ECONOMíA
› CARTA AL FMI
Estimado don Rato
› Por Julio Nudler
“El Fondo Monetario cree que una estrategia de crecimiento no debe ser parte esencial de los programas económicos. Las medidas estructurales (que recomienda e impone como condición para brindar su asistencia) se limitan a aumentar la tasa de ahorro, reduciendo el déficit público (que equivale a un desahorro del Estado) y promoviendo el desarrollo del sistema financiero local (que frecuentemente implica la extranjerización de la banca).” Lo que no está entre paréntesis forma parte de una carta abierta dirigida a Rodrigo Rato, nuevo conductor ejecutivo del FMI, por Mario Teijeiro, un economista argentino de ideología liberal, que preside el Centro de Estudios Públicos. Lo que plantea la misiva es contundente: que el enfoque del Fondo es parcial y omite aspectos decisivos para la expansión económica de los países endeudados, crecimiento sin el cual nunca podrán superar realmente su problema ni reducir su vulnerabilidad. Este planteo adquiere especial relevancia en estos momentos, cuando Brasil se tambalea ante el ataque de los mercados, lanzado por los especuladores al advertir que Lula, el obrero más mimado del establishment financiero, no consigue que el gigante sudamericano emerja del estancamiento que lo retiene desde los tiempos de Fernando Henrique Cardoso.
Según piensa Teijeiro, la mayoría de las políticas que impulsa el Fondo “son necesarias pero no suficientes para el crecimiento sostenido”. El afirma que temas que considera estratégicos, como el proteccionismo comercial y el nivel de gasto e intervención del Estado en la economía, no constituyen una preocupación permanente del organismo multilateral. Critica la creencia de que los programas económicos deben surgir de la iniciativa de los propios países, porque sólo así tendrán chances de ser implementados. “Esto implica sacar de la discusión –puntualiza Teijeiro— medidas estructurales más profundas, que pueden considerarse intrusivas en la soberanía nacional.”
La idea es que sujetarse a los programas propuestos por los propios países en dificultades puede ser contradictorio con la necesidad de implementar programas que garanticen un crecimiento sostenible. “Imponer programas desde afuera –señala la carta dirigida a Rato– es indeseable desde el punto de vista político, pero apoyar programas insuficientes es también dañino para todas las partes involucradas.” Aunque Teijeiro no menciona al respecto ningún ejemplo concreto, podría citarse el caso de la siempre postestada reforma tributaria: hay grandes intereses privados en la Argentina que obviamente desean que se mantenga el régimen regresivo, y los gobiernos se pliegan a esa voluntad, a pesar de que el propio FMI propicia un sistema impositivo mucho más justo y progresivo.
Teijeiro introduce en su esquela una elíptica crítica al tándem Kirchner/Lavagna, al preguntarse si estos países pueden crecer sostenidamente “gravando pesadamente su comercio exterior (léase retenciones) y, consecuentemente, impidiendo el crecimiento de sus exportaciones”. También arremete contra la “presión impositiva creciente, que incentiva que la mayoría de la actividad privada se torne informal y de baja productividad”. Es curiosa esta afirmación porque la Argentina sigue siendo un país de baja presión tributaria, incluso en comparación con países similares, como Brasil.
En su alegato, Teijeiro se duele de que “las ideas populistas e intervencionistas han regresado a los países altamente endeudados, después del fracaso ‘neoliberal’ en los ’90”, en una alusión más que transparente al kirchnerismo. Pero también fustiga a los países industriales por dar el mal ejemplo: “Ellos no tienen autoridad moral para aconsejar en temas de libertad de comercio, intervención del Estado y déficit públicos”. Lamentablemente para el presidente del CEP, esto significa que nadie, ni los países endeudados ni los dominantes, cumplen con los preceptos que él considera adecuados. Sólo quedaría por determinar, entonces, si todo el mundo se equivoca, o el equivocado es Teijeiro.