ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE CóMO ES LA POLíTICA DE METAS DE INFLACIóN QUE BUSCA IMPULSAR EL GOBIERNO
En este esquema, si los precios crecen por encima de la meta de inflación, entonces la autoridad monetaria debería subir su tasa para que las decisiones de consumo e inversión se vean negativamente afectadas, reduciendo el nivel de la demanda agregada y, por ende, la inflación.
Producción: Tomás Lukin
Por Leandro Ottone, Nicolás Segal y Juan Manuel Telechea *
Desde que asumió como presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, declaró que la reducción de la inflación sería el objetivo casi excluyente de su gestión. En línea con esta proposición, desde principios de año la entidad inició una serie de procedimientos institucionales para implementar un Sistema de Metas de Inflación (SMI) a partir de septiembre de este año como marco general para el desarrollo de la política monetaria en Argentina. Aunque no existe una definición precisa para el SMI, varios países de la región han aplicado este esquema durante las últimas décadas y su experiencia se corresponde con procesos de desinflación, aunque se trata de regímenes de política monetaria relativamente novedosos cuyas consecuencias macroeconómicas son aún inciertas. Avanzar con este esquema en Argentina, implicaría desconocer el “mandato múltiple” que la Carta Orgánica consagra al BCRA.
A nivel general, el SMI consiste en anunciar públicamente una meta de inflación para un período de tiempo determinado y luego utilizar la tasa de interés como herramienta de política para conseguir que la inflación observada se corresponda con la meta anunciada. Aun cuando se corresponde con posiciones ortodoxas en economía, el SMI no es estrictamente una política de corte monetarista ya que la preocupación del BCRA no es el crecimiento en la cantidad de dinero sino cuan “caliente” este la economía.
Esto es así porque el enfoque teórico que subyace al SMI sostiene que el aumento en el nivel de los precios se origina cuando la economía crece por encima de su capacidad productiva y que esto puede ser corregido mediante la gestión de la política monetaria: si los precios crecen por encima de la meta de inflación, entonces la autoridad monetaria debería subir su tasa de interés de referencia (que en Argentina es la tasa de Lebac a 35 días que determina el BCRA), de forma que las decisiones de consumo e inversión se vean negativamente afectadas, reduciendo el nivel de la demanda agregada y, por ende, enfriando la inflación. En este enfoque la credibilidad resulta fundamental, porque la meta pública debería contribuir a mantener ancladas las expectativas de inflación. Si el Banco Central es creíble en su meta, le será más fácil cumplir con su objetivo.
Para el pensamiento heterodoxo existen diversos problemas con esta visión. Como aspecto central, resulta evidente que el SMI omite el conflicto distributivo como factor determinante en la inflación argentina. En tanto el aumento sostenido de los precios refleja inconsistencias entre las aspiraciones distributivas de empresarios y trabajadores, el modo en que el SMI se propone conseguir la desinflación tiende a favorecer al sector empresarial, introduciendo un sesgo regresivo en la distribución del ingreso. Implícitamente el SMI requiere que los trabajadores ajusten su expectativa de ingresos en función de las determinaciones del capital de forma de neutralizar el conflicto distributivo.
Además, la implementación del SMI también tiene consecuencias no menores sobre la trayectoria del crecimiento de la economía. Bajo la premisa de que los únicos factores que determinan el sendero de crecimiento son aquellos vinculados con la oferta agregada (tecnología, capital humano, aumento de la población, etc.), la ortodoxia considera que alcanza con mantener la inflación en torno a su meta para lograr que la tasa de crecimiento se encuentre en su nivel “potencial”.
Así, se supone que una política monetaria contractiva sólo produce efectos recesivos en el corto plazo, pero no afecta el sendero de crecimiento de la economía. Esto implica desconocer que las recesiones efectivamente reducen el producto potencial de la economía, hecho que quedó de manifiesto tras la crisis económica mundial reciente. Menor crecimiento hoy, es menor crecimiento mañana.
En la misma línea, el estudio de los SMI adquiere un matiz diferenciado en el caso de las economías emergentes, en virtud de la importancia que tiene el sector externo su dinámica macroeconómica. El uso del SMI como política de estabilización implica como efecto colateral que, en ausencia de controles al ingreso, la suba de tasas induce la entrada de capitales especulativos de corto plazo que fuerzan la apreciación del tipo de cambio. Si bien en el corto plazo este abaratamiento del dólar puede tener efectos positivos sobre el consumo, a mediano plazo el sesgo a la apreciación y el carácter especulativo de los capitales pueden generar riesgos en el mercado de cambios.
Finalmente, más allá de la discusión sobre las estrategias para reducir la inflación actual, ingresar en este esquema de política implica adoptar una determinada configuración institucional que reduce sensiblemente el espacio de auto-determinación futura para las políticas económicas, aun cuando se produzca un cambio de Gobierno. En este sentido, cabe llamar la atención sobre el avance autónomo que ha tenido el BCRA en este sentido, dejando de lado espacios centrales para la discusión democrática como debería ser el Congreso de la Nación.
* Instituto de Trabajo y Economía (ITE) - Fundación Germán Abdala - www.itegaweb.org
Por Estanislao Malic *
En diciembre de 2015 gran parte de la población argentina sentía que podía dormir tranquila ya que el Banco Central finalmente asumiría su rol “natural”. Con la llegada de las nuevas autoridades la entidad se dispondría a domar de una vez por todas la inflación. Dentro de ese relato, los aumentos de precios fueron producto de años de descontrol monetario y abuso de la “maquinita”. Tras siete meses de gestión y con aumentos de precios no vistos en 25 años, la tranquilidad se convirtió en escepticismo: ¿Qué es lo que sucedió?
Las medidas anunciadas desde el BCRA nunca se destacaron por su claridad. Más allá del compromiso anti inflacionario, el proyecto oficial abunda en contradicciones: los mecanismos utilizados para alcanzar el objetivo de contener los aumentos de precios, según anunció la propia autoridad monetaria, serían controlar las cantidades de dinero, las tasas de interés, a veces el tipo de cambio y, obviamente, comenzar a aplicar las famosas “metas de inflación” (o inflation targetting).
¿Qué proponen los regímenes de metas de inflación? El mecanismo por el cual se controlarían los aumentos de precios, sería a través de la regulación de la actividad económica vía variaciones en la tasa de interés. Desde esa lógica, el aumento del nivel general de precios estaría vinculado a procesos de excesos de demanda. A mayor inflación, el Banco Central sube las tasas de interés, lo cual redunda en una desaceleración económica, aumento del desempleo y consecuente estabilización de los precios. Así de fácil. Debemos destacar que en los esquemas de metas de inflación la herramienta exclusiva de política monetaria es la tasa de interés. Asimismo, el Banco Central debe destacarse por su claridad, credibilidad y transparencia.
Aquí se presentan dos cuestiones: ¿ha sido el Banco Central claro, creíble y transparente? ¿Las metas de inflación son efectivas para controlar la inflación argentina? Imaginemos que creemos en el esquema de metas de inflación y esperamos un BCRA comprometido con el mismo. Si ese fuera el caso, el desempeño de las autoridades ha sido lamentable. Los anuncios han sido contradictorios e incluso incoherentes. Por ejemplo, es teóricamente imposible controlar el tipo de cambio, las tasas y las cantidades de dinero al mismo tiempo. Asimismo, las mediciones de inflación utilizadas para orientar la política han ido variando mes a mes según conveniencias aparentemente diferentes al control de precios: se consideró el índice de inflación de un blog desconocido, el IPC San Luis, el IPC de la Ciudad de Buenos Aires, las inflaciones “núcleo” correspondientes y finalmente el relevamiento de las expectativas inflacionarias. Resulta imposible saber qué índice considerará la autoridad monetaria para fijar las tasas. Para peor el presidente del Banco Central ha dado conferencias académicas afirmando que el sistema económico debe analizarse con modelos teóricos de economía de trueque, o sea, sin dinero. Sí, el presidente de la institución que vela por el funcionamiento bancario y la estabilidad monetaria piensa el mundo como una economía sin dinero. Aunque usted no lo crea. El Banco Central no ha sido ni claro, ni creíble, ni transparente.
Respecto a las capacidades de los regímenes propuestos por las autoridades para controlar la inflación, las mismas son sumamente dudosas. Sus éxitos parciales parecen estar más vinculados a procesos de apreciación o estabilidad cambiaria que a la administración de la actividad vía tasa de interés. En el caso de los procesos inflacionarios argentinos poco parecen tener que ver con excesos de demanda (o de actividad). Como explicaron los estructuralistas latinoamericanos, la misma puede explicarse por los clásicos shocks cambiarios, combinados con aumentos de los precios internacionales de los commodities y la consecuente puja distributiva entre los diferentes sectores de la economía que buscan a través del sistema de precios y salarios no perder poder adquisitivo (incluso el gobierno con sus tarifas). La validez de esas teorías las podemos encontrar nada menos que en la convertibilidad, dónde se ancló el tipo de cambio, los precios de los commodities agrarios nunca despegaron, y se domesticó la puja a fuerza de apertura económica, flexibilización laboral y desempleo. Ojalá los economistas argentinos leyeran más a Olivera y menos a Friedman.
* Investigador del Centro Cultural de la Cooperación.
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