, e incluso que el retraso del tipo de cambio constituía un problema. El error de origen, sin lugar a dudas, es pensar que la devaluación del 2002 fue el inicio del crecimiento económico, cuando la causa debería buscarse más bien en el default de la deuda externa posterior a las jornadas de 19 y 20 de diciembre de 2001, constitutiva de una victoria popular poco reivindicada. En esa lectura, la devaluación es el contraataque del poder económico más concentrado, permitiendo un aumento de la pobreza del 30 al 50 por ciento del total del la población.
Resulta sin dudas de interés saber qué perspectivas nos espera hacia el tan ansiado “segundo semestre”. Sin dudas habrá una recuperación de la demanda merced a tres factores: por un lado, las paritarias conseguidas aunque sean por debajo de la inflación esperada de 40 por ciento para este año, permitirán una recuperación parcial del poder de compra de los trabajadores. Por otro lado, el gobierno deberá retomar las obras públicas suspendidas en diciembre, lo que impulsará el sector de la construcción y las industrias conexas. En tercer lugar, la cosecha hará ingresar divisas hasta julio que garantizan un tipo de cambio estable y por lo tanto, una mejora de los salarios en dólares.
La puja entre el sector financiero y el sector agropecuario, los dos pilares sectoriales de este proyecto neoliberal, definirá el sesgo económico del modelo. En el 55, el 66 y el 76, luego de alguna intentona del sector agropecuario vía devaluación, siempre terminó prevaleciendo el sesgo financiero o de las empresas transnacionales para lograr un tipo de cambio bajo. En los noventa, el modelo de tipo de cambio bajo predominó con el apoyo de las privatizadas. Es de esperar por lo tanto que esta puja al interior del bloque de poder la termine ganando el sector financiero, lo que para el gobierno sería conveniente: de lograr prevalecer el sector agropecuario, una nueva devaluación nos volvería a colocar en el punto inicial de esta aventura, en el cual el segundo semestre sería muy parecido al primero.
* Coordinador del Departamento de Economía del CCC.
Por Mariano Kestelboim *
Después de cuatro años con un nivel de actividad estable en la mayoría de las ramas industriales y cerca del récord de 2011, comenzó, en los primeros meses de 2016, una caída significativa. Según la UIA, la actividad se contrajo un 4,6 por ciento en el primer trimestre, descontando el crecimiento atípico del complejo de oleaginosas, derivado de la devaluación (59,8 por ciento). Para FIEL, la baja llegó al 2,1 por ciento en el primer cuatrimestre con un alarmante rojo de 6,1 por ciento en abril. La característica más relevante de la etapa poskirchnerista es la generalización de la reducción de la actividad en los distintos rubros de la industria. Hasta el año pasado, el descenso se circunscribía al sector automotriz y a sus proveedores principales, afectados intensamente por la caída de sus exportaciones a Brasil.
También en los últimos meses se destaca el mayor deterioro de la rentabilidad de las pymes. Si bien el costo laboral se redujo como resultado de la devaluación con una recomposición salarial retrasada y que sólo será parcial, la caída del consumo interno y niveles de exportaciones muy bajos y en descenso implican una disminución de la escala de producción. Esa merma provoca una recarga sobre los costos fijos, dado que deben prorratearse en un volumen de producción menor. El abrupto incremento de las tarifas de los servicios públicos y la suba de tasas de interés empeoran el cuadro.
Otro fenómeno reciente que se ha agravado es la redistribución regresiva del excedente industrial y la mayor concentración. La aceleración inflacionaria y la disparada de los costos financieros abren nuevos espacios de negociación donde las grandes empresas abusan de su mayor poder de mercado, estableciendo precios y formas de pago perjudiciales para las pymes.
El enfriamiento de la economía repercute en mayor medida en los rubros fabriles más dependientes del dinamismo del mercado interno y más sensibles al crecimiento de la importación. En este sentido, el sector emblemático es el textil. La Fundación Pro Tejer ya advirtió que la producción sectorial cayó un 25 por ciento en lo que va de 2016.
La menor actividad industrial no implicó una ola de despidos masivos, como en la construcción, en la administración pública y en el sector automotriz que atraviesa una crisis desde 2014. Las empresas, por el momento, vienen aplicando suspensiones rotativas, eliminación de horas extras, cancelación de turnos y no renuevan los puestos cuando un empleado se va.
La expectativa de un repunte de la actividad como anunció el Gobierno para el segundo semestre del año y el alto costo que implican los despidos en la industria por el largo proceso de capacitación de los operarios son los principales motivos de las firmas para mantener sus dotaciones. Los más optimistas comparten la visión oficial de una pronta recuperación como resultado de la reactivación de la obra pública, la mejora del consumo por los aumentos salariales y la mayor actividad en rubros vinculados al campo.
No obstante, en caso que persista el actual esquema de políticas a favor de la inversión financiera, la industria no podrá seguir resistiendo y deberá reducir su estructura. Si bien el Gobierno recientemente tomó medidas específicas a favor de las pymes (liquidación trimestral del IVA, pisos más altos de retenciones impositivas, extensión del plazo para liquidar de divisas y ampliación del crédito subsidiado), ninguna es específicamente para el sector manufacturero. Hasta el momento, como políticas dirigidas exclusivamente a la industria solo se puede contabilizar a la administración de las importaciones que es menos restrictiva que la de la gestión anterior. El endeudamiento público externo y la menor demanda de divisas de la industria para importar insumos y maquinaria también les brinda mayor margen de maniobra a los funcionarios actuales para abrir más la economía y representa una amenaza para los productores locales.
En el mismo sentido, el interés de la actual gestión por llegar a acuerdos internacionales de apertura de mercados, como el del Mercosur con la Unión Europea, que acentuará el perfil agro-exportador también es un peligro.
El Gobierno fijó reglas de juego que, como en la Convertibilidad, orientan los recursos mucho más a la especulación financiera que al desarrollo productivo. En el actual escenario internacional, el deterioro de la industria puede ser muy rápido y, si no hay medidas concretas que impliquen un cambio de rumbo, el discurso de la herencia y del productivismo no alcanzará para evitar una nueva crisis.
* Economista. Profesor UBA y UNDAV. @marianokestel
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