ECONOMíA
› FRENKEL SE LO CUENTA
Cómo ser el más hermoso
› Por Julio Nudler
“A mí me tocó hacer la colimba en una panadería militar. A uno de los muchachos lo habían destinado ahí porque en la vida civil era repostero. Entonces él, cuando llegamos al lugar ése en el cuartel y vio que había unos estantes, los forró con papel y les hizo unos voladitos. Pero de repente entró el sargento y al verlos se puso furioso, ordenándonos a gritos que quitáramos eso. Como éramos nuevos, nos miramos pensando que habríamos violado alguna ordenanza militar. El soldado repostero sólo se atrevió a preguntar: ‘¿Por qué, mi sargento?’ ‘¡Porque cuando el teniente vea los voladitos –explicó–, va a querer que siempre haya voladitos!” Bueno: el inflation targeting es como los voladitos. No nos pedían tanto. Pero ahora que lo vieron nos va a costar sacarlo.” Esta es la historia personal que Roberto Frenkel eligió anteanoche, invitado a disertar por el Laboratorio de Políticas Públicas, como corrosiva metáfora para criticar una vez más la estrategia de metas de inflación adoptada por la actual cúpula del Banco Central, compuesta por Alfonso Prat Gay y Pedro Lacoste.
Frenkel se concentró, en realidad, en analizar la situación de Brasil, país que se debate en una “trampa financiera”, como le ocurrió a la Argentina hasta caer en default. A su caso se aplica la figura del “concurso de belleza” a la que se refirió John Maynard Keynes, designación que eligió porque en un diario inglés de su tiempo se publicaban fotografías de chicas bonitas, y cada lector debía acertar cuál de ellas ganaría el trofeo. No se trataba de elegir a la que pareciera más bella, sino señalar a la que obtendría la mayor cantidad de votos. Esto mismo ocurre con los países periféricos endeudados que abrieron sus cuentas de capital. En otras palabras, se internaron en la globalización financiera.
Cuando el superávit comercial (si existe) más las reservas son insuficientes para atender la deuda, el país debe pedir más créditos. Si los financistas lo ven en una situación frágil por el excesivo endeudamiento, cada inversor deberá intuir la respuesta de los demás para poder decidir su actitud, porque si los demás resuelven seguir financiándolo, el deudor superará por un tiempo sus dificultades y el inversor que se rehúse dejará de ganar una renta probablemente muy alta. En estas circunstancias, los países tratan de embellecerse para poder ganar el concurso.
Aunque la política económica no pueda administrar ninguna pócima que remedie a tiempo los males, es utilizada como señal hacia el mercado, una manera de embellecerse. Un duro ajuste fiscal suele ser útil como cosmético, aunque a la larga resulte contraproducente al provocar una recesión y deteriorar los cocientes. El ajuste vale en sí mismo como señal. Todos los gobiernos que terminan defolteando para restructurar su deuda, antes emiten esas señales para ver si se salvan, o al menos para ganar tiempo y mantener la cabeza fuera del agua, aunque para ello deban colocar nueva deuda a tasas insostenibles, como hizo Cavallo en 2001.
El Fondo muchas veces respalda esas políticas, aun sabiendo que no son una solución. Pero él no es grande en relación al tamaño del mercado financiero internacional, y también debe mirar a los demás para ver qué hacen, mientras los demás lo miran a él como líder en la formación de expectativas. Mientras tanto, el país endeudado baila la danza de la ortodoxia financiera como señuelo. Pero la trampa tiene otro lado, en el que las altas tasas internas de interés, cuyo piso es la tasa estadounidense de largo plazo (4 por ciento) más el riesgo país, provocan recesión y corroen la solvencia de los deudores de los bancos y por tanto de los bancos mismos.
En el caso de Lula, se diría que debió hacer más de lo normal por embellecerse, sabiendo que los mercados lo veían feo. Su sobreactuación en el beauty contest condujo a hechos sorprendentes, como que el gasto social sea hoy menor que el de los tiempos de Fernando Henrique Cardoso. Brasil tiene la presión tributaria más alta de América Latina, pero Lula quieresubirla del 38 por ciento del PIB al 40, para dedicar ese aumento a pagar más deuda. A consecuencia de tasas tan altas y semejante ajuste, Brasil viene creciendo a un pobre ritmo anual de 1,4 por ciento desde 2000. En esa economía estancada, nadie consigue reducir su deuda, ni los privados ni el Estado. El superávit fiscal primario crece constantemente, pero no alcanza. Los intereses de la deuda representan un 10 por ciento del Producto, apenas dos puntos menos que el costo de todos los programas sociales, incluyendo la Seguridad Social.
Como la imagen de Lula cae en las encuestas, sube el riesgo país. Pero como el 80 por ciento de la deuda pública es interna, y además muy cara (estando atada al dólar o indexada), los sectores rentistas reciben 50 mil millones de dólares por año, pagados por el Estado con el dinero de los impuestos de los consumidores y los sectores productivos. “Para los López Murphy –señaló Frenkel–, el problema de Brasil es fiscal. Eso quiere decir que debería duplicar su ya enorme superávit primario. Pero el problema no es fiscal: son las tasas de interés, que generan el riesgo que se supone tienen que cubrir.” Mientras tanto, el Banco Central brasileño practica el inflation targeting.
La cosa funciona así: “Cuando hay un shock externo, como el provocado por la espera de una suba en la tasa de interés estadounidense, se eleva el riesgo país brasileño de 400 a 700 u 800 puntos y se retrae el ingreso de capitales. Por ende, tiende a subir el dólar. Todos saben que esto generará más inflación. El BC mira esas expectativas y aumenta la tasa de referencia (Selic) o deja de bajarla para no chocar demasiado con el programa peteísta. El alza del dólar agranda la deuda pública y por ende las necesidades de financiamiento, en tanto los mercados ven a Brasil como más riesgoso. Esta política monetaria automatizada es parte de las señales de seducción en el concurso de belleza. Como lo fue la designación de quien fuera presidente del BankBoston a escala mundial para dirigir el Central. “Ahora el gobierno de Lula no podría retirar estos voladitos sin perder credibilidad”, resumió Frenkel.