ECONOMíA
› PANORAMA ECONOMICO
Argentina, a la cabeza
› Por Julio Nudler
Una afirmación: “La Argentina no tiene soberanía. Todos los días aparecen de rodillas en Washington, implorando por un préstamo más.” Otra: “No es concebible que los países ricos, en lugar de condonarle deudas al Africa, le den más plata a la Argentina, sólo para ver luego ese dinero fugarse hacia cuentas bancarias en Miami.” Una tercera: “En la Argentina no hay estrategia. Todo es fortuito y gobernado por la oportunidad o la presión del momento. Ese es un contexto en el que tener dólares y cuentas offshore es la única estrategia sensata.” Otra más: “¿Cómo tratar con un gobierno sediento de poder, conducido por oscuros personajes?” Y sigue: “La clave es saber cuán desesperados necesitan estar para rendirse ante la realidad. Cuánto están dispuestos a sacrificar al servicio de sus ambiciones egoístas.” Estas citas provienen del diálogo entablado entre los economistas Rudiger Dornbusch y Ricardo Caballero, profesores del Massachusetts Institute of Technology (MIT), y los lectores del Financial Times a propósito de su propuesta de intervenir la Argentina con un cuerpo de técnicos internacionales, que se harían cargo de la política económica y monetaria, respaldados por un paquete de asistencia financiera (ver Página/12 del 2 de marzo pasado), partiendo de la premisa de que la Argentina es incapaz de autogobernarse y no merece que se confíe en ella. Dornbusch y Caballero eligieron responder dieciocho reacciones a su boutade, y, más allá de la mayor o menor seriedad de los argumentos, el ida y vuelta, entre desinhibido y desfachatado, refleja el tenor actual de las discusiones sobre el dramático y manoseado caso argentino, a la cabeza de un mundo en crisis.
“Si los rumores son ciertos –aventuran D&C en su primera respuesta–, las grandes empresas están comprando la pesificación de sus deudas en dólares con aportes para la campaña.” Esta imprecisa mención forma parte de la respuesta a un lector estadounidense, Richard Tasker, que propone eliminar el peso, el patacón y todos los fiduciarios, y adoptar el dólar como única moneda. “Esto –según Tasker– obligaría al gobierno argentino a gastar sólo lo que tenga.” Además, aboga por redolarizar depósitos y deudas. D&C reconocen no concordar entre sí respecto de la dolarización, pero previenen contra la devolución de los depósitos en dólares y la eliminación de las cuasimonedas. Su conclusión es que “es casi un hecho que los más pobres llevarían una vez más la peor parte”.
Lloyd Nimetz, especialista en Argentina de la Fulbright, afirma que los argentinos odian más que a nadie a la comunidad financiera internacional. Por tanto, una intervención en el país provocaría un rechazo aún más intenso hacia la economía de mercado y fomentaría el aislacionismo económico. Viendo un futuro de anarquía y revuelta social, Nimetz sostiene que cederle el gobierno a extranjeros “sería interpretado como el sometimiento al imperialismo capitalista. El país caería en el caos. Habría guerrilla, dictadura...” Y cuenta haber oído hace poco de un argentino joven, que estudió en Harvard y que formó un nuevo partido llamado 1810, “simbolizando un retorno a los comienzos de la república” (se refiere a Marcelo Bomrad, de 34 años, ex ejecutivo de Repsol–YPF y Novartis). “Esperemos –hace votos Nimetz– que surja alguien como él en lugar de un dictador o un populista... aunque, ¿vendría tan mal ahora un Pinochet? ¡Miren cómo está Chile!” Gracias, Lloyd, pero no.
D&C no se escandalizan por el elogio a Pinochet. Admiten que su receta (la intervención externa) no funcionará “si los argentinos no están dispuestos a cambiar sus actitudes”. Pero dicen que con intentarlo nada se pierde: “Las cruentas consecuencias que usted describe –le contestan a su corresponsal– ya figuran en el destino de la Argentina”. Y refutan la creencia de que al país le hace falta implosionar para poder descubrir luego su nuevo líder. “La historia de la década de 1920 indica que ese líder no será un benévolo demócrata sino alguien realmente macabro, que responderá a la desesperación popular marcando a algún enemigo, a algúnexplotador. Ya se respira esa atmósfera... Un coronel golpista se prepara para candidatearse a presidente.”
Aquí interviene Julia Martínez de Dean, estadística y economista, recordando que apenas cuatro años atrás la Argentina era el emblema del Fondo Monetario. “¿Qué pudo pasar estos dos últimos años para cambiarlo todo? Es fácil tirar ideas –reprocha– desde la comodidad de un despacho académico.” D&C se defienden ante esto y expresan su preocupación porque “tantos argentinos siguen combatiendo contra molinos de viento, en lugar de identificar sus reales problemas”. Sin embargo, no parecieran abundar los Quijotes en el país, y mucho menos en lugares de mando.
Alex Priarollo, efusivo lector que envía “besos y abrazos” a Dornbusch y Caballero, piensa que de nada servirían nuevas privatizaciones “porque ni los argentinos quieren invertir en su país”. Y no cree que la intervención extranjera sirva de nada, alertando que alimentaría el nacionalismo, como ocurrió en la República de Weimar. “Sólo recuerden de dónde sacó Perón sus ideas –advierte Priarollo–, y piensen que si las turbas de los años ‘50 hubiesen quemado sinagogas en lugar de iglesias, Perón habría permanecido como dictador toda la vida.” ¡A qué inferencias puede llevar un debate económico! Pero este remitente no se detiene allí. También imagina la balcanización de la Argentina como única solución pacífica posible, siempre que los nuevos países resultantes sean admitidos en el Mercosur.
Para Louis R. Woodhill, entretanto, no caben dudas: “Tarde o temprano, la Argentina se dolarizará.” El opina que restaurar la credibilidad del peso es una costosa pérdida de tiempo, y que la idea de que un país necesita una política monetaria independiente es una superstición. La Argentina, se mofa, necesita tanto una moneda nacional como tener una unidad de medida propia. Ante lo cual D&C le hacen notar que, “al presente, la Argentina no tiene ninguna política. Por tanto, de inmediato, y hasta que asuma un nuevo equipo económico y monetario (foráneo) y se cuente con un préstamo estabilizador para sostener la moneda, es indispensable un ancla. Aluden así a una nueva convertibilidad.
“Si las soluciones no se generan dentro del país y de abajo arriba, no durarán –sostiene Juan A. Yanes–. Esto es precisamente lo que ocurrió con la espectacular riqueza de la Argentina, adquirida cien años atrás merced al trabajo de los inmigrantes europeos y a la inversión tecnológica y de gestión que hizo Gran Bretaña. Todo esto ha desaparecido...” No queda claro si D&C comparten esta idea de la fecundación europea y el progreso debido al capital británico, pero al menos contestan que “a la Argentina no le falta capital humano; el problema está en la inestabilidad que lo empuja a emigrar”. Ian McGillivray pregunta cómo reconstruir la confianza en los bancos, y le replican que será extremadamente difícil, “razón por la cual se necesita un plan tan radical como el nuestro”. Creen que será ineludible contar con un amplio seguro de depósitos externo.
Nathan Lewis, economista de Polyconomics Inc, es un nostálgico. Enemigo de la flotación, afirma que el problema de la convertibilidad radicó en haber atado el peso al dólar, siendo éste desde 1971 una moneda a su vez flotante. Si el dólar tornase al patrón oro, las monedas podrían volver a atarse al dólar sin correr el peligro de un desastre como el argentino. De paso, Lewis opina que al decir Dornbusch que una solución para la Argentina insumirá por lo menos una década, “está admitiendo que él y sus amigos del FMI no saben lo que hacer”. Ricardo y Rudiger indican, en su comentario, que “la Argentina demostró que ni siquiera puede bancarse la convertibilidad, porque simplemente no sabe cómo vivir dentro de sus posibilidades”.
Por momentos, el diálogo de la pareja de profesores del MIT con sus lectores se torna áspero. George Szarfer les pide que “dejen de darle al paciente las mismas drogas que recibió en el pasado. La Argentina está así por el plan del doctor Cavallo. No necesitamos un nuevo plan de convertibilidad temporario.” D&C pierden los estribos. “Su estallido temperamental –lo agreden– revela la supina ignorancia de un aficionadopretendiendo juzgar fenómenos económicos. Hay un famoso dicho que sostiene que los problemas complejos tienen soluciones fáciles de entender y completamente equivocadas.” No se peleen por la Argentina, muchachos. Para D&C todo se fue al demonio cuando Menem fue tras su reelección.
Un ingeniero argentino, Patricio Aníbal Sorichetti, quiere saber por qué tanta diferencia en el tratamiento de la crisis argentina respecto de la turca, país que enfrentó muy similares dificultades durante el 2001. Y sugiere él mismo la respuesta: por el temor occidental al fundamentalismo islámico. Y un último detalle: D&B informan que “muchos argentinos talentosos” les agradecieron su iniciativa (de una suspensión de la soberanía nacional). D&B destacan entre los agradecidos a Miguel Angel Broda.